Irene Jiménez, junto a una de sus obras expuestas en el restaurante Ginkgo. J. E. C.
Exposición en Granada

El vuelo de Irene Jiménez de la maternidad a la pintura

La artista granadina, hermana del dibujante de cómics Jorge Jiménez, expone 20 obras repletas de simbolismo en el restaurante Ginkgo

Sábado, 28 de diciembre 2024, 00:47

En casa de los Jiménez, Goku lo cambió todo. Jorge, el pequeño, estudió Inef para disimular porque, como todos sabían en Cádiar, lo que quería era dibujar a Goku. Hoy es una de las firmas de cómics más famosas del mundo, autor de Batman ... o Superman. Raúl, el mediano, dibujaba a Goku como nadie, pero tiró por la rama de los héroes y ahora es bombero en Sevilla. Sin embargo, la primera que puso a Goku en la tele y cambió la vida de los Jiménez para siempre fue la hermana mayor, Irene. «Yo era una friki total y les inculqué 'Bola de dragón', 'Los caballeros del zodiaco' y todas las demás», ríe divertida. «A mí también me gustaba dibujar, pero yo necesito expresarme plásticamente. Necesito emplastar, mojar, probar, jugar con el color... De ahí surge mi obra».

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En las paredes del restaurante Ginkgo (Acera de Canasteros, 10) hay 20 pinturas repletas de texturas, símbolos y relieves que, de alguna manera, cuentan la historia más reciente de Irene Jiménez (Granada, 1978). «Cuando terminé Bellas Artes empecé a exponer mi obra», dice bajo la atenta mirada de un galgo observador que cuelga de la pared. «Pero cuando fui madre decidí volcarme con mis niños, Nacho y Aurora, así que he estado diez años esperando este momento. De ahí viene el nombre de la muestra: 'Transición'».

Irene Jiménez, preparando la exposición. J. E. C.

Hace diez años, Irene Jiménez tenía planeada una nueva exposición que, finalmente, se quedó en el aire. «El último cuadro que pinté entonces, estaba embarazada de Nacho. Ese cuadro está aquí, junto a otros que se quedaron en casa, esperando su momento». Al principio de este curso escolar, Jiménez decidió que había llegado el momento de volver a la pintura. Recuperó aquellas obras de antes de los pañales y retomó el viaje por donde lo había dejado. Así empezaron a surgir nuevas obras que terminarían completando la transición –ese viaje infinito de ida y vuelta– entre la maternidad y la pintura.

«Que en estos diez años no haya pintado, no quiere decir que no haya cogido ideas, aprendido y practicado técnicas, incluso con los niños...». De hecho, este lapso de tiempo Jiménez ha combinado trabajos como dependienta con clases y talleres de pintura y manualidades en colegios como el CajaGranada, Salesianos y Tierno Galván. «Todo eso lo llevaba conmigo cuando he vuelto a pintar. Y creo que, si se fijan, notarán el cambio de unas obras a otras».

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Aunque ese cambio impregne la exposición, lo cierto es que las veinte obras de 'Transición' contienen las señas de identidad de Irene Jiménez. «Es una técnica personal, fruto de mi propia investigación». La técnica es aguada, solo que en vez de acuarelas, con tinta china. «Empecé pintando con café, pero es un material que acaba perdiendo tonalidad, por eso cambié. Luego dibujo encima grafismos complicados con mucha simbología. Y me encanta mojar mucho el papel: lo empapo, lo seco, lo empapo, lo seco... así coge una textura muy especial».

Algunas de las obras de Transición.

Hay mucha naturaleza en la obra de Jiménez. Peces cuya raspa contienen un universo entero, gatos de colores imposibles que se asoman al marco, bandadas de aves que vuelan sobre muros rotos, la lengua del pantano de Güéjar Sierra que se pierden en el horizonte, o una deconstrucción de Granada, entre su cerámica y una vista albaicinera con la persiana a medio subir. Cuadros, todos, fragmentarios enmarcados en distintas fases, flotando entre el fondo y el cristal. «Se puede ver el paso del tiempo con elementos que he añadido. Por ejemplo, en los últimos hay un grafismo más tipo cómic».

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Cómic

Desde los días de Goku, el cómic ha estado muy presente en la casa de los Jiménez. «Jorge es un genio. Recuerdo que cuando yo estudiaba Bellas Artes, me pidió un lienzo y pintó un retrato de Federico García Lorca a lápiz increíble». Curiosamente, Jorge Jiménez estaba trabajando en un catering con su hermana cuando empezó a abrirse camino en la industria del cómic. «A mí me gustaba dibujar, pero no tanto como a él. Lo mío es el color, mancharme las manos, buscar formas de expresión distintas», explica Irene, paseando entre sus cuadros por el restaurante Ginkgo. En ese momento entran sus hijos, Nacho y Aurora, y se funden en un abrazo. «¡Son tus cuadros, mamá!», le gritan emocionados.

«Me volqué con la maternidad. De repente pasas de tener todo el tiempo del mundo a estar centrada en ellos... Tenía muchísimas ganas de volver a pintar y pintar y pintar y pintar...». ¿Se arrepiente de haber dejado parada su carrera? «No, para nada, no me arrepiento. Pero aunque no pintara, mi cabeza seguía buscando. El arte es así, el artista está siempre dentro. Es otra forma de ver las cosas y, cuando te pones delante del papel, vuelcas todo lo que tienes. Y yo tenía mucho por volcar. Y lo que me queda», termina la artista granadina, sonriente.

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