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Pep Guardiola, durante una rueda de prensa. REUTERS
Fútbol | Opinión: El entrenador obsesivo

El entrenador obsesivo

Cartas desde China ·

«Jugar es distraerse, olvidarse del yo y reintegrarse en el eterno círculo de la naturaleza»

KEVIN VIDAÑA

Viernes, 20 de noviembre 2020, 13:51

Los entrenadores obsesivos son enterradores de las capacidades reales de los jugadores. La palabra obsesión viene del término latín 'obsessio', que significa asedio, asediar con ideas fijas lo que es pura variación. Hablamos de una perturbación mental que engendra sufrimiento y miedo puesto que es incapaz de corresponder el movimiento fluyente. El juego solo es juego desde una mente tranquila, que no medidora y clasificadora, que no individualista y separatista, donde nada es más importante que nada y todo es a la vez condicionante y condicionado, autónomo y dependiente, causa y efecto, unidad.

Jugar es distraerse, olvidarse del yo y reintegrarse en el eterno círculo de la naturaleza. De Pep Guardiola se dijo que «el día antes de un partido es muy difícil hablar con él; es capaz de pasar a tu lado y ni siquiera saludarte porque está concentrado en el equipo rival». Palabras que no me parecen justas para el entrenador que supo hacer unidad del juego, que deshizo los conceptos de espacio y tiempo, ataque y defensa, entre otras mentiras impuestas. Obsesionarse es perder vista, resistir y contraer, mirar en facciones negándose a entender. Fritz Perls decía que «el perfeccionismo es una maldición» y Ozelot alumbraba diciendo que él no quería «estudiar un punto mientras todo se expande».

La obsesión y el perfeccionismo son fijaciones mentales que lo único que hacen es entorpecer la acción verdadera. Idealizaciones que presuponen la autenticidad de las cosas, cuando estas no se dejan conocer por ser todo tan complejo. La obsesión y el perfeccionismo nacen del miedo que quiere tenerlo todo bajo su control cuando la naturaleza demuestra a cada instante que es incontrolable. Fernando Aramburu hablaba del juego cuando decía que «nos esforzamos por darle un sentido, una forma, un orden a la vida, y al final esta hace con uno lo que le da la gana». Y Jorge Valdano dejó de ser entrenador reconociendo que le faltaba obsesión, pues amaba tanto el juego y la vida que no quería morirse de apegos y posesiones, bobadas que no conducen a ningún sitio aunque nos vendan insistentemente que sí.

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