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«Los que de jóvenes hemos sido muy folloneros de viejos somos los más carcas. Sigo igual de canalla, pero ahora estoy más calmadito. Me tienen 'castigado'». Ahondar en lo que fue de aquel gigante de 217 centímetros de estatura que intimidaba bajo los tableros ... y responde al nombre de Miguel Tarín (24/04/1962) es reparar en que «hace ocho años» dejó «definitivamente» la pedanía de Casanueva y regresó a su Barcelona natal. Es también observar que desde entonces tuvo las más variopintas ocupaciones: desde «miembro del cuerpo de seguridad» del ultraderechista Josep Anglada -que incluso lo sumergió en política- hasta repartidor, «llevando papeles y esas cosas». Pero sobre todo, la investigación supone descubrir que este que representase al Baloncesto Granada en la campaña 1991/92 se encuentra «de baja obligatoria» desde mayo del año pasado.
Y todo porque «el estrés» al que se vio sometido «por no tener vacaciones y estar siempre liado» propició que «mi corazón fuera por libre, se me jodieran dos válvulas» e incluso «tuviera que pasar por quirófano» en septiembre de 2016, justo «lo que me impide ahora llevar una vida normal». Así, aquel que fuera techo del básquet nacional en la década de los ochenta se encuentra «a la expectativa» mientras deja muy atrás la mala fama que le persiguió cuando jugó- «llegaron a decir que era un díscolo y un drogado»- y sobre todo, la verdadera adicción que tenía por el reino animal. Aquella que ya lo consagró como un tipo muy singular con una sensibilidad especial. Como alguien que por la franqueza que siempre le caracterizó llegó a proclamar: «Yo no soy hijo de Dios, sino nieto de un mono».
Al echar la vista atrás, Tarín dice que «me encanta Granada». Y que no es casualidad que «me tirara viviendo en ella dieciocho años». Pero también que «esa etapa terminó». Principalmente, porque «no tenía sentido permanecer» después de que «fueran cayendo del tirón los más de veinte perros que llegué a tener» en «una casa muy grande que compré por y para ellos». «Se me hizo muy duro el silencio que se creó» con las ausencias de aquellos «a quienes comprendía con sólo mirar a los ojos», recuerda. Aparte, estaba «el tema laboral», la incertidumbre propia de carecer de ocupación fija le hizo concluir que «a veces hay que cambiar de aires», que es «precisamente lo que hice». Y lo que a la postre le activó, le hizo recuperar su también tradicional ironía y salir de una pequeña depresión igualmente motivada «por el fallecimiento de mi padre» en 2006.
Aparte de que el retorno «me permitió reencontrarme con «la pandilla de golfos, con los amigos del rock and roll con los que andaba en los años setenta», logró disipar pronto la duda «de qué iba a hacer con mi vida». Advierte que «nada más llegar encontré trabajo» y así también pudo compensar la desazón que le supuso refrendar que en el piso en el que iba a pasar vivir «no podía tener, ni cuidar, fieras».
Claro que para compañías singulares las que Tarín llegaría a fomentar con el paso de las fechas. En especial, la que a inicios de esta década le hizo dar el salto al ruedo político de manera «anecdótica» y desde una posición sorprendente habida cuenta de su mentalidad «tolerante»: la extrema derecha. Todo vino, evoca, porque «yo pasé a estar metido en la seguridad de Josep Anglada», que es quien «me convirtió en su hombre de confianza». Y quien «para tenerme muy cerca no tuvo mejor idea que meterme en las listas del partido Plataforma por Cataluña», algo «a lo que me opuse al principio» pero a lo que terminó por acceder después de comprobar que el hoy líder de SOMOS Identitarios «se pasó por el arco del triunfo todo lo que le dije».
De este modo, quien llegase a ser cinco veces internacional absoluto con España no sólo vio su nombre inscrito en las papeletas para las elecciones regionales de 2010 o las generales de 2011, sino además encabezando la candidatura a la alcaldía de Barcelona también en 2011. «Mi consuelo era que no iba a salir», señala hoy entre risas. El hecho de que no pasara de obtener 3.405 sufragios, la décima parte de lo que era necesario para obtener el acta de concejal, no sólo le hizo entender que «para la política hay que creer y servir», sino también que «yo no tenía ni una cosa ni la otra».
Eso ya fue la antesala de su despedida pese a que «en cierta manera me dejaban hacer lo que me daba la gana». Ahora, Tarín se sigue acercando al catalanismo hispánico que defiende CxT cuando señala que «ha sido surrealista» el frustrado movimiento independentista. Pero lo cierto es que vuelve a situarse en las posiciones antagónicas que se le presumían por su ateísmo o su desenfadada forma de ser cuando recuerda que «yo me tomo una caña con quien haga falta, aunque sea de extrema izquierda».
En definitiva, es la contradicción de aquel que no se sentía cómodo mientras disputaba los votos «a los bandoleros de uno y otro lado». De este mismo que ahora estima conveniente «no perder el tiempo con cosas en las que sé que no puedo hacer nada». Una máxima que tiene que aplicar a rajatabla después de «creer que me lo podía cargar todo a la espalda». Pero también, por «no perdonar ni una». Y es que aquello de «estar sin parar» le pudo ocasionar un buen disgusto. E incluso no contarlo, pues «me pillaron por los pelos».
Sucedió que mientras ejercía como «repartidor» terminaba los días «muy cansado», «con taquicardias», lo que motivaba que por «las noches me fuera a urgencias y me tuvieran ingresado hasta las tantas de la madrugada», que es «cuando me liberaban como a Willy» -ironiza- y también «volvía a retomar mi vida». Sin duda, un peligroso bucle -«descubrieron que había sufrido algún infarto»- en el que se vio envuelto «hasta que la doctora dijo: 'basta, como tú no vas a parar, te paro yo'». Lo demás, ya está contado. O no. Por culpa de una afección «que tiene un nombre muy raro y no recuerdo» se le quedó «el corazón dilatado».
Ahora que espera el alta celebra que «todo saliera bien pese a que nadie daba un duro por mí». A sus 55 años quiere volverse a sentir «la animadora fea en los partidos de los veteranos del Barcelona», que son con quienes «mataba el gusanillo», pero por lo pronto ya le reconforta haber constatado aquello de que los viejos roqueros nunca mueren.
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