La huella de Federico
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La huella de Federico
Tras la voz uruguaya de García LorcaIsabel nació en Fuente Vaqueros en 1922, pero con tan solo dos años la subieron a un barco con destino a Uruguay. Un viaje de dos mes y medio sobre el mar al que su madre, Antonia García, se referiría siempre como su último parto. «Se vinieron sin plata, a trabajar, como muchos españoles. A Antonia no la conocí, claro. A mi abuela Isabel sí. Le encantaba el flamenco y la cultura andaluza. Y siempre decía que su madre era pariente del poeta García Lorca».
Su nombre es Adolfo pero nadie le llama así. «Fito, mucho gusto», responde al teléfono con una voz sonriente y un acento que suena a samba. «Hago música en vivo, en pubs, con un grupo de amigos, para divertirnos», explica. Tiene 51 años y es padre de Felipe, de 14. Trabaja como camarógrafo y aunque sigue disfrutando del Peñarol, ya no es tan fanático del fútbol como antes. Fito es hijo de Susana, nieto de Isabel y bisnieto de Antonia García. Y hace unos meses decidió escarbar en sus raíces, a ver si eso que se ha dicho siempre en casa, lo de García Lorca, era verdad.
En 1989, su abuela Isabel regresó a Fuente Vaqueros, 65 años después de su marcha. De aquel viaje consiguió su partida de nacimiento y conoció, casi por fortuna, a otros García que rondaban todavía por el pueblo. «Fue a la plaza y encontró la casa en la que nació y allí charló con varias señoras que también eran Garcías –relata Fito–. Se pusieron a hablar de los antepasados y resultó que eran primas. Se quedó a dormir con ellas». A la vuelta hablaba orgullosa de Granada y, también, del nexo con la familia García Lorca. «Mi abuela contaba que su madre era prima del padre de Federico, pero eso es algo que no hemos podido confirmar».
En Granada, Laura García-Lorca, sobrina del poeta y directora del Centro Federico García Lorca, escucha con atención la historia de la familia de Fito. Al terminar, tras un suspiro de compresión, dice: «No, no me suena nada y no es familia. En casa siempre hemos tenido costumbre de hablar de los nuestros y nunca los escuché». Sin embargo, explica que hay muchos primos segundos y terceros, un amplio ramaje que va por todo el pueblo, por el que, «quizás –subraya–, podrían estar vinculados de alguna lejana manera». Sea como sea, Fito y los suyos, que no buscan ni fama ni reconocimiento alguno (de ahí que pidan ocultar sus apellidos), se agarran a los versos del poeta como si formaran un cabo invisible que les uniera con sus raíces granadinas. «En el 34 Lorca estuvo acá, en Montevideo. Vino con 36 años, mi abuela tenía 14 y la bisa rondaba los 35. ¿Sabría él que tenía compatriotas aquí viviendo?».
A principios de 1934, mientras Antonia, Isabel y el resto de la familia se buscaban las habichuelas en Montevideo, los periódicos titulaban con la llegada de Federico García Lorca. Uruguay entera estaba emocionada con la visita del granadino, que se convirtió en el centro de atención durante 18 días. Allí se citó con los mayores intelectuales del país (Juana de Ibarbourou, Luisa Luisi, Juvenal Ortiz Saralegui, Fernando e Ildefonso Pereda...), saltando de un café a otro mientras hablaba de poesía, de teatro y de la vida. Federico venía de Argentina, una estancia que está mucho más investigada en sus múltiples biografías.
Los días en Montevideo, no obstante, son algo más desconocidos. Uno de los periodistas que le acompañó en su estancia fue, precisamente, José Mora Guarnido (Alhama, 1894), periodista granadino y amigo de la juventud de Federico. Mora trabajaba en el diario uruguayo El Ideal –casualidades de la vida–. El 1 de febrero del 34, El Ideal publicó una entrevista entre Mora y García Lorca, escrita en tercera persona y sin firmar, que describía aquella entrañable y trascendente amistad. Lo más probable es que fuera escrita por el propio Mora.
