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Dicen los que saben de esto que para ganar finales primero hay que perderlas. Que los ganadores se deben curtir en la derrota, y lo cierto es que la historia cuenta con más casos de equipos que han seguido ese camino que de los que han llegado a la gloria por la vía rápida. Parece que esa es la línea que deberá seguir el Raca en próximos años. En su plantilla hay integrantes que saben lo que es ascender –Patricia Benet, Julieta Mungo y Andrea Boquete lo hicieron hace un año con el Baxi Ferrol, sin ir más lejos– pero buena parte de su plantilla y cuerpo técnico, como reconocía la propia Maribel Piñar esta semana, eran nuevos en estas lides. Algo que, no hay duda, se notó ante una plantilla tan curtida como la del Recoletas Zamora, que había sufrido lo indecible ante las granadinas en los dos partidos de ligar regular pero que en la 'Final Four' fue capaz de cortocircuitar al Raca hasta hacerle incluso perder su propia esencia. El 'scouting' y a preparación del partido del cuadro castellano fue, sin lugar a dudas, excepcional.
Además, el día ya había empezado en cierto modo torcido. La organización de la fase de ascenso consiguió que el Fausto Vicent registrase un ambientazo teñido –sobre todo en la primera semifinal– de negro y amarillo, los colores locales. El pabellón de Alcantarilla, es un coqueto recinto con aroma a baloncesto de toda la vida, con doble grada sin fondos y ese tono clásico que da el ladrillo visto, incluso en el interior. Los decibelios respondieron a lo que había en juego, pero quizá no algunos aspectos organizativos.
Si ya había levantado ampollas ubicar a los equipos participantes en Los Alcázares, a casi una hora en bus de Alcantarilla –lo que forzó al Raca renunciar a su sesión de tiro matinal–, la ausencia de una pista auxiliar de entrenamiento, requisito a priori indispensable exigido por FEB , llamó la atención. De ahí que tanto el Manuela Raca como el Recoletas Zamora tuvieran que comenzar su calentamiento en un pasillo, mientras concluía la primera semifinal. Desde luego, un hecho muy alejado de lo exigible para quien quiere asaltar la máxima categoría nacional.
Triple y rebote
La espera, tensa, se prolongó, para más inri, por la prórroga en la primera semifinal, a consecuencia de la sangre fría de la samoana Leaupepe en las locales y la base Lucía Togores en las madrileñas. Finalmente, el factor cancha, que había lastrado al Jairis durante minutos por su enorme presión, jugó a favor de las murcianas y permitió la salida del Raca al fin.
Comenzó el partido casi a las 19:30 horas, media hora después de lo previsto –¿quién pensaba que, empezando el primer encuentro a las 17h, el segundo lo iba a hacer a las 19h?– y lo hizo con el Raca por detrás en sensaciones desde el mismo salto inicial. El rebote fue un agujero –seis ofensivos de Zamora en el primer cuarto– y la zona castellana, territorio prohibido. Las granadinas vivían en el alambre del acierto perimetral, un clavo ardiendo que no siempre funciona. Lanzaron 18 triples, por solo 11 tiros de dos en la primera parte. Y acertaron solo con cuatro, bagaje a todas luces insuficiente. Cierto es que dos casi consecutivos de Nauwelaers llevaron el éxtasis a la afición granadina –más de un centenar en el Fausto Vicent– pero una oportuna defensa zonal zamorana permitió al Recoletas marcar una renta enorme en el intermedio para lo que suele estilarse en partidos de tantísima tensión.
Pero lo peor estaba por llegar. El alambre ardiendo del tiro exterior terminó por cercena cualquier opción granadina. Cuatro errores nada más volver del descanso permitieron un rápido 7-0 rival que convirtió la fiesta en una auténtica quimera (44-24). Cada ataque colegial era como una dolorosa visita al dentista. No había rendijas en la defensa zonal del Recoletas y los triples volaban sin parar y sin acierto alguno. A las de Piñar les costó ocho minutos anotar en el tercer cuarto, y hasta 17 meter su primer triple tras el descanso –obra de Mamen Blanco–, cuando ya todo estaba resuelto.
El Raca no fue el equipo que la afición granadina ha conocido durante una temporada llena de altibajos emocionales y que acaba en la orilla de lo que hubiera sido el mayor éxito de la historia del baloncesto femenino local. Es lógico que las lágrimas brotaran al final. Por el dolor de la derrota. Por el orgullo del camino. Por una temporada para la historia cerrada como nadie quería
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