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Hace más de treinta años el masivo rechazo a un vertedero de residuos unió a los vecinos de Aranguren, un pueblo navarro a diez kilómetros de Pamplona, en torno a una agrupación de electores que, desde entonces, ha arrasado en todos los comicios locales, avalada tanto por gentes de izquierdas como de derechas. Manolo Romero, que lleva 28 años como alcalde del municipio, es la voz cantante de la Candidatura Popular del Valle de Aranguren, una agrupación vecinal, alejada de toda sigla política, con un único norte y guía: la calidad de vida de los que allí viven.
Romero, que enfila su octava reelección, basa su política en gestionar para los vecinos, ofrecer buenos servicios públicos y mantener la deuda del Ayuntamiento a cero. «Si no hay ingreso no hay gasto», subraya. Y lo lleva a rajatabla.
Su filosofía de trabajo es todo un referente en Navarra, la comunidad autónoma con la mayor implantación de agrupaciones de electores del país: el 65% de sus 272 municipios está gobernado por esta fórmula electoral, que presenta cerca de 200 listas a las elecciones del 28-M. Romero es la cara más visible del éxito 'político' de colectivos procedentes del activismo vecinal y el asociacionismo rural.
Manolo Romero
Alcalde del Valle de Aranguren (Navarra)
Antes de ser alcalde, Romero (Badajoz, 62 años) era uno de esos entusiastas líderes vecinales que lo mismo te organizaba la cabalgata de Reyes que te montaba un equipo de fútbol. Cuando cogió la vara de mando a mediados de los 90, Aranguren contaba con tres mil habitantes, hoy alcanza los 13.500. Y más allá de que lograron parar el vertedero, casi treinta años después disponen de buenas infraestructuras culturales, deportivas y sociales, han construido 1.700 viviendas protegidas, tienen un plan de empleo que forma y busca trabajo a los parados (el desempleo ronda el 5%), un programa de atención a los refugiados y cuentan con su propia red de internet y televisión por cable… Y todo sobre la esencia del municipalismo: todo para el pueblo y con el pueblo.
1% del censo es el mínimo para constituirse en candidatura
Las agrupaciones de electores carecen de estatutos y estructuras como la de los partidos políticos. Para presentar candidatura necesitan un número mínimo de firmas de los inscritos en el censo electoral del municipio. Por ejemplo, en un pueblo de menos de 5.000 habitantes se requiere al menos el 1%, siempre que el número de firmantes sea más del doble que el de concejales a elegir. En el caso de Ambel (254 vecinos y siete ediles en liza) necesitaron 15 firmas. Y en los pueblos de 10.000 a 50.000 vecinos, como Aranguren, de 13.500 habitantes, un mínimo de 500 firmas.
«La clave es gestionar para los vecinos y cumplir los compromisos adquiridos con ellos. En el Valle de Aranguren la gente se implica muchísimo. Es un municipio con una pluralidad enorme y lo que intentamos es recoger el sentir del Valle y llevarlo al Ayuntamiento», dice Romero, que se mantiene lejos de los partidos políticos. «En mi lista hay personas de todo tipo de ideología, pero nunca se posicionarán políticamente porque va en contra del sentir de la candidatura. Una vez que se entra, la gente sabe que trabaja por los vecinos».
Por eso cree que las agrupaciones de electores ofrecen un plus frente a las formaciones tradicionales. «Aquí te dedicas a gestionar recursos de tu entorno local y lo haces en consonancia con la ciudadanía del municipio y sin intromisión de los partidos. No podemos sostener que somos independientes y luego acercarnos a un partido. Eso siempre lo hemos cuidado mucho. Recibimos el voto de vecinos con diferentes sensibilidades políticas y tenemos que demostrarles independencia».
Romero, que lleva desde los quince años trabajando en la construcción («pero nunca en el entorno del municipio, que eso siempre lo he cuidado muchísimo»), no ve en La Moncloa a un vecino aupado por listas como la que él encabeza. Cree que su fórmula vecinal no funcionaría a escala nacional. Lo más parecido, a su modo de ver, fue el movimiento surgido al calor del 15-M, pero aquella corriente de cabreo ciudadano acabó abrazada a una ideología y convertida en un partido político. «Se pervirtió el primer fin que era recoger el descontento de la gente para cambiar las cosas», se lamenta.
Su candidatura peleará el día 28 con otras cuatro listas (UPN, PSOE, PP y Bildu), pero Manolo está seguro de que los vecinos volverán a ganar. ¿Y si no? «Si este modelo de gestión decae porque no se entiende no pasará nada. No nos agarraremos al poder, pero en estos 28 años jamás nadie me ha dicho que le hemos defraudado». Y, por si acaso, avisa: «Esta labor no me cansa, me encanta la confianza que recibimos».
