El hombre que estuvo en Chateauroux
Las pruebas de tiro se celebran en el centro justo de Francia, a 300 kilómetros de París, entre cabras y viejos barracones militares
Pío García
Enviado especial a París
Viernes, 2 de agosto 2024, 16:01
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Pío García
Enviado especial a París
Viernes, 2 de agosto 2024, 16:01
Quizá sea una de las tres o cuatro personas en el mundo que ha estado en Chateauroux. El olimpismo te da esas ventajas; son timbres de gloria comparables a ganar una medalla o casi. Usted se morirá sin conocer Chateauroux y yo no. Da la ... impresión de que los organizadores de París 2024 se han comportado en esto como las madres de los pueblos y han mandado a los chavales a pegar tiros a un descampado para que no le dieran un perdigonazo a alguien. Así que ahí estaban Alberto, Andrés, Fátima y Mar sacando la escopeta en un erial a 300 kilómetros de París.
A las siete de la mañana aparecí con mi mochila en la estación de Austerlitz, que tiene nombre de batalla napoleónica e instalaciones de urinario en Bangladés. Una amable señorita de la SNCF, la Renfe francesa, puso los ojos como platos cuando le dije que quería ir a Chateauroux, ciudad súbitamente famosa. El primer tren estaba lleno y el segundo también. La mujer no salía de su asombro. ¡Pero qué dan en Chateauroux! ¿Han descubierto allí un cerdo de 600 kilos o un buey de dos toneladas? A mí me ofrecía una posibilidad muy bonita y geográfica: pillar un tren, desviarme un poco, bajarme en Orleans, esperar otro tren y llegar, con un poco de suerte, cuatro horas más tarde.
Me cogí un coche de alquiler. Conducir por Francia es muy agradable. Parece que la naturaleza esté diseñada por paisajistas. Se diría que plantan los campos de girasoles o de patatas no por el dinero que dan, sino por lo bien que quedan entre arbolitos frondosos, suaves colinas y ríos caudalosos. Después de seis ríos caudalosos, 47 suaves colinas y 435 arbolitos frondosos, uno llega a Chateauroux. En el campo de tiro hacía un calor de película porno y contemplé horrorizado cómo un voluntario había empezado a licuarse por los sobacos. Pagué cinco euros por un helado y siete por una fanta, pero hubiera entregado a mi hijo primogénito en sacrificio a cambio de un botella fría de agua. No digamos ya una cerveza.
El Centro Nacional de Tiro Deportivo está situado entre barracones militares y cabras de mirada filosófica. Vaya usted a saber por qué lo han construido aquí, pero dicen que es el más grande de Europa. El foso olímpico es un deporte serio y racional porque no necesita VAR ni jueces de estilo: sale el plato y hay que darle. Las españolas se quedaron en el casi, qué le vamos a hacer. Luego cogí el coche, volví a pasar al lado de ríos caudalosos, suaves colinas y arbolitos frondosos y llegué a París. Lo guardé en el garaje, saqué la mochila, lo cerré, subí a la agencia y metí las llaves en el buzón. Fue entonces, justo entonces, en ese exacto momento, cuando descubrí que me había dejado la cartera en el asiento. Llevaba el dinero, las tarjetas, la documentación, el carné de la biblioteca. Era medianoche, allí no había nadie y la oficina no la abrían hasta las siete. Estas cosas las cuento para que vean que no exigen un mínimo de cociente intelectual a la hora de conceder las acreditaciones y que no todo está siendo pasearse por los Campos Elíseos.
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