La escritora celebra cinco años del éxito sostenido y global de su historia del libro y el poder de la ficción con 'El inventor de viajes' / Prepara un nuevo ensayo en el que abordará la relación entre creatividad, salud y fragilidad ·
Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) ha protagonizado el milagroso bombazo editorial del último lustro. La autora de 'El infinito en un junco' (Siruela) estaba en el peor momento de su vida mientras redactaba el ensayo que devendría en un fenómeno global. Su hijo recién nacido se debatía entre la vida y la muerte en una UCI. Ella quiso despedirse de la escritura con una emotiva historia de amor al libro traducida hoy a 45 lenguas, con un centenar de ediciones en español y 1,2 millones de ejemplares vendidos. Un mágico ensayo que ha creado una tribu del junco que no cesa de crecer en todo el mundo.
«Era un libro extraño, insólito, fruto de un cúmulo de causas perdidas e insensateces. Lo escribí al borde del precipicio, como los propios libros, desahuciados por las pantallas antes de la pandemia, y con las humanidades desapareciendo de los planes de estudios. Hablar de clásicos en quinientas páginas para rebatir la idea de que el libro se moría era una evidente locura», rememora risueña.
Con el país confinado, sus editores dieron el libro por perdido, hasta que en una mágica pirueta el ensayo comenzó a volar muy alto y fue lo más leído por los ávidos lectores 'pandemitas'. Un éxito inesperado y atronador que coronó el Premio Nacional de Ensayo 2020.
La autora derrocha hoy gratitud hacia la entusiasta e infinita tribu que le permitió dar un giro copernicano «a una vida hecha añicos». «Fue terapéutico, un espacio de libertad para afianzar mi tambaleante salud física y mental, despedirme de la literatura de trinchera y poder cuidar de mi hijo», dice Vallejo. Entonces iba del hospital a casa y de casa al hospital. Ahora es una irredenta viajera a la que reclaman en Japón, Canadá, Colombia o China para hablar de su obra.
«He encontrado a la tribu del junco en todas partes, pero sigo perpleja», dice evocando el día que recibió en casa una caja «con unos ejemplares gordos y caros». «No soñaba ni con vender la primera edición y van más de cien en todo los formatos, incluido el cómic, y el libro sigue ganando prosélitos», se felicita.
«Hasta entonces viví en las trincheras de la literatura, dando charlas en institutos de pueblo, recorriendo el país en coche para acudir a encuentros en clubes de lectura por toda España y descubrir que los ejemplares que vendía no compensaban el gasto en gasolina», cuenta.
Frenará la agotadora vorágine promocional el próximo año para centrarse en la nueva obra que ya tiene «perfilada» y en la que abordará «la relación entre creatividad, salud y humanidades» explorado «cómo se conectan las ideas con la forma en la que afrontamos las fragilidades».
Sin límites
Pedro, el hijo de Vallejo, pasó cinco años en la incubadora. Con diez cumplidos, está felizmente escolarizado -«todo gracias a la sanidad pública», agradece su madre- y juega a ser escritor y editor. Para él ha escrito 'El inventor de viajes' (Siruela), un cuento ilustrado por José Luis Cano «para lectores de todas las edades».
«Celebra el enorme poder de las ficciones, esas mentiras con aviso que sirven para contar verdades», dice la autora. Recrea con tanto ingenio como sentido del humor el clásico grecorromano 'Historias verdaderas' de Luciano de Samósata. Narra la travesía de una intrépida y osada viajera por mundos imaginarios habitados por criaturas increíbles como los calabazapiratas o los pulgarqueros, y muestra cómo para la imaginación no hay nada imposible.
'El infinito en un junco' no ha destronado a 'El mundo de Sofía', el gran 'longseller' de Jostein Gaarder, el otro imbatible superventas de Siruela. Pero su editora, Ofelia Grande, sabe que Vallejo «tiene mucho tiempo por delante y su libro sigue muy vivo».
Esta feliz e infinita historia no habría sido posible sin Alfonso Castán, editor del pequeño sello zaragozano Contraseña en el que Vallejo había publicado libros infantiles y alguna novela y a quien envió primero su ensayo. El modesto editor aragonés supo que aquel formidable texto superaba su capacidad y tuvo la generosidad de ofrecérselo a otros. Siruela anduvo muy atenta y se llevó el junco al agua.
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