Un velocista huido de la guerra
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El atleta Amehdi Toure escapó de Costa de Marfil con 15 años y llegó hasta Granada tras alcanzar Ceuta a nado; ahora cuenta su experiencia a jóvenes que no saben lo que tienenAmehdi Toure dejó Costa de Marfil creyendo a su padre muerto y cuando diez meses después supo que aún vivía, ya estaba en Granada. Tenía quince años y huía de la guerra, tan desesperado que ahogarse fue lo último que pensó cuando se lanzó al mar para cruzar desde Castillejos a Ceuta. En su cabeza seguían los asesinatos de las bandas rebeldes que amenazaban con llevárselo. No tuvo tanta suerte el amigo que le abrió esta vía de escape. 'Mamadou', como todo el mundo lo conoce por aquí, cambió África por Europa tras mil vicisitudes bajo el sueño de hacerse futbolista, como tantos otros; ahora, con 24 años y una vida nueva, lo que le apasiona es el atletismo. «Todo depende de uno mismo. Si trabajas, obtienes resultados. Si quieres algo, sólo tienes que esforzarte. Si uno quiere, puede», expone Amehdi, protagonista de una historia de superación que guarda bajo llave en la memoria y apenas cuenta en las charlas de motivación que ofrece a jóvenes que no saben lo que tienen.
No hay drama en la sonrisa de Amehdi Toure, un refugiado que pasó página cuando comprendió que no había mayor alivio que seguir vivo. «Mi madre murió al poco de yo nacer y me crie en Daloa con mi padre, que desapareció durante la guerra cuando tenía quince años. Un mes después mi hermana me dijo que los rebeldes habían ido a buscarme a mi casa para llevarme con ellos a luchar. Tenía que irme, y un hombre me dijo que podía llevarme hasta Bamako, la capital de Mali. Me fui con lo que llevaba puesto, ni lo dudé; no podía volver a casa», introduce el costamarfileño en su relato vital.
Allí no conocía a nadie. «Tuve que pedir comida en la calle, hasta que una mujer me dijo que no me preocupase más y me llevó con su familia. Se ganaba la vida trayendo pescado desde Mauritania y me enseñó el negocio», apunta Amehdi, quien no tardaría en dar un nuevo volantazo bajo la misma inercia de supervivencia. Otro adolescente como él le habló de unas pruebas en un club de fútbol marroquí: «Amaba el deporte, era mi sueño. La familia de Mali me ayudó con el dinero y me fui en un autobús». Lo primero que hizo al llegar fue pedir asilo político. Entró en un centro de menores y empezó a estudiar, pero de aquel club de fútbol nunca supo nada. Y de repente, España en el horizonte.
«Un chico mayor que yo, Isaac, me dijo que quería llegar hasta Ceuta nadando desde Castillejos. Lo primero que pensé fue que en España tendría más oportunidades para convertirme en futbolista, así que accedí y formamos un grupo de más de treinta personas. Saltamos al mar a las cuatro de la mañana –una noche de julio de 2011–. Yo era el único menor», recrea. «No tuve miedo a morir, sólo quería dejar todo atrás; en la guerra tuve una pistola en la cara y vi matar delante de mí. Debíamos tener cuidado con las olas para que no nos arrastrasen en la dirección opuesta. Algunos se dieron la vuelta, pero el resto estuvimos más de una hora en el agua hasta que el Servicio Marítimo de la Guardia Civil vino a rescatarnos a todos, menos a Isaac. Él murió ahogado», confiesa Amehdi, revelando el trauma que le persigue.
Permaneció cerca de un mes en el Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes porque no se creían que fuese menor de edad. «Me ayudó una profesora que hablaba francés, Teresa, que dijo que o me llevaban a un centro para menores o me iba con ella. Me dio algunas clases básicas de español. Al final pude demostrar mi fecha de nacimiento gracias a un primo de mi cuñado que también estaba en Ceuta y pudo comunicarse con él, y así me trajeron a Granada con Cruz Roja», suspira. «Gracias a Dios siempre di con buenas personas».
La nueva vida de Amehdi Toure en Granada comenzó en el centro de protección de menores Ángel Ganivet, escolarizado en los institutos Mariana Pineda y Veleta hasta completar la ESO. «No viví malas experiencias, pero allí estamos sin nuestras familias y no es fácil. Le daba muchas vueltas a lo dura que había sido la vida conmigo, y a veces no sabía ni por qué estaba enfadado, pero siempre procuré mirar el lado positivo y dar gracias a Dios por estar vivo», sostiene. Niega haber sentido racismo: «No me ofende que un amigo me diga 'negro', porque lo soy, pero si un desconocido me llama así no me giro porque no es mi nombre».
Fue por entonces cuando su cuñado consiguió localizarlo para anunciarle que su padre seguía con vida: «Fue increíble. Había estado en prisión y al terminar la guerra lo liberaron. Hablamos durante más de una hora. Se sorprendió al saber que vine a España y se enfadó porque tuve que vender nuestra casa cuando necesitaba dinero».
Durante aquellos años entabló amistad con adolescentes que habían tenido un recorrido difícil; con otros prefirió no hacerlo. «Siempre fui cabezón, si quiero algo no puedo parar. Entonces yo sólo quería ser futbolista», señala. Pasó por varios equipos de la provincia y cuando vio que no prosperaba, en 2016, decidió intentarlo con el atletismo.
