Scott Bamforth muestra en su muñeca derecha el tatuaje con el nombre de su hijo, Kingzton. Pepe Marín
Covirán Granada

'Manual de resiliencia', por Scott Bamforth

Huérfano a los quince años, estuvo a punto de perder a su primer hijo nada más nacer. Entre tanta tragedia, se aferró al baloncesto.

Viernes, 13 de septiembre 2024, 00:17

A lo largo de toda su carrera, incluyendo un periplo universitario de tres años en Weber State y tres encuentros con la selección de Kosovo, el escolta del Covirán Scott Bamforth ha lanzado, según la base de datos Proballers.com, 3920 lanzamientos a canasta en ... partidos oficiales, encestando 1726 de ellos, un 44% del total. Tiros que, salvo alguna excepción efectuada con su mano no dominante, han sido propulsados desde su muñeca derecha, donde el jugador estadounidense –nacido en Albuquerque, Nuevo México, hace 35 años– cuenta con una ayuda especial e inspiradora: sobre la piel de esa articulación está grabado el nombre de su primogénito, Kingzton. «Me lo tatué en la mano de tiro, mi mejor amigo hizo lo mismo con su hijo. Siempre está ahí, tirando conmigo», rubrica.

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Tiene razones sobradas Bamforth para poner a la familia por encima de todo, más allá de frases hechas. En mayo de 2002, a los doce años, encontró el cadáver de su padre, víctima de un infarto fulminante. Paralelamente, su madre padecía una grave patología hepática, que terminaría con su vida en diciembre de 2004. El escolta rojinegro —que hoy llama 'mamá' a la mujer que le adoptó tras el doble fallecimiento– ejerció incluso de cuidador principal de su madre biológica durante meses, debiendo de ausentarse de multitud de clases. Montado en semejante montaña rusa emocional, el baloncesto emergió como vía de escape. «Siempre lo ha sido, desde que tenía doce años. Cuando había problemas, me iba a la cancha a jugar o a entrenar. Así encontraba la felicidad, y ahora, como adulto, sigue siendo así: aunque desde luego mis hijos son lo que más feliz me hace, el baloncesto sigue estando ahí porque en él mi mente se siente libre», reflexiona el , pese a tanta dificultad vital, mejor jugador del estado de Nuevo México en 2007,

Pero hay más. En 2011, Bamforth comenzaba su segunda temporada en Weber State, a donde había llegado tras destacar en el 'Junior College' de Western Nebraska. Tras una grave lesión en el brazo, que le hizo pasar un año en blanco, ejercía como el perfecto escudero perimetral de Damian Lillard, hoy superestrella de la NBA. Fue entonces cuando, otra vez, la vida le puso a prueba justo antes de ser padre primerizo. Su esposa, Kendra, había sido diagnosticada de preeclampsia durante el embarazo, condición de riesgo tanto para la madre como para el futuro recién nacido si no se realizaba una cesárea precoz. En la mañana del seis de noviembre, Kingzton vio la luz, pero cuando su padre estaba a punto de cogerlo, las puertas del infierno se volvieron a abrir: repentinamente, el bebé dejó de respirar y su piel se tornó azul. Los siguientes minutos parecieron horas para Bamforth, apartado en un pasillo mientras el personal médico trataba de reanimar a su vástago. Mientras, Kendra seguía sin despertar de la anestesia, por lo que todos los demonios del de Albuquerque resucitaron de golpe. Con apenas 22 años, volvió a mirar de frente al drama. «Pensé que ambos morirían, porque nos habían dicho los riesgos desde el primer momento», admitió en su día en 'Associated Press'. Afortunadamente, Kingzton pudo ser reanimado, Kendra despertó y, tras varios días del pequeño en la UCI pediátrica, la familia abandonó el hospital. Antes, solo cuatro noches después del dramático nacimiento, Bamforth anotaba cinco triples en el primer partido de la temporada de Weber State, contra Northern Nuevo México. De nuevo, la mente libre por un par de horas. Y Kingzton tirando con él, aunque aún no grabado con tinta sobre su piel.

«Creo que resiliente es una palabra que me define. Lo he sido siempre, en el baloncesto y fuera de él. Siempre intenté ganarme la vida haciendo lo que tengo que hacer por mí y por familia, así que sí, creo que lo soy», estima Bamforth sobre su forma de afrontar los problemas de una vida casi permanentemente subida a una montaña rusa emocional. «A veces las cosas vienen como vienen y hay que aceptarlo y afrontarlo, ser resiliente y agradecer lo que tienes. Algo que aprendí desde pequeño es que tienes que pasar por malos momentos para ser agradecido cuando lleguen los buenos. Cuando tienes salud y todo va bien, debes apreciarlo… Esa es mi vida», reflexiona.

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En forma

En plena madurez personal, y con tres hijos junto a Kendra, afronta Scott Bamforth su segundo curso en Granada. Muy diferente al primero, cuando llegó casi como 'apagafuegos' a última hora tras el fallido intento rojinegro con Will Barton. Fueron apenas cinco partidos. «Llevo doce años en Europa y nunca había llegado a un equipo a esas alturas, siempre he estado desde el inicio, así que fue algo nuevo para mí, y mi único objetivo fue ayudar en lo que pudiera a ganar, fuera anotando o defendiendo. Sabía que la situación era delicada, y solo quería poner mi granito de arena», asegura. Aquello fue un aprendizaje forzoso: «he tenido muchos compañeros en mi carrera que han venido a un equipo por un mes o dos, y siempre me costó entender lo que sentían… hasta la temporada pasada. Es complicado, no quieres hacer demasiado, pero tampoco muy poco. Quieres colaborar como puedas para ganar. No fue fácil, tuve que cambiar mi forma de ser para encajar en el equipo, porque llegué y a los dos días estábamos jugando un partido importante en Palencia», prosigue.

