![Ezequiel Calvente se apoya en sus muletas en el campo en el que empezó, en su barrio de Casería de Montijo.](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202109/19/media/cortadas/ezequiel1-koAI-U150573506297AEI-984x608@Ideal.jpg)
![Ezequiel Calvente se apoya en sus muletas en el campo en el que empezó, en su barrio de Casería de Montijo.](https://s3.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/202109/19/media/cortadas/ezequiel1-koAI-U150573506297AEI-984x608@Ideal.jpg)
Ezequiel Calvente: «Me siento un afortunado pese a las lesiones»
De Primera a División de Honor ·
El futbolista granadino afronta otro largo periodo alejado de los terrenos de juego en una prometedora carrera truncada por una desgracia tras otraSecciones
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El futbolista granadino afronta otro largo periodo alejado de los terrenos de juego en una prometedora carrera truncada por una desgracia tras otraEzequiel Calvente (Melilla, 1991) era hace poco más de diez años uno de los futbolistas más prometedores del país. Extremo menudo y descarado, elevó hasta la élite el juego que mamó en el barrio de Casería de Montijo de la zona Norte de la capital en el que se crio desde que tenía ocho meses, internacional en categorías inferiores y jugador de la primera plantilla del Betis. Estaba llamado a marcar un antes y un después en la historia del fútbol granadino como sí hizo José Callejón. Siempre se le recordará por la 'ezequinha', el particular gesto con el que ejecutó un penalti ante Italia en un Europeo sub-19 al golpear el balón con el pie del supuesto apoyo, un engaño inspirado en un anuncio televisivo de Thierry Henry. Sin embargo, nadie –ni él mismo– sabrá nunca qué habría sido de su carrera de no haber sido por las lesiones.
«En todos los equipos en los que he estado estuve como mínimo cuatro meses lesionado», lamenta Ezequiel Calvente ahora, cumplidos los 30 años, apoyado de nuevo en unas muletas y con la pierna derecha escayolada de la rodilla hacia abajo, en el campo en el que empezó a jugar. El pasado 29 de agosto, en un partido de Copa Andalucía en Málaga que midió al Arenas de Armilla de División de Honor en el que el extremo recaló esta temporada, el jugador rival Luisja le hizo una entrada con los dos pies por detrás en su propio terreno de juego que le partió el peroné y los ligamentos del tobillo. Su enésima lesión de larga duración. «No entiendo por qué tengo que estar otros seis meses sin jugar en mi casa después de todo lo que he sufrido», lamenta el granadino, a quien escuecen las cicatrices de la operación por el sudor mientras habla con pena pero también coraje. «Esto no me ha retirado», asegura, convencido.
Nunca había sentido un dolor como el que le invadió en Málaga hace hoy 21 días. «Conforme caí al suelo miré a mis compañeros porque sabía que no podía seguir; por cómo me quemaba, sabía que me había roto algo. Intenté ponerme en pie y apoyar, pero me tuve que tumbar porque se me iba la pierna hacia el lado», describe Ezequiel Calvente, aún asqueado. «En una categoría como esta se pueden evitar ese tipo de entradas. Me molesta que mi madre tenga que hacerse cargo ahora de lo que yo no puedo; con las lesiones no sufre solo quien se lesiona. Lo asumo, aunque por suerte estoy junto a mi familia y amigos, que me están ayudando muchísimo», apunta. Los médicos le han dicho que estará de baja entre cuatro y seis meses, pero él confía en volver «antes incluso de lo previsto, en la segunda vuelta y cueste lo que cueste, para cumplir el objetivo del ascenso con el Arenas». No sería la primera vez que renace cuando nadie da un duro por él.
Ezequiel Calvente se rebela contra aquello del 'juguete roto'. «Las lesiones me han castigado a lo largo de mi carrera pero me siento un afortunado por todo lo que he vivido. Me quedo con todo lo que he aprendido en el fútbol. He disfrutado tanto como he sufrido al alejarme del día a día con los compañeros, del olor a césped... Siempre hay piedras en el camino y uno elige lo que hace con ellas; la vida no es fácil para nadie», esboza desde la experiencia, con un poso de sabiduría, como si hubiese varias vidas en sus treinta años.
