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MIGUEL CÁRCELES
Domingo, 12 de mayo 2019
La victoria está en segundo plano. Quién obtenga más votos y más concejales la noche de 26 de mayo recibirá un plus de legitimidad para liderar el gobierno local. Pero nada que no sea una (muy improbable, casi descartable) mayoría absoluta va a permitir a ... los aspirantes a la Alcaldía disfrutar de una plácida madrugada postelectoral. Lo de 2015 parece que se podría quedar en un juego de niños.
Hasta seis partidos cuentan con posibilidades firmes de lograr un escaño en el Salón Noble de la Plaza Vieja, desde el que se puede observar, impertérrita, dominante, la casi milenaria Alcazaba. Y solo la suma multiforme de ellos podrá arrojar un gobierno que tendrá que ser, sí o sí, o en minoría o de coalición.
No es algo raro en la capital: tanto PSOE como PP, los dos partidos que se han ido alternando en la Alcaldía en estos cuarenta años de ayuntamientos democráticos, han tenido que gobernar con pactos en algunos de sus periodos de mandato. Casi todos los regidores de la historia democrática de la ciudad (Santiago Martínez Cabrejas, PSOE; Fernando Martínez, PSOE; Luis Rogelio Rodríguez-Comendador, PP y Ramón Fernández-Pacheco, PP) tuvieron que vérselas con socios de gobierno. El tristemente desaparecido Santiago Martínez Cabrejas, incluso con tres partidos (Partido Andalucista y Partido Comunista de Andalucía).
Y es esto, justamente, lo que se augura para dentro de dos semanas, cuando los almerienses acudan a sus centros de votación a participar de la decisión colectiva. Lo dicen las encuestas internas que manejan algunos partidos -y de las que todos hablan pero que nadie se atreve a alumbrar- y también los resultados en las últimas autonómicas y generales. Un ejercicio hipotético de traslación de los resultados de las generales en la capital almeriense a las municipales no alberga más posibilidad de gobierno que los pactos a tres bandas o un casi descartable acuerdo de 'gran coalición' entre PP y PSOE.
El caso es que tanto Ramón Fernández-Pacheco (Barcelona, 1983) como Adriana Valverde (Alboloduy, 1960), candidatos de PP y PSOE, se ven a priori como los que tienen más posibilidades de descorchar botellas de cava el día 26. Los primeros, los populares, depositan su confianza en un relevo tranquilo -el candidato asumió el timón a los pocos meses de las municipales de 2015, lo que le ha valido para foguearse, darse a conocer y, a su vez, labrarse una imagen institucional y seria-. Los segundos, con cambio de cartel, en una tendencia alcista del voto hacia el PSOE. En las generales, ahí es nada, obtuvieron siete puntos y medio y 7.500 votos más que sus directos competidores conservadores.
Pero ambos saben, sin embargo, que esa noche se ganan las elecciones pero no la alcaldía. El PP tiene grabado a fuego la jornada del 12 de junio de 2015. Miguel Cazorla -que es, curiosamente, el único cabeza de lista de las seis candidaturas con más posibilidades de acceso a escaño que repite- anunciaba ante una concurridísima sala de prensa que su partido apoyaría al candidato socialista, Juan Carlos Pérez Navas, para que relevase a Luis Rogelio Rodríguez-Comendador en el despacho de la primera planta del Preventorio, sede de la Alcaldía.
El PP venía de disfrutar de una de las pocas mayorías absolutas arrojadas por las urnas en la capital y, de repente, por sólo un escaño, se vio por horas fuera de los mandos de la nave, arrinconado por un pacto a tres. Fueron horas de máxima tensión en las filas populares. Trece concejales se veían fuera del poder, pese a la gran distancia que les separaba de los socialistas. Gestiones del más alto nivel -conversaciones entre los mandos de PP y Cs a nivel nacional- tumbaron esa decisión y, la mañana del 13, día de la investidura, se alumbraba lo que se ha venido a llamar en los corrillos políticos locales como «el cazorlazo», un giro de timón impuesto por las altas esferas del centroderecha español que dejó a Pérez Navas con la miel en los labios y al edil de Cs con una grave crisis de comunicación interna y externa.
