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El expívot norteamericano Corsley Edwards (05/03/1979) realiza un canto a la vida ahora que se cumplen tres años desde que decidiese poner punto final a su trayectoria en las filas de la Universidad Politécnica de Estambul, de la Primera división de Turquía. Justo ... en este momento en que también ratifica que tras haber desfilado por veinticuatro equipos de doce países distintos, lo que pretendía después de colgar las botas era «seguir ligado al básquet». Y es que aquel que era conocido con el apelativo de 'Big dog' (perro grande) y se trataba de un 'center armario' por medir 206 centímetros y llegar a pesar 125 kilos se dispone a vivir «con ilusión» su segunda temporada como técnico asistente de los Greensboro Swarm. De un equipo asociado a los Charlotte Hornets en el que ejerce «cómodamente» mientras afronta la competición de la D-League, el torneo de desarrollo de la NBA.
Así, se acerca un poco más al objetivo de ser en el futuro «entrenador en solitario». Pero así también se aleja del que recuerda que fue el «episodio más duro de mi carrera». Ese mismo que siempre hará conservar en su memoria Granada. El 5 de diciembre de 2005, que es cuando disputó el último de los seis partidos a los que se extendió el primero de sus tres ciclos en el 'Cebé', se ocasionó una lesión muscular que se dijo que derivó en los trombos que presentó. Y el hecho de que tuviera que ser ingresado de urgencia «en la UCI» le impide olvidar que «llegué a tener mucho miedo». O que estuvo «varios días atado a una cama» e incluso «pude morir». Por eso, en la actualidad se centra en «disfrutar» mientras se aferra a una proclama que refleja su forma de entender la vida. «Haga que suceda, porque si no lo hace, ¿quién lo hará?», pregunta por Twitter.
El de Baltimore recuerda que decidió ser técnico «porque después de retirarme había intentado hacer otras cosas pero no era tan placenteras como estar cerca del baloncesto». Y también porque Denver Nuggets, una histórica franquicia de la NBA, «me introdujo en el mundo del entrenamiento». Desde septiembre de 2014, y por espacio de trece meses, tuvo encomendada la tarea «de ayudar a todos los jugadores para que realizaran el máximo esfuerzo mientras competían al más alto nivel». Y de esta manera pudo estrechar lazos con quien acabaría siendo una figura clave en su nueva trayectoria: Noel Gillespie. Un técnico de Milwaukee, entonces también asistente de los Denver, que tiró de 'Big dog' cuando los Hornets lo contrataron en julio de 2016 con objeto de vertebrar el recién nacido proyecto de Greensboro Swarm. Sin duda, un reto «apasionante» que a Edwards le permite reconciliarse con su pasado.
«Ahora también puedo enseñar algunas de las cosas que aprendí cuando era jugador y estaba en mi mejor momento. Y también puedo hacer ver a los jugadores que la cosa más importante en el básquet es tener confianza», dice quien se preocupa «en seguir aprendiendo el oficio» mientras ya se marca sus propios objetivos personales. En el futuro quisiera «ser el primer técnico de un equipo». Y aunque fuera «eventualmente» le encantaría desempeñar este papel «en la NBA», pero tampoco le haría ascos a la opción de trabajar en España. Eso sí, tendría que ser merced «a una oferta que no pudiera rechazar y con unas excelentes condiciones para que mi familia se pudiera instalar conmigo», comenta quien así estaría más próximo a Granada.
A una ciudad en la que «los fans me hicieron sentir una súper estrella» y en la que «me lo pasé en grande» tras comprobar que «podía cambiar de escenario en cualquier momento» porque «la montaña la tenía muy cerca». O incluso en la que «aprendí la historia de la Alhambra» y conoció «empresarios, diferentes restaurantes y estilos de vida». Pero en la que también fue objeto de una lesión que dio origen al temor por su propia vida.
El alero croata Nikola Radulovic cayó sobre su pierna izquierda a 6.38 del descanso del partido disputado contra el Fórum de Valladolid en el Polideportivo Pisuerga con motivo de la campaña 2005/06. Esa misma en la que Edwards llegó al 'Cebé' procedente de Fernebahçe turco y que arrancó mal por un enfrentamiento leve con el técnico Sergio Valdeolmillos, debido a la baja intensidad con que se empleaba. Y es que tras sufrir el 'accidente', realizársele unas primeras pruebas y diagnosticársele una simple contusión en el peroné de la pierna izquierda, todo fue a peor. Tras comprobarse en los siguientes días que no sólo «no me recuperaba», sino que encima «no podía andar», fue objeto de una nueva revisión en las que se descubrió que aparte del síndrome de aplastamiento había también una lesión de tipo neurológico-sensitivo en el nervio sural. Tenía trombos, «coágulos de sangre» en el interior de la articulación, y eso ya fue alarmante porque «se me creó un grave problema vascular». «Tenía miedo. Podría haber muerto. Aquello fue lo más difícil de mi carrera», recuerda. Aquel episodio que supuso su internamiento en la clínica de la Inmaculada el 10 de diciembre de 2005, siete días después de que debutara su compatriota y sucesor Jerome Beasley. 'Big Dog' había sido cortado y lo único «bueno» que le quedó de haber estado catorce o días internado fue que «aprendí español».
Le vino muy bien en aquella campaña 2007/08 en la que estando ya recuperado tuvo contrato con el 'Cebé' en dos momentos. El primero se desarrolló del 6 de septiembre al 21 de octubre de 2007 con el fin de suplir la baja de su compatriota Curtis Borchardt, convaleciente de una operación en el hombro izquierdo. Y le dejó mal sabor de boca porque «me habría gustado estar más tiempo. Habría sido mejor para el equipo, ya que estábamos en buen ritmo y ganamos tres de los cuatro primeros partidos. Con mi marcha se rompió la unidad». Su último paso por el 'Cebé' fue del 19 de febrero al 14 de marzo de 2008, tras un paso por el Rosalía de Santiago y una vez que Borchardt fue intervenido en el hombro diestro. Y lo cierto es que la experiencia fue «frustrante». «De nuevo me tuve que adaptar al juego de la ACB, tan distinto al de la LEB», y encima, «los rivales ya me conocían». Los tres partidos que jugó, se perdieron. Otra vez fue cortado y se fue a Gigantes de Puerto Rico pero ya para no volver. Y así dejar a Granada entre sus ensoñaciones.
«No estoy seguro de que aquella lesión fuera la que me ocasionó los trombos, pues con el paso del tiempo tuve otros dos episodios iguales. Así que creo que más bien fue salvavidas para mí porque con los coágulos de sangre puedes morir. Pero ya encontré una forma de controlar la enfermedad. Todavía vivo con eso hoy», desvela.
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