
Domingo, 13 de noviembre 2022, 23:52
El escritor y periodista Víctor Amela (Barcelona, 1960) nos sorprendió hace cuatro años con 'Yo pude salvar a Lorca' (Destino), la confesión de un secreto ... de familia en torno a los personajes que rodearon la muerte del fuenterino. Ahora, cegado por esa luz que desprende el personaje y que ya se podía leer entre líneas en aquella primera novela lorquiana, vuelve para narrar un episodio mucho más luminiscente de la biografía del poeta, los calificados por él mismo como los 98 días más felices de su vida. Estos fueron los de su estancia en Cuba a la vuelta de Nueva York. Estaba invitado a ofrecer unas conferencias durante siete días y acabó quedándose casi 100. Todo ello aparece reflejado en 'Si yo me pierdo', publicada igualmente por Destino, presentada en el festival Granada Noir.
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Este tema fue tratado en el espectáculo '¡Oh, Cuba!', representada en el ciclo Lorca y Granada en el Generalife en 2017, con un pálpito, según Amela, muy similar al que desprende su obra. Con una palabra en común: la felicidad. «Trato de mostrar qué es lo que vivió Federico en la isla, cómo le marcó, cómo empatizó con aquella energía que desprendía el país en 1930. De hecho, cuando se despidió de sus amigos en el muelle de La Habana, les dijo eso: que allí había vivido los mejores y más felices días de su vida».
Es preciso tener en cuenta que Lorca venía de vivir alienado bajo los rascacielos de Nueva York, entre la fascinación y el terror producido por ver cómo se suicidaban los oficinistas tras el 'crack' de la Bolsa de 1929. «Llegó con un estado de ánimo muy triste por aquello», dice el autor. «El artificio de Nueva York, con grandes pequeñeces, con esos negros que quieren ser blancos, a los que designa como carne robada al paraíso, se une en su ánimo al desprecio que Dalí hace de su obra 'Romancero gitano' antes de irse con Buñuel a París, y el abandono de su amante, Emilio Aladrén, quien le deja para casarse con una mujer. Imagínese el panorama».
Para esa fractura sentimental, reflejada en 'Poeta en Nueva York', que trae en el bolsillo, Cuba se convierte en el mejor linimento. «Allí le hablan español, los negros están orgullosos de serlo, La Habana y Cádiz le parecen muy cercanas, y se relaja. Se libera de todos los corsés: los familiares, los sociales, y se muestra tal cual es», comenta el escritor barcelonés. «En Cuba recibe una lección de vida:cómo estar en el mundo siendo feliz, y por ello se queda tanto tiempo».
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La sensibilidad musical de Federico también se dispara en La Habana, donde comienza a oírse el son, en cuyo nacimiento participa directamente, «pues era músico antes que todo», como recuerda Víctor Amela. A partir de ahí, la bebida, la comida, la noche, la juerga, los mulatos, todo se confabula para atrapar al poeta en sus redes. «Dice en algún momento que las mujeres de La Habana son las más bellas del mundo, porque tienen gotas de sangre negra, y cuanto más negra, mejor. Descubre el espectáculo total de la belleza en movimiento».
El autor coloca a Federico ante la posibilidad de quedarse para siempre a vivir en la isla. Y ante ese 'fatum' que le empuja a volver a España. Es esa encrucijada que se resuelve en una solitaria noche de ferrocarril entre La Habana y Santiago, donde escribe 'Son de negros en Cuba' y donde se decide para siempre su futuro. La relación del poeta granadino con la isla, en la que quizá aguarde, escondido en un rincón, el secreto de su voz perdida, se muestra en toda su extensión en la novela de Víctor Amela.
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