Fito descuelga el teléfono: «¿La entrevista que me dijiste, la del periodista granadino? La encontré en la Biblioteca Nacional. Mira, me mandan el documento. Este recorte no lo conocía, no está en Internet».
El artículo habla del calor y de la «trinchera de botellas de naranjada» que fortificaban la mesa que compartieron Mora y García Lorca. Ambos compatriotas charlaron varias horas sobre 'Iniciación a la Muerte', «un libro que me hará viejo», decía el poeta, y de sus tiempos mozos en Granada. «El primer artículo que sobre mí se ha escrito –dice Federico a Mora– lo hiciste tú». «¡No me acordaba! –confiesa Mora–. ¿Y lo conservas?». «Lo conservo. Y todas las cosas que después se han dicho de mí –insiste el poeta– las dijiste tú en aquel primer artículo». El texto del diario uruguayo termina bajo la atenta mirada de una decena de curiosos que ven cómo, de pronto, «García Lorca se levanta, sube al auto de Enrique Amorim, y se va...».
En la foto que acompaña a la entrevista, Lorca vestía una chaqueta blanca y una camiseta a rayas, el mismo atuendo del resto de fotografías históricas tomadas en Uruguay y que se atesoran en los distintos archivos del poeta. Una de las imágenes más conocidas es el retrato que se hizo junto a Enrique Amorim, el narrador, poeta, dramaturgo, ensayista y guionista cinematográfico; el mismo Amorim que conducía el coche que describía Mora en su artículo.
Amorim era toda una celebridad. Él y Lorca forjaron una intensa amistad –algunos les llamaron amantes– que se consolidó en Madrid, dos años más tarde, cuando el uruguayo vino a visitarle, poco antes del fatídico 18 de agosto de 1936, el día de su asesinato. Esa vez, en Madrid, fue la última que Amorim escuchó la voz de Federico.
Ian Gibson (Dublín, 1939) es uno de los mayores estudiosos de la figura de Lorca, una figura que le ha obsesionado a lo largo de su carrera. «Empecé a investigar su vida con 18 años y tengo 84. Me tocó muy joven entrar en la tragedia de su muerte. Es el más grande. Su mensaje era de amor al prójimo, de un fortísimo amor por el que tienes al lado. Federico fue la fina flor de una tribu de Garcías en la Vega de Granada». Gibson, al teléfono, recuerda los dos meses que pasó en Buenos Aires, en 1986, recomponiendo la vida del poeta en Argentina como si fuera un puzle.
«Se pusieron en contacto conmigo algunos familiares que habían emigrado allí. Y quise ir a Montevideo, pero no pude hacerlo». En este momento, la voz de Gibson se tropieza un instante, llegando a quebrarse levemente con el pensamiento que está a punto de pronunciar: «Hay que buscar la voz de Lorca allí, en Uruguay. Fue la comidilla, era el hombre del momento. Era el 'one man show' capaz de todo. Estuvo en radios y teatros y cada noche era un espectáculo. Tiene que haber una grabación. No me resisto a morir sin escuchar la voz de Lorca».
Ian Gibson
Porque nadie sabe dónde está la voz de Lorca. Nadie. Parece mentira pero su voz es un misterio tan grande como su propia muerte. La última persona que la escuchó fue Tica Fernández-Montesinos, su sobrina, que falleció el pasado 12 de septiembre. No existe ninguna grabación. Nada. Solo silencio. En 1952, Amorim levantó en la localidad uruguaya de Salto un monumento en memoria de Federico García Lorca. En su inauguración, Amorim pidió a unos albañiles que enterraran en su interior una pequeña caja blanca que había traído de España. «Aquí, en un modesto pliegue del suelo, que me tendrá preso para siempre, está Federico», dijo el uruguayo, jugando con la idea de que Lorca pudiera estar enterrado allí.
Suena el teléfono. Es Fito. Está empapándose de la vida de Lorca, a quien sigue sintiendo parte de su historia. «He leído que en el 2056 se abrirá en Salto la caja misteriosa de Amorim con los supuestos restos de Lorca –ríe a carcajadas–. No creo que lleguemos al 56, pero si estamos aquí, ¿venís?».
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