Paula Trívez, una diplomada en educación social de 33 años, lleva seis como alcaldesa de otra de las aldeas galas del municipalismo. Se trata de Ambel, un pueblo de 254 habitantes a los pies del Moncayo, en la comarca del Campo de Borja, a 70 kilómetros de Zaragoza. Paula aspira de nuevo a la reelección como cabeza de lista de Ambel es +, una candidatura vecinal sin implicaciones políticas, y con la que en 2019 conquistó cinco de los siete concejales en liza. «Cada uno tenemos nuestras inclinaciones ideológicas, hacia un lado o hacia otro, pero no nos identificamos con ningún partido en concreto. No nos sentimos representados por ellos. Lo que nos mueve es trabajar por el pueblo sin tener que depender de nadie ni dar la cara por partidos políticos que dejan mucho que desear».
Su plataforma competirá en las urnas con dos candidaturas más, una del PSOE, que cuenta con dos concejales en el Ayuntamiento, y otra el PP «que no lleva en la lista a ningún vecino de aquí».
A Paula no le faltan ganas ni energía para trabajar por su pueblo, del que nunca se ha querido separar, ni siquiera cuando estudiaba la carrera, que se la sacó a distancia, por la Uned, para mantenerse pegada al terruño. Ahora trabaja como educadora social de adultos en Tudela, a 40 kilómetros de su casa. «Voy y vengo cada día, no me importa. Siempre he tenido claro que quería vivir en mi pueblo». Ese amor por la patria chica es el hilo invisible que atraviesa una candidatura donde todos reman por mejorar la calidad de vida de los vecinos de Ambel, sin ataduras políticas ni líderes de fuera que les condicione la gestión del día a día o las inversiones.
«La ventaja de ser una agrupación de electores es la no dependencia de ningún partido. No tienes el compromiso de defender unas siglas si no comulgas con ellas o con parte de sus ideas. En los pueblos pequeños lo único que importa son las ganas de trabajar por mejorarlo, sin ideología política», dice la joven alcaldesa.
Paula, que como regidora gana 290 euros netos al mes, no cree que el abrigo de unas siglas tradicionales (con conexiones políticas con gobiernos provinciales, regionales y nacionales, y también con Bruselas) 'ayude' a captar más subvenciones para el municipio. Lo ve más como un mantra que sirve a sus opositores para desgastar su fórmula electoral que como una realidad. «Antes por desgracia si era así. Pero ahora los fondos que recibimos se reparten equitativamente y recibimos lo que nos corresponde», apunta. En la provincia de Zaragoza, con 293 municipios, se presentan una docena de agrupaciones de electores.
El Ayuntamiento de Ambel puede presumir de tener las cuentas saneadas. Ha cerrado el ejercicio con un superávit de 380.000 euros, pero tiene en cartera cubrir las pistas polideportivas y convertirlas en un pabellón, arreglar la red de abastecimiento y saneamiento del pueblo «porque el 60% de las tuberías son de fibrocemento, un material prohibidísimo, que se estropea y provoca fisuras», y seguir impulsando el turismo: «Nuestro patrimonio cultural, histórico y natural es enorme».
Paula Trívez
Alcaldesa de Ambel
Pero su sueño, si le cae una millonada de algún plan europeo, pasa por construir viviendas dignas para que la población de fuera se quede a vivir en el pueblo. A más corto plazo quiere recuperar, sobre todo para los mayores, el servicio bancario, desaparecido después de que Ibercaja, que abría la oficina una vez a la semana, les dejara tirados el año pasado. «Ni cajero automático tenemos. Es injusto. Tanto que se les llena la boca a los políticos con la despoblación… si de verdad les preocupase un poquico podrían hacer cosas para que la gente no se tuviera que ir de los pueblos y no se nos quedasen vacíos».
Ambel vive de la agricultura (hay una gran tradición vinícola con su uva garnacha), de la ganadería, de la apicultura (el marido de Paula es apicultor) y de un obrador que hace el pan para la comarca. Pero lo más importante es que tiene la escuela abierta, lo que garantiza el futuro de la localidad. Actualmente acuden a sus aulas once niños, desde segundo de Infantil a sexto de Primaria. «Y hay bastantes parejicas de jóvenes que han decidido quedarse a vivir en Ambel. Este año va a haber tres nacimientos, todo un récord. ¡Es increíble!», se congratula Paula, que ya prepara los carnés de 'afiliados vecinales' a los nuevos ambeleros.
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