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Lo mejor de trabajar en un Ministerio del Tiempo es saber que, tarde o temprano, todo vuelve. El que se va, regresa. Y el que regresa, es posible que se marche. Así son las cosas. Supongo que por eso todos los que nos sentimos ... parte de la ficción creada por Javier Olivares sabíamos que este día iba a llegar. El día en el que el Ministerio volviera a abrir sus puertas; el día en el que Alonso de Entrerríos nos recibiera con espada en mano; el día en que Amelia Folch sonriera, transparente e impávida ante el futuro; el día en que, claro, Julián Martínez girara el pomo de aquella última puerta que amenazaba con atrancarse.
El Ministerio del Tiempo es una de las mejores cosas que le ha pasado a la televisión. A la nuestra y a la de todos, qué demonios. Fíjense si es buena idea, que los amigos americanos nos la copiaron en cuanto tuvieron oportunidad. Pero esa no es la historia. La historia aquí es que la Historia, esta vez, ha ganado la partida a la audiencia. A la audiencia clásica, quiero decir. A esa audiencia que se sigue midiendo con aparatos con pilas y lecturas interesadas. El Ministerio del Tiempo fue un éxito de audiencia, digan lo que digan los números. Y lo fue porque más allá de la noche de los lunes, las aventuras de este peculiar y carismático equipo pervivien en conversaciones, en listas de reproducción y en el imaginario colectivo. ¿Cómo íbamos a dejar morir algo que genera tan buenas sensaciones?
La serie tiene personalidad. Y esa personalidad se reparte delante y detrás de las cámaras. Delante y detrás de la ficción. Ha bastado una imagen de Rodolfo Sancho en la piel de Julián para que nos reencontremos una alegría que creíamos desahuciada. Ahora necesitamos que se entienda su emisión. Que se entienda que si un lunes a las once de la noche un padre con hijos, por ejemplo, no ve el capítulo, no es porque no le guste o no aprecie la serie. Es porque es un horario horroroso, incompatible con la vida, alejado de todos los parámetros saludables. Que se entienda que, probablemente, se opte por verse en otro momento: el momento preciso.
Que suerte saber que, tarde o temprano, todo vuelve. ¿Se imaginan? Haría mucho más fácil las despedidas de los compañeros de trabajo que se van a recorrer otros caminos. Les dirías adiós pensando en el hola. Ojalá todo fuera como con Julián.
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