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Goran Grbovic sostiene, bajo el escudo del Partizan, el otro club de su vida, una camiseta de 'su' Puleva Granada en el gigantesco Stark Arena de Belgrado. Jose Manuel Puertas
El león serbio que retaba a Petrovic desde Albolote

El león serbio que retaba a Petrovic desde Albolote

Goran Grbovic ·

El legendario jugador del Puleva, ídolo de toda una generación en Granada, recibe a IDEAL en Belgrado más de treinta años después de su marcha

Jose Manuel Puertas

Belgrado

Miércoles, 8 de diciembre 2021, 00:58

Hay nombres que, por muchos años que pasen, siguen sacando una sonrisas entre quienes los disfrutaron. Es el caso en Granada de Goran Grbovic (Dečani, Serbia, 9 de febrero de 1961), uno de los tipos más icónicos que hayan defendido los intereses del baloncesto local desde la llegada a la élite hace ya casi cuatro décadas.

El que fuera alero del Puleva e internacional con la extinta Yugoslavia mantiene desde 2018 un puesto de responsabilidad como director del Stark Arena, uno de los mejores pabellones europeos (22.000 espectadores) y desde luego el más grande de Serbia. Allí donde ganó el Real Madrid la Euroliga de 2018 y del 18 al 20 del próximo mes de marzo se celebrará el mundial 'indoor' de atletismo, Grbovic recibe a IDEAL lleno de recuerdos y tratando de desoxidar un castellano todavía latente. «Dame dos semanas en Granada y hablo con cualquiera», bromea confiado.

«Cuando pienso en baloncesto lo hago en mis inicios, en algunos partidos y, desde luego, en Granada, pues fueron tiempos realmente buenos», asegura. Grbovic aterrizó en el Puleva como una rutilante estrella de la época y en su primer curso no defraudó en absoluto. Fue el segundo máximo anotador de la ACB (27'3 puntos) solo por detrás de su por entonces aún compatriota, Drazen Petrovic. «Tuve muchas ofertas, pero decidí empezar de cero. Tenía 27 años y pensé que si iba a un gran equipo simplemente sería uno más, así que decidí ir a uno pequeño, para ayudarle a crecer. Esa motivación fue importante. Salí de Yugoslavia hacia una ciudad más pequeña a trabajar con otra filosofía. El dinero no fue algo relevante, sino el deseo de construir algo», explica sobre los motivos de su fichaje, procedente del histórico Partizan de Belgrado.

Celebridad

El caso es que el yugoslavo no tardó en convertirse en un auténtico referente en la ciudad. Su carácter era arrollador, contagioso. En la cancha y en la calle. «No puedes tener éxito sin interactuar con todo el mundo, sin sentir y transmitir energía», apunta. El hecho es que Grbovic llego al corazón de los granadinos. «Recuerdo que en el debut perdimos contra el CAI Zaragoza de Ranko Zeravica, que era mejor equipo que nosotros pero estuvimos muy cerca de ganar, por lo que la gente se quedó satisfecha. Noté que en ese momento les dimos la esperanza de que íbamos a empezar a crecer, a pelear por algo más que la permanencia, y eso era justo lo que pretendía», evoca.

De inmediato, el de Dečani demostró su justificada fama de anotador compulsivo, con partidos pocas veces más vistos por estos lares. Le anotó 52 puntos al CajaCanarias, 47 al Caja Guipuzcoa o 39 con siete triples al Cacaolat Granollers. El pabellón Murado de Albolote, enloquecido al ritmo de la orquesta de las 'Ollas locas' que llegaban de Alhama, tuvo con él una química prácticamente irrepetible. «Era una pasada», valora emocionado tras más de treinta años. No puede olvidar, como tantos granadinos, aquella imagen que se hizo costumbre en Albolote. «Creo que empezó en el partido de los 52 puntos al CajaCanarias. Cada vez que metía un triple veía a la gente saltando en primera fila y tendiéndome la mano. Y yo intenté chocársela a todo el que podía mientras bajaba a defender», suelta sonriente.

Grbovic entendió como nadie aquel 'show business' que supuso la explosión del baloncesto en la ciudad. Y en esa vinculación con la grada nunca tuvo reparos por parte de nadie, aclara. «Recuerdo comentarlo con el presidente, José Antonio Murado, porque yo lo disfrutaba pero podía ser un problema por bajar más tarde a defender. Simplemente me dijo que si con eso hacía que la gente estuviera contenta, que ni lo pensara. Era fantástico y así se hizo costumbre», recalca.

