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CARLOS MORÁN
GRANADA.
Domingo, 12 de mayo 2019, 02:44
Gospel Molotov es un coro granadino que, como su propio nombre indica, interpreta canciones espirituales afroamericanas. La denominación de la agrupación musical es un ingenioso juego de palabras inspirado en la expresión cóctel Molotov, que es una botella rellena de líquido inflamable y coronada por ... una melena de trapo que sirve de mecha. Es una bomba barata muy usada en las refriegas callejeras entre manifestantes violentos y policías antidisturbios.
El cóctel Molotov y Gospel Molotov tienen algo en común: ambos incendian. El primero, en plan malote, y el segundo, con una dulzura desgarrada.
Quien quiera probar la esencia del 'cante jondo' de los negros puede empezar por Sam Cooke y los Soul Stirrers. Sus discos suenan como dios, y nunca mejor dicho. Sus voces (la garganta de Cooke es sencillamente prodigiosa) raspan como la arena y elevan al oyente al paraíso.
Todos los martes por la tarde, los miembros de Gospel Molotov, que unas veces son ocho o diez y otras, 15 o 16, se reúnen para mantener vivo el inmortal arte de aquellos pioneros.
El lugar en el que entrenan es una casa laberíntica que está incrustada en el laberinto que es el barrio del Albaicín. Un secreto dentro de otro secreto.
Cuando los periodistas llegan a la vivienda, pulsan el timbre y la puerta se abre sin preguntas. Nadie sale a recibirlos, pero no es descortesía: el coro, aunque incompleto, está organizándose y lo primero es lo primero. Los intrusos se guían por las conversaciones que vienen de la parte baja del inmueble. De cuando en cuando, se escucha una nota de piano.
Gospel Molotov están calentando en un salón que mira a los tejados de la Gran Vía capitalina. Está empezando a atardecer y el cielo se pone colorado. Hace calor. La primavera granadina, que siempre es breve, ya se está poniendo los galones de verano.
Hay un alboroto muy jipi, como de la época en que los Beatles se soltaron la melena y abrazaron las flores. Varios niños corren y ríen, mientras los adultos repasan partituras y letras. Abrazos y besos por aquí y por allá. La candidata Marta Gutiérrez brujulea por la habitación con un nerviosismo casi infantil. La excitación no se debe a la presencia de los extraños: es el inminente inicio del ensayo lo que la altera. Pertenece al coro desde hace seis años y aún siente en el estómago el cosquilleo de emoción de la novata que fue. «Llevábamos a los hijos al mismo colegio y un día canté con ellos porque les faltaba gente. Yo había estudiado piano y canté en el coro del Conservatorio», recuerda Marta Gutiérrez cómo se unió a Gospel Molotov, que ya llevaba dos décadas funcionando: nació de 'Conductus', que cantaban música conventual antigua hasta que se cansaron y decidieron probar con los rasgados himnos religiosos de los negros norteamericanos.
«Todo el mundo debería cantar. Yo es como más disfruto», comenta Marta.
Reina en la estancia una informalidad ordenada. Parece que cada uno va a su bola, pero no. Se guían por un protocolo que solo ellos conocen y que, muy probablemente, surgió de la improvisación. Los integrantes de Gospel Molotov demuestran que rigor y desenfado son compatibles.
Todavía no han llegado todos los integrantes del coro. Es probable que ni ellos mismos sepan cuántos son. La composición de la plantilla es oscilante. Hay un núcleo duro, el que surgió de 'Conductus', y los demás se suman y se restan. Su concepto de la disciplina no es nada castrense.
Cuando entienden que hay quórum suficiente, se arrancan a cantar. Los periodistas flipan. Marta Gutiérrez se marca un solo y asombra que alguien con la piel tan pálida tenga una voz tan negra. Sus compañeras no le van a la zaga.
El ensayo avanza y siguen apareciendo los rezagados. El coro no para de crecer.
De vez en cuando, se escapa algún gallo. No son perfectos. Aún así, Marta debería sopesar seriamente la posibilidad de ofrecer mítines cantados.
Anochece y las llamas de Gospel Molotov iluminan Granada.
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