Antes de esta última lesión, y de vuelta a su casa, a su barrio, Ezequiel Calvente se sentía «como un niño chico con sus regalos de Reyes». Había vuelto a ser feliz y se estaba reencontrando con su mejor nivel; de alguna forma, con aquel chiquillo que empezó a jugar en las placetas de Casería de Montijo. «Siempre iba con un balón en las manos. Mi madre me apuntó a judo pero con ocho años le pedí que me cambiase a fútbol; no sabía que jugaba tan bien. Siempre jugué de la misma manera: vertical, con buen uno contra uno, disfrutando mucho con la pelota. Abusaba un poco; para algunos era un 'chupón'», reconoce con una sonrisa infantil. No olvida el primer partido de Liga que jugó como benjamín contra el Almuñécar: «Ganamos 5-0 y marqué todos los goles, pero el entrenador me echó por no pasar la pelota y me fui al Maracena».
Vivía y soñaba fútbol. «Los sábados y los domingos me tragaba todos los partidos en el barrio, incluso los de las peñas. Jugábamos hasta que se hacía de noche. Son muy buenos recuerdos», rememora Ezequiel Calvente sobre el césped del campo de fútbol en el polideportivo de su barrio, apenas unos metros más abajo de la calle en la que se crio y en la que en estos días de rehabilitación post-operatoria le acoge de nuevo su madre. Su vida, sin embargo, cambió radicalmente con solo once años: «Quien aún es mi representante, Antonio Barrera, me vio en un torneo en La Caleta y me llevaron a Sevilla para hacer las pruebas con el Betis. Me vio José Tadeo, un entrenador mítico de sus categorías inferiores, y decidió que me quedase. Desde entonces, fue el club que me lo dio todo».
No fue fácil. «No estaba preparado para irme de casa. Me daban pataletas y llamaba llorando porque me quería volver, pasé momentos muy malos. Fue difícil alejarme de mi familia, de mis amigos, de la novia que tenía... se me acumuló todo. Mis padres no tenían facilidades para mandarme dinero todos los meses, pero me decían que era mi futuro y me apoyaron», agradece Ezequiel Calvente ahora. «Te tienen que poder las ganas de competir. En mi barrio tenía amigos mejores que yo, pero preferían la Play. Si naciera diez veces más, diez veces que querría jugar a fútbol. Me encantaría volver a vivirlo todo», afirma.
La nostalgia por el hogar le hizo volver como juvenil a las categorías inferiores del Granada, con el que ascendió a categoría nacional. «Quería disfrutar del fútbol junto a mi gente, y no pensaba volver a Sevilla», admite. Se salió y el Betis le insistió para que volviese. Ahí le echaron el ojo tanto Pepe Mel, al frente del primer equipo verdiblanco, como Luis Milla padre, seleccionador nacional sub-19.
Su carrera se aceleró. Compartió experiencias internacionales con futbolistas de la talla de Thiago Alcántara, Iker Muniain, Sergio Canales, Marc Bartra o Rodrigo Moreno, tan prometedores como él por entonces. «Eran todos 'top' y lo demuestra que sigan al máximo nivel. No podría quedarme con uno solo, pero a Thiago se le veían cosas diferentes», reconoce Ezequiel Calvente. «Nos quedamos dos veces a las puertas de ganar un título, pero fueron años increíbles, muy bonitos; disfruté muchísimo», celebra.
El granadino Ezequiel Calvente pasó a la historia del fútbol el 24 de julio de 2010 al ejecutar la 'ezequinha' en un partido del Europeo sub-19 ante Italia. «Lo practicaba en los entrenamientos desde que era juvenil, también en pases. Lo tenía muy ensayado e hice una apuesta de diez euros con Sergio Canales. Ya estábamos clasificados, me hicieron un penalti y decidí que era mi turno. Salió bien», cuenta. «Aquel penalti marcó mucho mi carrera, todavía se me reconoce por ello y es algo que quedará para siempre. Son las cosas bonitas que me deja el fútbol», sonríe.