Rivalidad

Tan descollante fue su nivel en Granada que llegó a sacar de sus casillas incluso al 'Genio de Sibenik' en más de una ocasión. Tuvo gran química con Petrovic, al ser los dos únicos yugoslavos esa campaña en España, pero también mucha rivalidad. «Tras cada partido suyo con el Madrid o mío en el Puleva me llamaba al teléfono o le llamaba yo. Nos preguntábamos cuántos puntos había metido el otro. Me encantaba ese tío, sin duda el mejor atacante europeo de todos los tiempos. Era increíble su mentalidad. Tras el partido contra el CajaCanarias me llamó y solo me dijo: '35'. Yo entonces le dije: '52'. Colgó el teléfono. Y a los cinco minutos me volvió a llamar, y me dijo. '¿Qué demonios has dicho? ¿52? ¡No es posible!'. Al día siguiente, cuando lo vio en el periódico, me volvió a llamar. '¿Estás loco? ¡52! ¡No mentías! ¡Prepárate para el próximo!'», recuerda Grbovic.

Eran aquellos días de vino y rosas para el baloncesto local. Y el serbio se convirtió en ídolo, admirado también por su coche descapotable, nada usual en la Granada ochentera: «Hubo muchas bromas sobre eso. Era mi coche de Yugoslavia y tuve que pedir permisos para llevarlo. Recuerdo que los hermanos Álvarez se cachondeaban. 'Hey, driver, how are you?', me decían». Hoy Grbovic conduce un lujoso Jaguar. Genio y figura, sin duda.

En definitiva, aquella primera temporada –la única completa– tuvo de todo. «Éramos posiblemente una de las peores plantillas de la liga, pero teníamos mucho corazón y competíamos muy bien», matiza. Grbovic se sabía estrella. «Los otros equipos sabían que iba a tirar veinte tiros y que en un buen día me podía ir a 50 puntos y en uno malo hacer 25, lo que le creaba muchos espacios a jugadores inteligentes como los Álvarez, Dan Hartshorne o Matt White», añade.

Infarto

Sin embargo, nada fue igual en la siguiente campaña. Llegaron al Puleva el pívot Milenko Savovic –fallecido por covid hace unos meses– y el reputado entrenador Dusan Vujosevic –en el lugar de Ángel Martín Benito–, pero la idea no cuajó. «Creo que fue un mal 'timing'. El año ideal para traer a Vujosevic hubiera sido el primero, pero tenía contrato. Trató de implementar su metodología, de pura escuela yugoslava, y no fue posible. Además, yo empecé a pensar que iba a ser mi último año. Mentalmente tenía la cabeza fuera y cuando eso pasa, ya no puedes rendir más a tu nivel, y mucho menos con esa exigencia yugoslava que empezó a cambiarlo todo, incluso la forma de vida», admite. De hecho, reconoce que su 'corte' tras la cuarta jornada no le sorprendió. «Sabía que podía pasar porque perdí la motivación», zanja, saliendo al paso de alguna leyenda urbana.

Grbovic, en su etapa en el Puleva. R.I.

El alero no recuperó nunca más su nivel. «Tuve ofertas de inmediato, pero solo quería parar y pensar como mucho en la siguiente temporada», asegura. Casi un año después fichó por el Hapoel de Tel-Aviv, pero apenas jugó varios partidos de pretemporada. «Acabé lesionándome pronto porque ya no estaba en forma, y ahí se acabó», relata. Lo peor, en todo caso, estaba por llegar. La Guerra de los Balcanes aún le corta la respiración. «No puedo explicar lo duro que fue, cómo vivimos que durante horas cayeran bombas en Belgrado sin parar. No quiero ni siquiera recordarlo», ruega.

Apenas fue un año y unos meses, pero su legado granadino es imborrable. Hoy, vive en Belgrado con la agenda repleta de reuniones, y sufrió un infarto de miocardio hace algo más de un año. «Suena ridículo, pero estaba pescando en el Danubio», cuenta irónico. «Todos me hablaban del estrés y tuvo que pasarme pescando. Me tuvieron que reanimar dos veces; trabajaron muy duro para ello, aunque creo que también fue la voluntad de Dios», aclara. Dicho episodio ha cambiado algo su estilo vital. «He modificado la dieta, no tomo café y he empezado a fumar cigarrillos electrónicos en lugar de tabaco», sonríe, «pero siempre digo que elegí vivir la vida como un león y cuando haces eso sacrificas cosas; quizás vivas menos, pero lo harás como has decidido».

Grbovic se emociona cuando se le pide hacerse la foto con la camiseta del Puleva. Y promete volver: «Me avergüenza no haberlo hecho porque siempre que lo he intentado ha ocurrido algo que lo ha evitado. No hay excusas, debo visitaros». Es la promesa del león que añora Granada.

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