Nos han engañado. A todos. A todos, al menos, los que tuvimos la suerte de estudiar. Sí, la suerte. Sin duda. Pero nos han engañado. Estudiar es un privilegio, un estigma de los ricos y de los que no saben que son ricos. El camino ... ya es otra cosa. La realidad. Quizás les suene, me refiero a esto: «Estudia mucho. Aprueba todo. Estudia más. Saca la nota. Haz una carrera. Prepara el proyecto. Becario. Haz un máster. Becario. Haz unos cursos específicos...» Y cruza los dedos, añado yo. Que tengas suerte. Porque la realidad, la auténtica realidad, es que el camino que nos dijeron que era el correcto, el bueno, el que nos abriría puertas, no era tal. Al menos, no era el único.
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Somos una generación aterrorizada. El miedo a un futuro que no tiene nada que ver con los sobresalientes que se cultivaron en el aula nos ha paralizado. Nos dijeron que íbamos a triunfar porque sí, porque nos lo merecíamos, porque éramos los mejores. Pero nadie se paró a explicarnos qué era 'triunfar'. Sí nos explicaron lo contrario: el fracaso. Fracasar era no hacer todo eso de las notas y las carreras y los másteres. No hacer eso, buscar -y decidir- la vida de cualquier otra manera, era ser un fracasado. Así, aprendimos a mirar de reojo a la Formación Profesional, al tomar un año sabático para pensar y descubrir qué quieres ser de verdad, al viajar para crecer, al trabajar...
Hay una verdad en 'Operación Triunfo' que impregna el programa desde el primer minuto. Una verdad que está detrás de toda apariencia, de todo filtro televisivo y social: son chavales con miedo. Y, aún inconscientes, los espectadores movemos montañas por ellos porque la idea de que haya otro camino para triunfar distinto al que nos han explicado nos apasiona. Estoy convencido de que muchos de los participantes de esta temporada, en realidad, no quieren ser cantantes. Pero todavía no lo han descubierto. Y eso no importa. Lo que importa es que están explorando sus miedos para alcanzar un triunfo mayúsculo: definir una vocación.
'Operación Triunfo' es un capítulo de Black Mirror para nosotros, los espectadores. Un espejo imposible que retumba en nuestro cerebro al ritmo de «¿te imaginas que hubieras encontrado la forma de hacer lo que querías hacer?» Lo importante, creo, es fracasar a conciencia. Y fracasar cada vez mejor. Tal vez eso sea el triunfo.
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