«Desde pequeño aprendí que hay que pasar por malos momentos para ser agradecido cuando lleguen los buenos», reflexiona.

Bamforth fue partícipe del objetivo y, tras la agónica permanencia granadina, sabe que esta campaña su rol será diferente. «Vine a un equipo con papeles muy claros y tuve que apañármelas para encajar, intentando no alterar mucho las cosas. Ahora tendré un rol más importante, se verá mejor lo que puedo hacer», confía. Como se ha venido vislumbrando en los cinco partidos que ya ha disputado el Covirán en esta pretemporada, en los que el escolta firma 15'4 puntos de media con un brillante 48'6% de efectividad desde el triple —56'6% si se excluye el partido callejero ante Petro de Luanda, anómalo en cuanto al viento y la luminosidad—, el de Albuquerque quiere dar un paso al frente este curso. «Ahora puedo ser más yo, estoy desde el inicio, puedo mostrar mis capacidades, el tipo de jugador que soy. El año pasado quizá estaba más temeroso, este es diferente porque me siento uno de los jugadores principales, así que es más fácil expresarme en la cancha», subraya. Los hechos, de momento, le dan la razón tras pasar los últimos meses trabajando en Arizona, espoleado por sus hijos. «Me siento bien, es curioso que este verano ha podido ser uno de los que mejor he trabajado en toda mi carrera, en quince años. Mis hijos me motivan, me dicen que me hago mayor y eso me pica porque quiero seguir demostrándoles que sigo siendo bueno. Siempre trabajo mucho en verano, pero este realmente me he llevado al límite… y creo que se está empezando a notar. Acabo de cumplir 35, pero me siento muy bien», desvela.

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Con todo, el exjugador de Baloncesto Sevilla, UCAM Murcia, Bilbao Basket y Río Breogán en la Liga Endesa no reclama para sí un protagonismo especial en los esquemas de Pablo Pin. «No pienso en si quiero ser el líder o una pieza más. Creo que esas cosas llegan con naturalidad», defiende, consciente de que la cancha pondrá las cosas en su sitio. «Todo el mundo acaba sabiendo quién es líder y quién no lo es, no es algo que haya que decir de antemano. Yo no hablo demasiado, no digo '¡oh, soy el líder!'. El líder no es el que más habla o el que menos lo hace… pero al final todo el mundo acaba sabiendo quién lo es», argumenta. Eso sí, parece convencido de por dónde le irá mejor a un Covirán que no ha apostado por el tamaño. «La mejor forma en que podemos jugar es rápido. Si hacemos eso, tenemos buenos jugadores que pueden hacerlo bien, que encajan en ese estilo. Nuestros pívots pueden hacerlo, son móviles, así que creo que ahí podemos sacar ventaja. Rebotear bien y jugar rápido en transición es el estilo que más nos pega», sostiene.

Buena parte de las opciones de éxito del Covirán pasan por el puesto de '2', donde Bamforth alternara minutos con Gian Clavell, con quien a buen seguro que también los compartirá. «Es bueno tener a un jugador como él en el equipo, y claro que creo que habrá momentos en que jugaremos juntos, pero ahora mismo no pienso demasiado en eso, vamos a jugar contra equipos de mucho nivel, con grandes jugadores, y hay que estar preparados para salir a por ellos y hacer nuestro trabajo lo mejor posible, porque si jugamos bien el equipo ganará y eso es lo único en lo que pienso ahora», zanja.

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Kingzton

Mientras, sobre la situación de su pasaporte kosovar, el escolta asegura «no saber demasiado», si bien no oculta que «había escuchado que se suponía que iba a empezar la temporada como comunitario», algo con lo que ya no cuenta el club rojinegro, al menos, hasta el inicio de 2025, según fuentes de la propia entidad, en la que Kingzton Bamforth formará parte de las categorías inferiores esta campaña. El ojito derecho, nunca mejor dicho, de su padre, sueña ya con jugar baloncesto universitario en Estados Unidos, y, de hecho, comparte sus progresos en la cuenta de Instagram 'Road to Scolarship' —'El camino a la beca'—. «Se va haciendo mayor y ha vivido rodeado de baloncesto desde que yo estaba en la universidad. Tiene 12 años, ha viajado por el mundo con el baloncesto y le encanta jugar y ver los entrenamientos, así que un día me dijo que le motivaba entrenar, trabajar y enseñarle a la gente cómo lo hace para animarla a hacer lo mismo… Así fue como empezó. Quiere conseguir esa beca, eso fue idea suya y creo que le hace bien, porque se levanta cada día motivado para entrenar y además le encanta hacer los vídeos y editarlos. La verdad es que me hace sentir muy orgulloso», apoya 'papa Bamforth' que, eso sí, tiene claro quién sigue mandando en casa... al menos en la cancha. «Jugamos alguna vez, lo intenta… pero nunca me ha ganado. ¡El día que me gane no vuelvo a jugar más!», sonríe. Ya saben la consigna: pasar por los malos momentos para disfrutar cuando lleguen los buenos. Palabra de resiliente.

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