Fue en esos meses cuando dio el salto al primer equipo del Betis: «Pasé de dar el balón a los jugadores como recogepelotas en el Villamarín a entrenar con ellos. Fue impresionante, un sueño cumplido». Se estrenó precisamente contra el Granada, en Segunda, en un triunfo 4-1. «Me pudo ver mi padre Juan, que falleció al año siguiente. Fue uno de los momentos más bonitos de mi vida», cuenta. Aquella campaña fue partícipe del ascenso a Primera división. «Ver la felicidad de tantas personas fue increíble. Coreaban mi nombre, me querían... incluso ahora, con esta última lesión, he recibido mensajes de aficionados del Betis. Que disfrutaran tanto conmigo es una razón por la que no quiero dejar el fútbol», enarbola.
Sin embargo, también aquellas luces tuvieron sus sombras. Le costó adaptarse al profesionalismo e inició un periplo de cesiones: Sabadell, Friburgo (Alemania), Recreativo de Huelva y Penafiel (Portugal). «Siempre voy a estar agradecido a Pepe Mel porque fue quien me dio la oportunidad, pero creo que pudo haber tenido un poco más de paciencia conmigo. Ya tenía mi vida en Sevilla y fue duro», señala. Se convirtió en un 'trotamundos' del fútbol: «Siempre preferí jugar en la Primera división de cualquier país antes que en Segunda; quizás me equivoqué. Era ambicioso y quería construir mi carrera al máximo nivel. Necesitaba estabilidad, un contrato de un par de años... A ningún jugador le gusta ir de un sitio para otro sin minutos». Él encontró su sitio en Hungría, hasta que apareció una pubalgia crónica con 26 años.
Allí le acogió el Békéscsaba y le firmó luego el Haladás. «Hice un año espectacular y de repente empecé a tener dolores en la barriga hasta no poder andar, toser ni reír... me dolía muchísimo. Me dijeron que era crónica y que no podría volver a jugar a fútbol. Me harté de llorar, no lo podía creer», relata Ezequiel Calvente. Estuvo dos años en paro, recuperándose en su barrio. Se operó y, recortados los abductores, volvió a jugar poco a poco en las pistas de su barrio con unas mallas para mitigar el dolor hasta que le volvieron a abrir sus puertas en Ceuta, Elda o Jaén.
Una deriva de vuelta al hogar que siguió hasta el Arenas de Armilla. «Tenía ofertas de categorías superiores, pero yo quería estar aquí. Siempre me dio igual la categoría; cuando jugaba en Primera con el Betis me iba a los torneos de 24 horas de los pueblos. Lo único que quería era jugar a fútbol», impone. Una ilusión infantil que no cambia por más lesiones que Ezequiel Calvente sufra, incluida la actual: «El amor por este deporte me hace volver siempre con más ganas. Sin fútbol no soy nadie».
Ezequiel Calvente fue padre con solo 21 años. Juan Felipe –los nombres de sus abuelos– tiene ahora ocho años y es lo que el futbolista más quiere en este mundo. «Fue una de las razones para volver a Granada, porque decidí con su madre que se quedase aquí mientras yo seguía mi carrera deportiva; no me sentía cómodo haciendo que me siguiera a Portugal o Hungría, sin estabilidad. Que me vea jugar me da fuerzas para volver, incluso de donde no las hay. Me hace sentir orgulloso que sus amigos le hablen bien de mí», confiesa.
Al niño le gusta ver fútbol con su padre, pero este no quiere condicionarle: «No le voy a incitar a que sea futbolista, quiero que haga lo que quiera, como si es el teatro». No obstante, si Juan Felipe saliera futbolista, Ezequiel Calvente tendría muchos consejos que darle: «Intentaría que no cometiese los muchísimos errores que yo tuve, como en la alimentación, las horas de descanso o el derroche del dinero. No todo el mundo está preparado para ser futbolista profesional».
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