La cancha es redonda

La cancha es redonda, siempre lo supe. Como La Flor de la Vida, esa figura geométrica hexagonal compuesta de 19 círculos y 36 arcos circulares, que representa el origen del Universo y de todas las cosas. Se dice que es un cuadrilátero para gusto de rectos y especuladores, para aquellos que les gusta más invertir en bolsa que sentarse sobre el pasto y la pelota, pero yo siempre supe que ese cuadrilátero escondía su grandeza en los círculos. Francisco Seirulo limpió jugada hace unos días diciendo:«La referencia en el juego del Barça es la pelota, las referencias no son ni las porterías ni las áreas, nos organizamos entorno al balón y cuando no lo tenemos queremos recuperarlo rápido».

Y es que en la esfera se encuentra, como decía Drunvalo Melchizedek, «cada fórmula matemática, cada ley de la física, cada armonía de la música, toda forma de vida biológica incluyendo tu cuerpo específico». La redondez es un símbolo asociado de manera histórica con lo sencillo, lo natural y lo sagrado. Así que la cancha debe ser redonda y lo cuadrilátero solo geometría impostora. El terreno dice dividirse en dos mitades de la misma longitud separados por una línea media donde se traza un círculo, un círculo gigante que a través de su forma y dimensiones nos avisa de pura trascendencia. Es aquí donde los equipos se convierten en dominadores.

Después vienen los círculos de las áreas, redondeces de 9.15 m que tienen como eje estructural el punto de penalti y se visten a la mitad. Se muestran así para llamarnos la atención. Para decirnos que para ocuparlos sin riesgos deberíamos considerar antes la línea y círculo central que divide las dos mitades y también para concienciarnos de que el penalti es un premio agridulce, que sin ser pureza del juego actúa como recompensa del circundar estos lugares. Aquel Barça de Guardiola fue el equipo que más penaltis generó a favor porque fue el equipo que estuvo en esos lugares el mayor número de tiempo en las mejores circunstancias. Lógica aplastante, lógica redonda.