El tiempo que te doy, esa pequeña cosa bonita

Si cierra los ojos y rebobina la historia de su vida, en cuestión de segundos, incluso menos, verá risas y lágrimas, todo mezclado y confundido como si fuera la misma escena. Observará nítidamente el ridículo que hizo aquella vez, cuando el profesor le sacó a la pizarra y no supo responder bien ni una sola pregunta. Y, al mismo tiempo, estará en la fiesta de graduación, saltando al ritmo de Queen. Seguro que siente el beso de su madre, cuando le decía buenas noches y, al destaparse, verá a su hija saltando encima de su estómago, dejándole sin aire. Volverá al partido en el que falló la canasta decisiva y a aquella conversación en la que pudo decir tantas cosas pero, por lo que sea, dijo una tontería. Y entre medias, hilvanando la historia, aparecerá esa persona con la que siempre querría salir a bailar. Esa persona que es referencia del tiempo, del espacio y de todo lo demás.

'El tiempo que te doy' es una pequeña cosa bonita. Es pequeña porque son 10 capítulos de 10 minutos que se ven rápido y del tirón, como el que se zambulle en la playa y, ya que está dentro, decide nadar hasta la boya que hay a lo lejos. Es una cosa porque es una serie original, peculiar, en un formato que juega con el presente y el pasado ofreciendo en cada capítulo un poco más del ahora y un poco menos del antes. Y es bonita porque, demonios, Nadia de Santiago y Álvaro Cervantes tienen una química brutal, porque se nota que está escrita desde una honestidad brutal y porque narra con habilidad esa sensación de cerrar los ojos y contar tu historia. O parte de ella.

Y es bonita porque es verdad. Porque quiere ser verdad. Y porque hacer cosas tan sencillas, tan directas y tan elegantes es terriblemente difícil.