![Dos granadinos arman su propio Seat Panda para competir en la Panda Raid](https://s2.ppllstatics.com/ideal/www/multimedia/201907/04/media/cortadas/panda-kXSB-U806784685399fB-624x385@Ideal.jpg)
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Decimos 'panda' y se nos viene a la cabeza la imagen de ese adorable oso de origen chino, perseverante tragón de bambú y que nos deja preciosos vídeos en 'YouTube'. Pero en el contexto del asfalto y de las ruedas, cambia la cosa, porque de ... lo que hablamos puede ser de aquel icónico y coqueto coche que inundaba nuestras carreteras allá en los ochenta. De igual modo, una panda según la RAE es un grupo de amigos reunidos para divertirse en común. Pero, y aquí viene lo complicado, ¿qué es un Panda Raid? Pues una panda de Pandas, de rally por Marruecos.
Así de enrevesado y de diáfano al mismo tiempo. El Panda Raid es un rally amateur –para aficionados– de larga distancia y resistencia que se celebra cada año a través de los desiertos alauitas, con un recorrido de siete etapas donde más que la velocidad priman las buenas dotes de navegación sobre arena y la excelente forma física porque en un terreno como este, de 360 grados de puro desierto y noches de raso bajo las estrellas, la carrera acaba exigiendo cada aliento de sus pilotos.
Y que por supuesto lo hará con dos granadinos que son Alfredo Quijano y Ana Donaire, churrianero y gabirra para más señas, y que desde cero han comprado un Seat Panda para con sus propias manos y medios prepararlo, para tenerlo totalmente a punto para la carrera que tendrá lugar a comienzos del año que viene.
«Queríamos hacer algo original y nos propusimos preparar un coche y hacerlo con nuestros propios medios, por lo que lo que hemos hecho ha sido comprar un Panda que nos ha costado unos 500 euros, y lo que tenemos que hacer a partir de ahora es prepararlo para poder viajar con él, que es algo que nos encanta, ya lo hagamos con una mochila, o subiéndonos a un tren o a un avión, o con un coche por un rally, como es en este caso», dice Alfredo, confesándose un profundo amante del mundo del motor. «Por suerte casi desde que aprendí a andar», dice, así que la ecuación se resolvió pronto cuando pensó en resolver ese binomio compuesto por kilómetros en el horizonte y olor a gasolina en el depósito, equilibrando así «la pasión por el motor y los viajes, que es algo que nos encanta», abunda.
Para ello saldrán desde el Puerto de Motril para llegar al continente africano y emprender un raid de tres mil kilómetros que los entregará sin móvil ni GPS al desierto marroquí hasta dejarlos con la única ayuda de un mapa tangible y de papel para más señas, en la ciudad de Marrakech. «Calculamos que cada etapa será de unos 400 kilómetros, que tendremos que hacer en unas ocho horas teniendo en cuenta que habrá zonas en las que no podamos circular a más de 30 kilómetros por hora por el tipo de terreno que nos vamos a encontrar. Aunque habrá carriles en los que podamos ponernos a 90, pero hasta ahí porque el coche tampoco da más de sí», explica el piloto.
Una aventura, que no será la primera porque cuenta esta joven y aventurera pareja que al poco de conocerse lo primero que se les ocurrió fue coger otro coche, aún no les había dado tiempo de pensar en el Panda, y hacer un viaje de quince días al volante que los llevó hasta Dinamarca. En esta ocasión, el ocio deja paso a la dureza de una carrera de resistencia, que no es «un Dakar, porque en este caso está formada por coches viejos, cuya mecánica es dura pero a la vez frágil» y en la que también se pone a prueba la resistencia de un equipo que pasará por momentos complicados en un mismo habitáculo con altas temperaturas durante las ocho horas de cada etapa.
«Compramos el coche de segunda mano, nos daba igual un Fiat que un Panda, mientras estuviera bien y este además nos convenció por la pintura blanca, que para el desierto ayuda por la mejor absorción del calor. A partir de ahí –cuenta Alfredo– desarmamos hasta el motor y desde ahí empezamos, no a construirlo pero sí a hacer nuestro coche y a corregir algunas deficiencias que tenía como pérdidas de aceite y ponerle juntas nuevas. Básicamente, es lo que hemos arreglado del motor. Luego hemos cambiado las ruedas, la suspensión y hemos puesto un cubre cárter. Quien haya hecho anteriormente esta carrera sabrá que puedes gastarte lo que quieras, hasta quince mil euros, o ir con tu mismo coche de casa. Nosotros hemos intentado hacer algo intermedio», asevera.
Porque claro, el coche también debe ser autónomo tanto para su propio mantenimiento mecánico, como para la seguridad –está provisto de botiquín y extintor– como para la hora del descanso. «Lo preparamos para dormir en el desierto. La organización monta un campamento para reunir a los pilotos, pero tú tienes que ir preparado para dormir en una tienda y un saco sobre el suelo, así que la parte de atrás está desprovista de asientos y se usa para esto», explica el conductor.
Ana y Alfredo son viajeros, aventureros, pilotos y solidarios. En la sociedad vikinga, el Leysingi era aquel esclavo que compraba su libertad y ellos lo están haciendo para viajar. Con este nombre, el de Leysingi Viajero, han puesto en marcha sus redes sociales para autofinanciar esta aventura que no se entiende si no deja una huella etérea pero provechosa allá por donde pasen sus neumáticos. La idea es recoger el apoyo de empresas locales para fundir sinergias y dejar allí el sobrante. «En aquella zona vive gente, sobre todo niños que no tienen las facilidades que tenemos nosotros aquí para estudiar, por lo que ha habido empresas que ya se han interesado y nos han donado material escolar». Pasión, aventura, deporte y solidaridad. Una fórmula que nunca puede fallar y un viaje paseará el nombre de Granada, Churriana y Las Gabias por las arenas del norte de África y que no ha hecho sino comenzar.
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