En la tele todo es política (salvo alguna cosa, que diría Rajoy). Hay política hasta en el programa de Arguiñano. De vez en cuando el cocinero hace algún chiste con uno u otro partido e incluso alguna vez ha criticado a dirigentes si no está ... de acuerdo con lo que hacen. «Ya votan a cualquiera», dijo hace unos años refiriéndose al entonces primer ministro británico Boris Johnson. No provocó un conflicto diplomático. No llegó a tanto la cosa, aunque cierta polémica hubo.

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El maestro del perejil no hace tertulia al mediodía, pero todo se andará. Podría invitar a unos cuantos chefs para despotricar sobre lo que pasa en el mundo. No eres nadie si no incluyes una charla de asuntos generales en tu programa. La tiene Ana Rosa, Griso, Risto y hasta Pablo Motos. Es mucho más barato contar con cuatro contertulios para hablar sobre lo divino y lo humano que montar experimentos complicadísimos en el plató. Nada de esto es nuevo. Ahora tal vez es menos disimulado o le damos más importancia a todo. Y luego están las redes, que tampoco ayudan demasiado, porque cada frase o gesto de un presentador se viraliza y alcanza mayor repercusión.

Pero ya había política en 'Con las manos en la masa', y en las locuras que preparaba por las noches Javier Gurruchaga, y en los corrillos de María Teresa Campos. Y podías intuir hacia qué lado tiraba unos y otros.

Quizá es que somos menos respetuosos con la opinión ajena y enseguida nos llevamos las manos a la cabeza. A los propios políticos les pasa, descargando las culpas de lo que les pasa en lo que la gente ve en la tele en lugar de mirarse el ombligo y pensar si su gestión gusta más o menos. Lo bueno de la tele es que se puede apagar. Nadie obliga a verla.

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