En aquellos meses lo conoció Eugenia Moreno, directora del IES Veleta. «Hizo dos cursos de electricidad en una formación profesional básica y nos ayudó mucho porque algunos alumnos pueden generar problemas pero él era muy formal y cariñoso. Le costó mucho trabajo porque no conocía bien el idioma y no sabía leer ni escribir, casi que ni en francés porque apenas había ido al colegio, pero siempre fue muy voluntarioso y trabajador», le concede. «Cuando Mamadou tuvo que dejar el centro de acogida se quedó en un piso con 20 euros semanales para su comida y el resto de compras, así que seguí ayudándole y mantuvimos la relación hasta la amistad. Conoció a toda mi familia y desde entonces pasa los días de Navidad con nosotros», explica Eugenia, que lo quiere como a un hijo más. «Le avalamos para su piso, le ayudamos a encontrar trabajo y ahora estamos a la espera de que obtenga la nacionalidad», añade.
«Es una persona muy formal trabajando y con muchas ganas de superarse, allí donde va todo el mundo lo quiere mucho y terminan echándolo de menos. No le hace feos a nadie y ayuda todo lo que puede. Sabe que con esfuerzo se consigue todo, ahora tiene la motivación de terminar un ciclo formativo superior de actividades físicas y deportivas para abrirse otras puertas», le aplaude la directora del IES Veleta. «Me trata como si fuera mi madre. Si tengo algún problema, voy a verla. Es mi familia en España y sus hijos son como hermanos para mí», refleja él.
Amehdi ha trabajado de todo para salir adelante, compaginando sus empleos con el deporte y los estudios, perdiendo alguna beca por el camino precisamente por ello. Ahora en el Sprinter de Kinépolis, ha pasado por cocinas, ha sido monitor de niños e incluso hizo un curso de socorrismo acuático con Formac Sport mientras formó parte de la Ciudad de los Niños de La Chana. Allí dio con el docente Andrés Morell. «Se le veía que era especial, tenía un aura, un halo en torno a él. Se prestaba a todo e hicimos relación», recuerda. «Tuve casos pequeños de racismo en algunos institutos y decidí invitarlo a contar su historia. Uno de los que había tenido algún comentario feo pidió permiso para levantarse y darle un abrazo. Es mágico», comenta. «Mamadou no quiere dar pena a nadie, sólo contar la historia de un refugiado que dejó su país por la guerra. Las instituciones deberían apostar por él para enseñar su historia a los niños», argumenta Andrés.
También por la Ciudad de los Niños lo descubrió Sara Fernández, coordinadora de programas de la asociación Tierra de Todos vinculada a Maristas. «Le apoyamos en su formación, nos contó su historia y le ofrecimos contarla a los chicos de Segundo de ESO. No necesitó ni medio segundo para pensarlo. Aún tengo grabadas las caras de los niños, las bocas abiertas, cómo captó su atención desde el primer segundo, sobre todo cuando les contó cómo se lanzó al mar. Les impactó mucho», rememora. No siempre ofrece todos los detalles. «Al principio me daba pudor contar mi vida, pero creo que es importante si va a ayudar a alguien. Yo perdí todo lo que tenía y salí adelante», justifica Amehdi. «Es un chico espectacular. Siempre procuró participar en todo. Es un luchador que se hizo a sí mismo», coinciden Sara y Andrés.
Aunque pretende regresar a Costa de Marfil en 2021 para reencontrarse con su familia, a día de hoy Amehdi tiene claro que su vida está en Granada mientras le siga sonriendo la fortuna. Ahora mismo su mayor motivación es seguir progresando como atleta, recortando centésimas a sus mejores marcas de 11.30 segundos en los 100 metros lisos y 22.93 en 200. No podría estar mejor rodeado: es parte del grupo 'Fuertes y rápidos' que dirige Manolo Jiménez con atletas campeones de España absolutos como Arián Téllez o Dani Rodríguez.
«Trabajo muy duro para mejorar y Manolo me da todos los detalles para que entienda cada movimiento si no lo comprendo, da mucha importancia a la formación en la técnica», remarca Amehdi. «Es un pedazo de pan, una muy buena persona. Le ha costado asimilar algunos conceptos técnicos pero tiene grandes posibilidades a nivel físico», reseña su entrenador.
A su grupo llegó recomendado por David Zurita y Miguel Noguera, técnicos del Granada Joven para el que todavía corre. «Vino a la pista para decirnos que quería entrenar con nosotros y desde el primer día tuvo un compromiso total. Tuvo durante dos años una beca solidaria del club por la que no pagaba nada. No tuvimos ninguna duda en dársela por lo en serio que se tomaba los entrenamientos», afirman. «Tiene unas cualidades asombrosas como velocista, aunque la mala suerte de tener que trabajar para ganarse la vida. En Estados Unidos tendría una beca universitaria», asegura David Zurita. «Lo acogimos como uno más de la familia y es muy querido, hizo muy buenas amistades. Es un auténtico 'jovenero'. De hecho, estuvo hasta en mi boda», añade.
Amehdi Toure se siente afortunado en Granada, aunque no tiene ni idea de lo que puede depararle el futuro después de todo lo que le ocurrió en el pasado, entre otras razones porque sigue al filo. «Volvería a cambiar de ciudad si me faltase el trabajo, aunque ahora mismo el atletismo es mi vida», subraya. Quien huyó de la guerra por supervivencia ahora sólo corre para ser feliz.
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