El tema da para mucho, y para más que seguirá dando. Lo de si un futbolista, o una figura del deporte, debe manifestarse públicamente sobre asuntos políticos o sociales, o si tiene que limitarse a hablar de 'lo suyo', sobre el próximo partido, de sus ... isquiotibiales, o del 4-4-2, sin salirse del guion y de los a veces insufribles lugares comunes. Yo siempre he pensado que los deportistas, como los artistas, actores o músicos con ascendente popular, tienen el derecho, e incluso la obligación moral, de hacerse partícipes de los problemas de la sociedad en la que se insertan. Muchas veces me ha irritado la indiferencia del crack ante situaciones que incluso inciden en compañeros de equipo y de profesión. Recuerdo el obsceno y general silencio de los jugadores españoles ante las reivindicaciones de las jugadoras de la selección. Por no hablar de la inhibición ante conductas racistas, discriminatorias o de mal trato hacia otros deportistas, que sólo han encontrado aisladísimas tomas de postura. Sin dejar de lado tampoco, más allá del puro corporativismo, el unirse a la denuncia de generalizadas violaciones de derechos humanos, aunque aquí el color de la bandera propia condicione tristemente la mirada.
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Por eso a mí me ha parecido excelente la exposición que hizo Kylian Mbappé sobre la situación que se presenta en Francia ante las elecciones legislativas y la posible victoria de la extrema derecha. Digo excelente, no ya sólo por el contenido y la forma ponderada de expresarlo, llamando al voto de la juventud frente a los peligrosos extremos, sino por el mero hecho de haberse pronunciado, en una encrucijada para el futuro de los derechos y libertades en su país. Incluso si no estuviera de acuerdo con el sentido de su mensaje, me hubiera parecido igual de oportuna la participación en el debate público, como han hecho otros compañeros suyos del seleccionado galo. Y lo elogio cuando en anteriores ocasiones este jugador había adolecido de cierta frivolidad en alguna alusión medio ambiental, y de un palpable endiosamiento mediático. Hoy, aunque se pronuncie próximo a alejarse físicamente de París para engrosar el Real Madrid, no hay que dejar de destacar su valentía y claridad de ideas.
En cambio, pese a su reconocida trayectoria de sensatez y cabeza bien amueblada, no me han parecido afortunadas las declaraciones de Unai Simón sobre la misma cuestión. Esta vez no. Respetando su derecho, cómo no, ante preguntas periodísticas, a no pronunciarse sobre determinados asuntos, no comparto un desmarcaje general de los 'temas políticos' como el propugnado por el guardameta del Athletic. Simón entiende que los jugadores se pronuncian «demasiado» sobre circunstancias ajenas al fútbol y que no están para eso. Que para eso están «otras personas o entidades». Creo sinceramente que se equivoca.
No hablamos, es obvio, de que los deportistas tengan que abonar el partidismo, o que monopolicen las comparecencias ante los medios con aspectos ajenos al ejercicio de su profesión. Pero hay situaciones en las que se agradece esa implicación ante una afectación general de su comunidad, o de cualquier comunidad que sientan como propia, que deberían ser todas, en particular ante consumados o previsibles atropellos a derechos personales o colectivos. ¿Callaría de igual manera Unai si la amenaza incumbiera a los suyos, a los de su raza, origen, credo o condición? No creo, o no debería. Por lo que tampoco tendría que afear que otros compañeros lo hagan cuando ven afectados esos derechos básicos. La mera opinión sobre tales temas por parte del deportista de élite, con indudable influencia en la sociedad y en la juventud, ya habría de ser, de por sí, positivamente recibida. Con la lógica exposición a la crítica, por supuesto. Al fin y al cabo son, primero, ciudadanos, y luego estrellas del balón.
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