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Una pachanga tiene sus normas, no crean. Todo el que ha jugado una lo sabe. Por ejemplo, para ir a una pachanga de baloncesto te vistes con tus mejores prendas, con esas con las que te sientes tan jugador de la ACB como príncipe de Bel Air. Así entra el músico Dj Toner en el polideportivo Cruz de Lagos. «El baloncesto de la calle tiene otros códigos: el tres para tres, jugar a una canasta... es el lenguaje que aprendimos de niños», dice. Toner se enganchó al baloncesto en los 80, con los Gigantes del Basket, y está nervioso con lo que pueda pasar mañana: «¡Vuelve la ilusión de estar entre los grandes! Si el Covirán sube a primera –señala con las cejas a un grupo de chavales que corretea por el fondo de las pistas–, muchos niños de nuevas generaciones se apuntará al basket».
Las pachangas se organizan con tiempo, para que no falte nadie. Pero también surgen así, espontáneamente, con un venga, vente, que es por los viejos tiempos; y trae balón, que no tenemos. En esos casos, claro, si el whatsapp te pilla saliendo del curro, lo de la ropa es lo de menos. Javier Chica aparece bajo canasta con vaqueros, polo y zapatos. «No os preocupéis, que os voy a ganar igual», bromea. Chica fue jugador profesional y pasó por Jaén, Oximesa, Puleva, Huelva y Algeciras, entre otros. Ahora es ingeniero, tiene una empresa de construcción y un restaurante en el Paseo de los Tristes, el Ruta del Azafrán. «El Covirán se merece volver a la ACB. Ha hecho un temporadón. Es un buen equipo con un buen entrenador. Pablo Pin es de una familia de ganadores y él ha puesto esa faceta».
JAVIER CHICA
Todo el mundo sabe que en una pachanga importa muy poco si has sido o no profesional. Tampoco importa la edad y por eso no se pregunta, aunque aquí todos están más que vacunados. «La pachanga es un momento de disfrute –responde Jesús Rodríguez, gerente del Centro Comercial Neptuno, uno de los patrocinadores del Covirán–. ¿La última vez que jugué? Sí, la recuerdo, fue con los amigos y me rompí el rotuliano completamente», ríe. En el ABC –o el ACB, como gusten– de la pachanga está escrito que se permite soñar. Una buena pachanga es equivalente a una gran final y un verdadero pachanguero sentirá que se juega el universo; sentirá, de hecho, como si su equipo, el Covirán en este caso, fuera un hijo suyo. «Soy el padre de Germán Martínez, el base del Fundación», dice Germán Martínez, catedrático de proyectos de Ingeniería de la UGR. «Echar un ratito de baloncesto siempre encaja, como el punto y coma», sonríe mientras bota el balón. «En casa estamos ilusionados. La ACB pone a Granada en el mapa nacional, un mapa que nunca debió dejar. Para Granada es una economía más».
En una pachanga reglamentaria prima el buen rollo, pero ganar te da derecho a regodearte durante toda la semana. De eso, de derecho, sabe mucho Antonio Mir, vicedecano del Colegio de Abogados de Granada: «En una pachanga se compite siempre –explica– y el objetivo es hacer el menor ridículo posible y pasar un buen rato. Esto es amistad». Mir es presidente del Club Deportivo Agustinos y en casa todos son socios del Fundación. «Hemos acumulado mucha ilusión y volver a la ACB es un impulso para la ciudad. Qué grande el Palacio de los Deportes, esos llenazos espectaculares... Es que Granada es ACB, por afición y por tradición».
germán martínez
Pepe Lechuga, ferroviario, dejó de jugar pachangas hace tiempo. Pero como se indica en el código de las pachangas, uno deja de jugarlas hasta que decide volver. «Al final siempre vuelves, jugar es un gusto –coge aire, tras tirar a canasta–. La pachanga es camaradería, disfrute, sudar... y las cervezas de después, eso es lo mejor». Pepe es uno de los fieles en el Palacio y está que no cabe de alegría con el posible ascenso. «Aquello es una caldera. Las 1.500 personas parecemos 4.000. A pesar de la covid, creo que animamos más en comparación con antes. Hay ganas».
Una pachanga se juega con lluvia y sol, y dura exactamente lo que dura una pachanga, que suele rondar entre los quince minutos y las cuatro horas. «La pachanga es la ilusión por mantenerte en el mundillo del baloncesto, te sientes parte de algo más grande», aclara José Manuel Burgos, de CajaGranada. «Estoy encantado de la vida, no me esperaba que el Covirán estuviera tan fuerte. Hay muchísima afición con ganas de volver a la élite. Granada se va a volcar», promete.
Los equipos en una pachanga surgen de una sesuda reflexión de reparto de talentos o, simplemente, del color de la camiseta. «¡Colorados contra el resto!», avisan antes de empezar. Porque en una pachanga reina la democracia, no manda nadie ni se reparten mandatos por turnos. Y mucho menos si eres político. «Descubrí el baloncesto con 14 años, con las olimpiadas y los partidos de la NBA de madrugada –Paco Cuenca, portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Granada, echa la vista al cielo, rebuscando en la memoria–. Me saqué el título de entrenador nacional de Baloncesto, tuve el honor de ser coordinador de la cantera del Covirán y fui entrenador de un tal Pablo Pin». Cuenca cree que el Covirán en la ACB es ligar Granada a una marca positiva por toda España, «y más ahora, en postpandemia, es un estímulo y una ilusión».
Paco Cuenca
En una pachanga, por cierto, juega hasta el apuntador –literalmente–. Tras coger un rebote y meter la última canasta de la velada, Jesús Lens, escritor y gestor cultural, mira a la tropa y arenga sin atisbo de duda: «Una cosa os digo. A esos que dicen que lo mismo el equipo no está preparado, que no hay fondo o músculo económico... ¡A tomar viento! Que venimos de un año de pandemia, que quiero ver al Granada en la ACB». Y así, con las manos unidas en corro, los pachangueros gritan lo que llevaban aguantando desde que pisaron la pista: «¡Granada es ACB! ¡Granada es ACB!».
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