Antes trino, ahora uno

El cómico catalán nos ha divertido con su historia, bien contada y dotada del mejor ritmo, siguiendo los consejos de José Corbacho, codirector del espectáculo. Muchas veces orilla el nefando Club de la Comedia, con su andanada de ocurrencias que maldita la gracia. Pero Carles tiene a su favor el mimo. Su gesto clásico, sus ojos saltones, su pequeña pirueta, su perfecta relación gestual con el objeto inexistente, por ejemplo, con la maleta conyugal o con el supositorio al ataque por la zaga. Su creación de personajes imaginarios como el escolapio de su infancia o su crítica a las cortapisas de los aeropuertos, tema con el que Tricicle se presentó en Granada en el Auditorio, cuando era teatro.

Su monólogo gusta porque es clásico. Tras cada parrafada graciosa deja un instante vacío para que la gente se ría. Su humor es blanco, sin derrapar hacia la hez de la política actual. Tan solo un gesto genital y un amago de taco perdido entre la buena dicción del castellano. Y un comedido uso de las diapositivas, abrochadas con el dúo que falta y que tanto añoramos.

Entre dos aes cunde la función: la adrenalina de la salida inicial y los muchos y sonoros aplausos del final. En medio, todas las vocales y consonantes dichas con donaire. Porque Carles aprendió con su trío el lenguaje de la escena, la dificilísima forma de hacer humor con inteligencia. Y fueron los mejores, en tiempos casi de los peores. De forma que ahora, al devenir solo uno, se le nota aquello que dice el refrán: quién tuvo retuvo.