Domingo, 16 de febrero 2020, 02:14
Es probable que se cruce usted por la calle con él cualquier día sin reparar en ese hombre elegante que disfruta de la ciudad que le acogió como un granadino más. Se llama Vicente Martín, y en su tarjeta de visita figura el escueto título ... de «Experto en diamantes». Pero Vicente es mucho más que eso. Es uno de los menos de 100 hombres y mujeres que controlan el comercio de diamantes en el mundo, el célebre The Diamond Syndicate, club vinculado a la multinacional DeBeers. Una sociedad con sede en Londres y a la que solo se accede por herencia. Ellos son los responsables de controlar la extracción de los diamantes 'legales', fijar su calidad, controlar los precios y vender las piedras al por mayor. La etiqueta de 'legales' viene dada por el hecho de que existen otros que se extraen de forma no controlada, los llamados 'diamantes de sangre' porque financian las guerras tribales y civiles que, aunque no aparezcan en las noticias a diario, siguen asolando el continente africano. Vicente vive en Granada por amor. Su esposa, Sensi, es diseñadora de joyería y dirige un comercio en la calle Alhóndiga, donde ambos comparten la pasión por este milagro de carbono puro cristalizado que se asocia con la eternidad.
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Cuando hablamos con él, tenía la maleta preparada para marcharse a Italia. «Allí soy propietario de una fábrica con 43 empleados, en un pequeño pueblo del norte donde a nuestro alrededor solo hay vacas», comenta. Las piedras llegan desde Sudáfrica vía Amberes. «El tamaño que llevan las piedras se suele medir por el número de estas que caben en un quilate. Si decimos 'treinta en un quilate' estamos hablando de piedras pequeñas para montar sortijas con ese peso, por ejemplo». Las joyas resultantes van a las ferias de Nueva York o Vicenza, donde los 'grossistas' (comerciantes al por mayor) las venden a las tiendas medianas. A veces, se vende por encargo también, y a esas ferias van los fabricantes con el negocio prácticamente cerrado con los mayoristas.
En un producto de lujo como el diamante, la calidad es fundamental. Comenta Vicente Martín que «es preferible, para obtener prestigio, crear joyas y montar piedras de calidad antes que vender mucho haciendo un trabajo menos cuidado». Precisamente, en las últimas fechas ha surgido una polémica, con intervención judicial incluida, en torno a una conocida firma de joyería a la que se ha acusado de rellenar algunas de sus piezas con materiales no preciosos. En este sentido, el experto comenta que «en algunas ocasiones hay firmas que lo hacen. No voy a hacer una crítica negativa, pero es una práctica habitual en países como China, no va con nuestra forma de actuar». Acota, sin embargo, que, «con el potencial productor que tienen, también hacen alta joyería, pero a unos precios que no son competitivos, ya que las piedras las tienen que comprar mayoritariamente en DeBeers y no tienen la capacidad técnica para igualarnos».
El propio Martín cuenta cómo entró en DeBeers: «Estudié Medicina. Mi padre, que era dermatólogo, murió, y yo me dediqué a tratar la lepra. Cuando se erradicó, me fui a Amberes, donde conocí a un chico armenio. Su padre estaba en el hospital, muy grave, y le cuidé durante seis meses. Desconocía qué era un brillante. Cuando el padre murió, dejó en el testamento su voluntad de que perteneciera al Club si quería. Y me sentí atraído por este mundo. Me fui a Sudáfrica, me formé en profundidad y empecé a trabajar». La medicina, pues, quedó atrás, para alumbrar al único miembro español de un sindicato cuya lista de espera para entrar –siempre insatisfecha– es interminable: un millón de personas, según las últimas estimaciones.
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Desde su despacho en la Antwerp Diamond Bourse –Bolsa de Diamantes de Amberes–, Vicente arbitra las compras y ventas según un antiguo rito que no se sujeta a otra autoridad que la del Sanedrín que el sindicato alberga, y donde se dirimen las posibles querellas entre miembros. Allí solo se comercia al por mayor. «Las pequeñas compras han quedado para Ámsterdam», asegura. La mecánica es curiosa, según comenta. «Empezamos a discutir por el precio; nos insultamos por un dólar; debatimos durante horas; y cuando se llega a un acuerdo, se entrechocan las manos y se pronuncia el término 'Massar' que cierra un acuerdo». Estos acuerdos son inviolables, salvo casos muy puntuales. Precisamente, este experto 'vulneró' uno de ellos porque el vendedor había aceptado un precio muy bajo por una mercancía. «Aunque podría haber defendido que el acuerdo era válido, mi honradez está por encima de todo, así que consentí en modificarlo para no perjudicarle. Recuerdo que el comprador lloraba de emoción y el anuncio de mi conducta apareció en los paneles de la Bolsa. Nadie se lo creía».
