CAROLINA PALMA
GRANADA
Jueves, 30 de enero 2020, 14:13
Ocurrió de repente. Se trataba de una obsesión que nadie en su entorno podía llegar a explicar. De buenas a primeras, sin ejemplo a seguir o referente alguno, Emma Fernández se aficionó al fútbol. «Tenía sólo cuatro años cuando un día, por primera vez, ... puso el canal del Real Madrid. Desde entonces cambió los dibujos por los partidos televisados», recuerda Inma, su madre. Y, la verdad, es que nadie en esa casa había hablado tanto del deporte como para hacer que la pequeña siquiera supiera de qué se trataba. «La primera vez que vi un partido me quedé alucinando al ver un deporte tan raro, y quise ver más», afirma la misma Emma que, inmediatamente, quiso probarlo ella también.
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«A los cinco años ya se conocía los nombres de los jugadores de todos los equipos», asegura Inma. Su tesoro más preciado era el álbum de la Liga que consiguió completar con los cromos de todos los futbolistas. «Cuando un día lo perdió en la playa no dejó de llorar durante horas», recuerda su madre.
Pasaron dos años hasta que la niña consiguiera salirse con la suya y, a sus seis, formó parte por primera vez de un equipo. Se trataba del Gabia Atlético CF que, por cercanía y conveniencia –y a falta de equipos femeninos en Las Gabias, donde reside la pequeña– fue el afortunado elegido. Sin embargo, la carencia de féminas que practicaran dicho deporte en el pueblo convirtió a Emma en la única jugadora sobre el campo, algo que ni por asomo echó a la joven futbolista para atrás.
«En cuanto los niños empiecen a meterse con ella por ser una chica, no va a querer entrenar más», pensaba su madre, pero, en contra de cualquier expectativa, «salía siempre con ganas de más», recuerda. Lo que Inma no sabía es que, tan pronto como Emma recibió los primeros comentarios despectivos por ser una chica jugando, uno de sus compañeros, acercándose a ella, le dijo: «No les hagas caso, no saben que las chicas pueden jugar igual o mejor que cualquiera de ellos». Desde ese mismo minuto, Emma decidió dedicar cada minuto de su juego a demostrar dichas palabras a cualquier incrédulo que se le cruzara en el camino.
Hoy la pequeña futbolista no sólo es una más, sino segunda capitana del equipo y, también, «una de las mejores», según palabras del director deportivo del club. Sus compañeros de colegio «se pelean por que esté en sus equipos», afirma y añade que «no podría jugar con otro equipo» que no fuera el suyo.
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Todo el tiempo que no pasa entrenando lo dedica a ver partidos o hacer dibujos de jugadores profesionales, «otra de sus aficiones», según su madre. Cuando Emma habla de las jugadas que hace con sus compañeros se le ilumina la mirada y cambia hasta la voz, no puede contener o disimular la emoción que momentos así le suscitan. ¿Su sueño? Jugar un día para el Granada CF y ver su foto en las pantallas gigantes del estadio, junto a su nombre, al marcar.
A su entorno le costaba creer y aceptar que a Emma le pudiera gustar el fútbol, porque estaban acostumbrados a verlo como un «deporte de niños». Hasta que, al fin, tras mucha insistencia por parte de la pequeña, sus padres decidieron que la apuntarían. «Y si dura un mes, pues ya está», creían. «Esperábamos que llegara el momento en el que se cansara, pero ocurría justo lo contrario, volvía de entrenar con más ganas. No importaba si llovía o tronaba, ella siempre estaba en el campo», declara su madre.
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Las largas horas de entrenamiento y los esfuerzos de la pequeña jugadora por el deporte que tanto le apasionaba no tuvieron mella únicamente en su mejora en el campo, sino también en la cosmovisión de su entorno que, desde entonces, modificó totalmente su perspectiva hacia el fútbol. «Emma nos cambió la mentalidad, nos hizo verlo de manera diferente», afirma Inma, la cual ahora, de hecho, es también delegada de campo del equipo. «Paso todo los entrenamientos y partidos con ella desde las gradas», sostiene. Sin importar las condiciones meteorológicas.
El abuelo de la niña tampoco pudo mantenerse indiferente al efecto de la pasión del ciclón Emma –que trastornaba por completo todo lugar por el que pasara– y, a sus 63 años, se convirtió en un aficionado al deporte por amor a su nieta. «Cada vez que hay partido del Granada, la llama para poder verlo junto a ella», cuenta su madre. Lo que la pequeña consiguió alcanzar con su entorno más cercano quiere también repetirlo allá por donde vaya, y sueña con, algún día, ver a muchas más niñas, tan apasionadas como ella, jugando en el campo.
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