Tras este espectacular giro de timón, la legislatura marchó gracias a un acuerdo de mínimos entre los dos partidos de centro derecha que sin embargo, acabó en ruptura cuando dejaron de ser estrictamente necesarios: a finales de 2018. Entonces, y también en Ciudadanos, una crisis interna llevó a la regidora Mabel Hernández a presentar su decisión de abandonar el grupo naranja. El escaño que le faltaba al PP para la mayoría les llegaba como caído del cielo -desde entonces no ha habido graves puntos de desacuerdo entre el PP y la regidora no adscrita-. En cuchicheos, hubo quien la metía dentro de la lista popular si bien, finalmente, abandonará la política activa con la investidura del nuevo alcalde o alcaldesa en junio de este año.
Cinco de las seis listas cambian de cara. El PP tras un relevo planificado: tras las elecciones, Comendador renunció en favor de quienes todos ya observaban como un delfín designado, Fernández-Pacheco. En el PSOE tras una guerra interna fratricida paralela a la de Pedro Sánchez-Susana Díaz vencida por los 'sanchistas' de Fernando Martínez (ahora senador electo) e Indalecio Gutiérrez (candidato al Congreso que se quedó fuera de los electos) que elevó a Valverde. Pero también hay cambio de caras en las fuerzas a la izquierda del PSOE. En IU, la secretaria política del PCA en Almería, Amalia Román, se hizo con la candidatura tras lograr la victoria frente a los sectores independientes dentro de la coalición de izquierdas. Y Podemos presentará por primera vez una candidatura con su nombre a las municipales tras haber roto las negociaciones con IU para una coalición similar a la de Adelante Andalucía o Unidas Podemos. La encabeza la joven periodista Carmen Mateos.
La sexta incógnita de la ecuación -y probablemente la más grande- es Vox. Una vez medida su fortaleza en campañas de primer orden, optan a una veintena de ayuntamientos en la provincia y, entre ellos, el de Almería capital. El candidato, Joaquín Pérez de la Blanca, abogado, de 37 años y casado recientemente, apenas se ha dado a conocer más allá de una rueda de prensa sin preguntas en la que anunciaron su candidatura pero ni tan siquiera entregaron programa electoral alguno. De su vigor -o su falta- dependerá, muy probablemente, qué ocurra la noche del 26. Los números han demostrado que la práctica totalidad del votante de Vox ha venido de un préstamo popular que, en unas elecciones de segundo orden, puede optar por volver al origen o, incluso, votar con otros parámetros: simpatía, cercanía, programa... Cualquier motivo puede ser el bueno.
Prácticamente a ninguno de los candidatos le viene bien una campaña crispada. Pero sí hay algunos sectores a los que podría beneficiarles una campaña mínimamente tensa: a la izquierda. La movilización de su electorado resultó crucial para que el PSOE ganara las elecciones del 28 de abril. Y ante una expectativa de baja participación, sólo mantener ciertos niveles de tensión pueden permitir que se sostengan las esperanzas de aguantar las tendencias electorales positivas del centroizquierda.
De ello ya ha dado muestras -en los escasos días de campaña que llevamos- la candidata socialista, que antes incluso de la pegada de carteles ya exigía a Ramón Fernández-Pacheco (PP) que dijese si estaba dispuesto a sentarse en una mesa de negociación con un partido que su propio jefe de filas, Pablo Casado, ya ha definido abiertamente como de «extrema derecha». Fernández-Pacheco no ha contestado aún -pretende evitar ese juego, que beneficia a su adversaria- pero todo parece augurar que mantendrá la incógnita hasta conocer los números que arroja la jornada del 26 de mayo.
Al fin y al cabo, no será la victoria de esa noche la que ponga o no alcaldes en la capital. Pero sí que lo será lo que digan las calculadoras y los acuerdos nacionales. Las indicaciones de Madrid y Sevilla serán determinantes salvo que, y es una hipótesis que están manejando ya algunos en las salas de máquinas de los partidos, no haya acuerdos. Entonces, será lo que digan los almerienses de forma mayoritaria lo que se imponga. Sin más interpretaciones, sin más mesas camillas, el que gane, será alcalde, sin estabilidad, pero alcalde.
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