Vicente Martín es un delicado engranaje dentro del negocio del diamante. Cada cierto tiempo, 'le toca' viajar a Sudáfrica para certificar la calidad de una veta o para inspeccionar una partida de piedras. Aunque el viaje es largo y complicado, le sirve para ver de primera mano el material que se extrae, y a partir de esa visión, clasifica los cristales en función de su color y su nivel de impurezas. «Lo perfecto es que el diamante sea blanco, pero a veces, muy raramente, se dan casos de cristales de color, como uno color amarillo huevo y otro rojo, que es único y que tanto Sensi como yo hemos tenido la posibilidad de admirar». La calidad se marca en función de las impurezas y de cómo se refleja la luz en la piedra, según una tabla internacional fija.
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La producción de diamantes se centra en Sudáfrica, pero también se extraen en Rusia, en la región de los Urales, y en el antiguo Congo Belga, donde no hay opción a entrar ya que son diamantes de sangre. «La modelo Naomi Campbell vino un día a verme porque le regalaron dos diamantes enormes con esa procedencia, y le dije que jamás, ni yo ni nadie del sindicato, nos haríamos cargo de ellos», recuerda Martín. «Los judíos pueden tener muchos defectos, pero su rectitud es incuestionable», asegura.
Cuando los diamantes han sido tasados y ordenados, llega el momento de transportarlos a Londres, a la sede de DeBeers. «Los traslada un avión acorazado, que va recorriendo, sucesivamente, diversos espacios aéreos. Cada vez que se mueve de un espacio a otro, dos cazas de combate del país en cuestión le escoltan. Imagínese que secuestraran un avión de estos; la pérdida sería incalculable, miles de millones de dólares», asevera Martín.
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En el mercado de las gemas hay muchas falsificaciones. «Las piedras de color se tiñen artificialmente mediante bombas de protones o con pigmentos, y hay que tener mucho cuidado». Por ello, se ciñe al diamante, un producto que mantiene un precio estable, que crece a una media de un dos o tres por ciento por año. «Es una inversión mucho más segura que el oro, ya que su precio nunca baja». Tanto los diamantes de Sudáfrica como de Rusia están controlados en su mayoría por DeBeers y el sindicato, y una falta grave por parte de alguno de los asociados puede suponer la pérdida del bruto, es decir, la capacidad de comprar diamantes en bruto, y sin ellos no hay negocio.
En cuanto a los grandes centros de compra y venta, Amberes ha ido perdiendo terreno a favor de Nueva York y Tel Aviv, pero sigue siendo la capital europea de las gemas. El 90% de los miembros del sindicato son judíos, y ello acarrea ciertos peajes: «Recuerdo que durante la Guerra de los Seis Días, llegó un grupo de hombres a mi despacho para pedirme colaboración con el esfuerzo bélico israelí. Les di 5.000 dólares de la época».
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Los grandes clientes de los diamantes hoy tienen, como en casi todo, nacionalidad saudí. «Buscan lo excepcional, diamantes con figuras geométricas raras, con forma de abeto…». También los rusos. «Saben comprar, calidad y cantidad», asegura. Es un ecosistema al alcance de muy pocos. Y este granadino de adopción es uno de sus privilegiados habitantes.
Vicente Martín fue el responsable de tallar el famoso diamante conocido como Taylor-Burton, ya que luego acabaría perteneciendo a Elizabeth Taylor. «Tenía una piedra azul que pesaba más de 400 quilates (unos 82 gramos). Tuve que contarla para darle forma, que acabó siendo una pera. Solo cortarla me costó tres millones de dólares. La vendí en 82 millones». La mujer de Vicente, Sensi, ha mantenido una larga relación con centenares de 'celebrities' españolas y extranjeras. De su autoría era el anillo que hace escasas fechas exhibió la antigua vedette y actriz Norma Duval durante su entrevista con Bertín Osborne en su conocido programa. Y no es el único caso: Vicente acaba de tallar un diamante de 20 quilates para un oligarca ruso. Muchas de esas transacciones se mantienen en el más absoluto de los secretos. Las cifras que se mueven así lo aconsejan.
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