El equipo rojinegro lucha con honores para marcharse con dignidad de la Liga Endesa

Por mucho que las matemáticas sigan sin confirmar oficialmente el descenso, la sensación de pesadumbre en torno al Covirán es notable desde hace varias semanas. Aquella polémica derrota ante el Hiopos Lleida en casa, y la que se produjo acto seguido en Miribilla frente al Surne Bilbao, pusieron ya contra las cuerdas a un equipo rojinegro obligado en esos momentos, además de a firmar una remontada con tintes de histórica, a reconstruir un plantel mermadísimo por las lesiones en el momento clave del curso. Demasiados boletos en la urna como para que al club granadino no le tocara afrontar el primer descenso de su hasta ahora gloriosa existencia. Una dolorosa realidad que a la que la mayor parte de la afición se resigna ya desde hace un tiempo y que la derrota contra el Barça, unida a los triunfos de Bàsquet Girona y Morabanc Andorra, no ha hecho sino acercar un paso más.

Sin embargo, hay formas y formas de decir adiós a una competición, y el Covirán ha apostado por la que seguramente no es la más fácil, dado el escenario clasificatorio. Con el descenso casi garantizado y la mayor parte de jugadores sabiéndose agentes libres para el próximo curso, no sería extraño, sería casi hasta humano, que alguno, en argot popular, 'echara el culo fuera' en este arduo epílogo de la ACB.

Pero al Covirán le honra que ha decidido despedirse dando la cara. A diferencia de lo sucedido en el último envite en el Palacio frente a Valencia Basket, así lo hizo en Tenerife una semana atrás, cuando puso contra las cuerdas durante treinta minutos al segundo clasificado de la competición. Y lo mismo intentó ante el Barça, por mucho que la abismal diferencia de potencial entre ambos equipos fuera palpable casi desde el salto inicial. Así, aunque ciertamente el cuadro culé ganó cuando quiso y como quiso, los rojinegros opusieron una honrosa resistencia para enorgullecer a su parroquia.