Soulymane Kabore muestra sus botas actuales y las cangrejeras con las que empezó. Alfredo Aguilar
Fútbol

Con cangrejeras para llegar al estrellato

Soulymane Kabore lamenta haberse visto obligado a ser «un buscavidas» para poder triunfar en España | Con la necesidad añadida «de ayudar a mi familia», el pivote del Pinos Puente dejó con 16 años Burkina Faso, a la que representó con la sub 20

Sergio Yepes

GRANADA

Domingo, 22 de abril 2018, 02:05

Soulymane Kabore, un mediocentro defensivo que por «ser polivalente» puede cumplir «bien» como «central» e incluso en «ambas bandas del lateral», piensa que le fallaron las cuentas cuando de lo que se trató fue de buscar la «oportunidad» con la que «demostrar lo que valgo» ... para así «poder vivir del fútbol». El 9 de junio de 2009, a la edad de dieciséis años, estuvo dispuesto a dejar atrás Uagadugú -la capital de Burkina Faso en la que nació hace veinticuatro- con tal de encontrar «un sitio en algún club europeo». Pero también, los recursos necesarios para «poder ayudar a mi familia», que esa fue precisamente «la razón» de que me «decidiera a salir de casa tan pronto». Y de que así acabara cubriendo «como un buscavidas», y no como el «jugador» que ya sentía que era los cerca de tres mil kilómetros que pensaba le distanciaban de la gloria. Hasta que en 2010 logró que el Granada CF le abriera las puertas de su cantera se vio en la necesidad de trabajar en un invernadero e incluso de tener acogida en un par de centros de menores de Almería. Y ahora que se encuentra nuevamente en el CDP Pinos Puente -el club de Segunda andaluza al que llegó del Arenas a mitad de esta temporada para ampliar un modesto deambular por el balompié provincial- no hay quien le discuta que si hubiera viajado en un momento «diferente», y fundamentalmente, bajo los dictados de «un buen representante», podría haber llegado «más lejos». Porque aunque bien es verdad que con botas de tacos pudo reemplazar las cangrejeras de que se llegó a valer para domar el balón y convertirse en promesa, lo cierto también es que aún no podido sacarles brillo.

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Con independencia de las que pueda generar la cuestión de si está reconocida o no la calidad de que presume, no hay dudas de que la de Soulymane es la historia de aquel al que ser sólo un chaval no resultó un impedimento para plantarle cara a las dificultades. La de este que siendo «el menor de cinco hermanos», el último de los componentes de una familia que «económicamente no estaba muy bien» porque «a veces tuvimos problemas para comer», fue encontrándole el gusto a corretear tras la pelota que se convirtió en «mi juguete favorito». Que a su padre «no siempre le fuera bien en la venta de motos» a la que se dedicaba también trascendió en que «comenzara jugando sin botas, descalzo». Y que ya este falleciera «por una enfermedad en los pulmones» lo terminó de dejar huérfano de apoyo «en los torneos del colegio» en los que empezaba a destacar. Por entonces, «sólo tenía siete años», pero ya empezaba a intuir que si lo que quería era destacar como «Zinedine Zidane» - «mi ídolo desde chico»- no le iba a bastar precisamente con ser la estrella del Santos FC. Por eso fue que a los quince años, al poco de dejar de usar las cangrejeras que empleó «desde que tenía nueve años o diez» Soulymane haría un primer intento por demostrar que era verdad aquello de que estaba facultado para despuntar. Aprovechando «contactos de la familia» marchó en solitario «a Mali» para fichar por la AS Bamako. Y el caso es que «obtuvo la nacionalidad» y el reconocimiento necesario para pasar «a entrenar con juveniles siendo cadete», pero el hecho de que «no me pagaran» el dinero con el que sentirse recompensado y también dotado para «ayudar a los míos» le hizo regresar a la casilla de salida tras el paso de «un año». Un tiempo más que suficiente para llegar al convencimiento de que debía mirar hacia Europa. Al poco, comenzaría la odisea.

Millón y medio por el visado

Y no precisamente porque resultara necesario «el esfuerzo de toda mi familia» cuando de lo que se trató fue de pagar el «millón y medio de francos» burkineses -al cambio, casi 2.300 euros- que exigió el comerciante que le aseguraba poder coger en Francia el «visado Schangue» que por espacio «de un mes» le iba a permitir circular por algunos países del viejo continente, sino por las vicisitudes que iba a tener que pasar para concretar «el plan ideado por mi hermano» sin dejar de tratarse de un menor de edad. Valiéndose de «un avión» llegó al «aeropuerto de París». Y una vez recogidos los documentos que lo acreditaban como «visitante» tomó «un tren hasta Almería», que es donde se encontraba «el contacto» que se encargaría de 'acomodarle' en España, la 'tierra prometida'. La de las oportunidades, pero en su caso sólo por casualidad y de manera puntual. Porque lo cierto es que tuvo que esperar hasta que en octubre de 2010 fichó por la UD Almería su compatriota Jonathan, alguien a quien «conocía del barrio en donde yo vivía en mi país», para que se le abrieran las puertas que le habían permanecido cerradas mientras «trabajé en un invernadero» a razón «de treinta euros al día». O siendo acomodado en «los centros de acogida de Saltador y Contador» con los que legalmente vio ampliada su estancia en España. «Su representante es (el famoso) Rodri. Y a instancias de mi amigo (el delantero) hizo la gestión para que probara en el Granada».

En la institución, en definitiva, en la que a pesar de acabar fichando y actuando por espacio de dos temporadas (la 2009/10 y la 2010/11) para incluso ser reclutado por la selección sub 20 de su país, con quien debutó «jugando un partido ante Mali», siguió echando de menos «el asesoramiento de un buen agente». Dice que «sin leer los documentos» aceptó marcharse en 2012 al Arenas en el marco de una operación que él interpretó como «una cesión», que en Armilla dicen que sólo fue de «fichaje» y que a buen seguro vino motivada por no tener hueco en el filial rojiblanco, con quien había debutado tras jugar también en el juvenil. Y, a partir de entonces, de aquella decisión «que a lo mejor no estuvo bien tomada», su camino se torció con una cuesta abajo. Lo intentó en La Zubia (2014/15), el Vandalia (2015/16) y también el año pasado en el propio Pinos Puente.

«Enchufe»

Experiencias suficientes para masticar que «para triunfar en el fútbol se necesita enchufe». Pero también para mirar con nostalgia a su país. Cuando lo dejó no dejaba de ser aquel en el que poco más que se podía aspirar a jugar en «los campos de tierra» que presentaban «la mayoría de equipos». Pero hoy se trata de «una de las principales potencias futbolísticas de África».

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El vivero al que acuden «los representantes» a la caza de talentos «entre los que yo mismo me podía haber encontrado» si la falta de pan y el ansia por triunfar no le hubieran apremiado tanto.

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