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Julio Piñero
Granada
Jueves, 24 de septiembre 2020, 01:11
Juan Pablo Visciarelli Lareo nació en Buenos Aires y a los cinco años ya se encontraba en Granada. Su familia decidió emigrar para buscar una vida mejor. Ahora, con 36 años, va a tener la oportunidad de debutar como árbitro en la Liga Asobal. Su vinculación con el balonmano comenzó en el colegio Ave María La Quinta. Esa relación se ha afianzado con el tiempo y ha entrado en el grupo selecto de colegiados que dirigirán los partidos de esta temporada de los mejores equipos nacionales. Trabaja como director financiero de hostelería en grupo Fontana, profesión que compatibiliza con el arbitraje.
«Mi vinculación con el balonmano empezó cuando tenía 8 años. Era el deporte que más se practicaba en aquel momento en el colegio Ave María de la Quinta. Estuve jugando durante siete años consecutivos. Cuando pasé al instituto con 14 años no había balonmano y lo dejé de lado durante cuatro años», recuerda.
Hasta ese momento no había iniciado la vinculación con el arbitraje. Esa etapa comenzó cuando ingresó en la Facultad de Económicas. Allí se enteró de que se celebraba el Trofeo Rector y uno de los deportes en los que se competía era el balonmano. Intentó jugar pero percibió que lo pasaban «como aviones». Eso le hizo recapacitar y optó por dirigir partidos entre equipos provinciales que se disputaban en el pabellón de la Ciudad Deportiva Diputación en Armilla.
Fue a los 19 años cuando ocurrió un hecho que acabó por resultar trascendental para su evolución. «Mi padre apareció en casa con un cartel que había encontrado en la calle, en el que se pedían árbitros de balonmano federados. Había que realizar un curso y hablé con un amigo que había estado en mi misma situación en el Ave María y decidimos presentamos. Empezó como un hobby y al principio fue duro, porque los árbitros estamos sometidos a una presión importante. Tienes que lidiar con los padres, que es casi más complicado que cuando uno se mete en un pabellón con 4.000 personas», relata.
De árbitro aspirante pasó a provincial y después a categoría territorial. Fue en ese momento cuando se dio cuenta de que lo suyo ya no era «un pasatiempo». Entró en contacto con colegiados con más experiencia y eso le cambió el chip. Comenzó a ver el arbitraje como «un camino de vida». De esa manera ha pasado diecisiete años.
Cuando pasó a ser árbitro de Primera división nacional comenzó a formar parte de la Federación Española de Balonmano. Ahí se dio cuenta que podía llegar más lejos. «Cuando das ese salto y ya tienes contacto con otros colegiados de toda España, vas a clinics y a torneos por todo el territorio nacional, se te abre un mundo y es donde empiezas a conocer gente que ha llegado en el arbitraje. Junto a mi compañero Roberto Mendoza nos designaron para una fase de ascenso a División de Honor y ya me di cuenta que tenía un sueño. Llegar a Asobal era duro, pero se podía», cuenta.
Sabe que él no va a ser aclamado en un pabellón tras terminar un partido, pero es algo que tiene más que asumido. «El árbitro siempre está en el ojo del huracán. Somos los malos de la película, pero uno juega con eso cuando acepta ese rol. A los árbitros nos gusta la presión. Siempre prefieres un pabellón con mucha gente que no una cancha medio vacía. El ambiente genera una atmósfera muy bonita y el deporte se vive de otra manera. Cuanta más gente, habrá más protestas y la presión será mayor. Si hay más en juego, mi motivación es mucho mayor», explica.
En el balonmano las repulsas hacia algunas decisiones arbitrales no llegan a ser como en el fútbol por parte de los aficionados. Juan Pablo Visciarelli tiene claro que se dan protestas e insultos, pero su deporte «es mucho más noble y creo que cuanto más contacto hay es mayor la nobleza. Pasa también con el rugby, fútbol americano y baloncesto».
Mucho tesón
Considera que para ser un buen árbitro se necesita ante todo «mucho tesón». Y es que por su experiencia ha tenido la oportunidad de conocer a compañeros que arrojaron «la toalla a los pocos años. Es que se pasa regular al principio, tienes que aguantar a padres y demás y uno es joven. Se nos sigue mirando como que somos niños mimados porque viajamos, pero no hay que olvidar que yo en mi caso trabajo de lunes a viernes, y el sábado me voy adonde me designen. Cuando viajo lejos pierdo el fin de semana y dejo de estar con mi familia. El sacrificio es importante».
Como árbitro debe estar en constante evolución. «Hay nuevas reglas, directrices y maneras de llevar el juego. Cambian los jugadores, los sistemas y uno se tiene que formar y trabajar el físico porque en los partidos tienes que dar el nivel. Y siempre con ilusión. No conozco a ningún árbitro que esté sólo por dinero. Es complicado coger un avión a las cuatro de la madrugada para irte a Canarias desde Sevilla o Málaga, sabiendo que tú nunca vas a salir por la puerta grande de un pabellón, ni vas a marcar el gol de la victoria. Lo mejor que te puede pasar es que pases desapercibido», señala.
Ha conseguido llegar este año a la élite del arbitraje nacional y cree que en Granada otros pueden seguir sus pasos en las próximas temporadas. Uno de ellos es Álvaro García Vico: «Tiene mi edad y está ahora en División de Honor Plata. Es de mucha proyección y junto a su pareja arbitral estoy convencido de que pueden llegar a la máxima categoría».
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