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Tenía un patrimonio de 20.000 millones de euros. ::
El genio de la Nutella

El genio de la Nutella

Michele Ferrero, fallecido este sábado, era el hombre más rico de Italia, inventor de ese mito nacional que lleva chocolate con avellanas y grandes éxitos como el huevo Kinder o los Ferrero Rocher

íñigo domínguez

Miércoles, 18 de febrero 2015, 09:41

El hombre más rico de Italia no es Silvio Berlusconi, aunque lo parezca. El hombre más rico de Italia, tres veces más, con un patrimonio de 20.000 millones, era uno que no lo parecía y ni le gustaba parecerlo, Michele Ferrero, que se hizo rico de la forma más inverosímil, con el chocolate. Ferrero, fallecido el sábado con 89 años en su casa de Montecarlo, era un señor que los italianos no sabían casi ni la cara que tenía. Apenas dio entrevistas en su vida y apenas había fotos suyas. Pero ni falta que hacía, porque era un símbolo mayúsculo, nacional: es el inventor de la Nutella. Hay que ser italiano para comprender lo que significa la Nutella, la crema de cacao y avellanas nacida en 1964 y que en España inspiró la Nocilla tres años más tarde. La Nutella es un mito de la infancia y los adultos de cualquier edad la siguen devorando con pasión, la buscan en el extranjero como locos, se la llevan en la maleta cuando viajan.

Pero Ferrero es mucho más, un genio del chocolate, y basta enumerar su lista de invenciones para darse cuenta: los Ferrero Rocher y el legendario chófer Ambrosio de la publicidad, el huevo Kinder y todos los productos de esa gama, el bombón Mon Chéri, las pastillas Pocket Coffee, las píldoras Tic Tac... Todo se basa en algo tan italiano como mirar la realidad desde otro punto de vista: un chocolate que no es duro, sino que se unta, un bombón que no se vende en caja, sino por unidades, un huevo de pascua que se come cualquier día del año. Ideas sencillas y geniales.

Ferrero contó hace años, en una entrevista a La Stampa, cuánto le costó imponerse a las ideas preconcebidas con cada una de estas ocurrencias, pero sobre todo con el dichoso huevo, en 1974. Encargó veinte máquinas para fabricar huevos pequeños y en la oficina pensaron que se había vuelto loco o que habría algún error y no lo tramitaron. Al final tuvo que intervenir personalmente. «Me decían que los huevos se vendían solo en Pascua y que sería un fracaso, así que les dije: ¡Desde mañana será Pascua todos los días!». La idea le vino porque creía que era un producto buenísimo, la combinación de chocolate y sorpresa, y le parecía una pena limitarlo a un día al año. Para que no fuera caro lo hizo pequeño y para no alarmar a las madres con el exceso de chocolate centró el lema en insistir que tenía más leche que cacao. Fue de los primeros en apostar por la idea de la alimentación sana.

La historia de Ferrero es una de esas fábulas mágicas del capitalismo italiano de los sesenta, como la de Olivetti o Benetton. Una empresa fuertemente familiar, que nunca ha salido a Bolsa, muy ligada a su tierra de origen, fruto de una generación muy pobre, de una mentalidad campesina y creativa que se comió el mundo. Los Ferrero vienen de Alba, entre Génova y Turín, famosa por el vino y las trufas, pero que en la posguerra era una tierra mísera, deshabitada por la emigración y luego por la contienda. Tenían una pastelería en Via Rattazzi y Michele heredó la empresa con 24 años. Su gran inspiración, confesó años más tarde, siempre ha sido una tal Valeria, «la Valeria», decía él. «¿Cuál es mi secreto? La Valeria. La Valeria es la dueña de todo, la consejera delegada, la que decide tu éxito o tu final, aquella que no debes traicionar nunca y comprender hasta el fondo», relató en otra entrevista. El periodista, impaciente, por fin le preguntó quién era esta notable señora: «Es la mamá que hace la compra».

«Dulcificar la vida»

Ferrero era obsesivo en fabricar el producto, probarlo él mismo, patearse los supermercados para ver cómo iban y saborear los de la competencia. En no fallar nunca las expectativas del cliente, y aún hoy los productos Kinder se retiran de las tiendas cuando llega el verano, para que no se derritan y nadie se decepcione. Al principio, Michele Ferrero se recorría la comarca con un Topolino, pero su primera gran intuición fue vender en Alemania, «porque comen chocolate todo el año». Eran los años cincuenta, con una nación destruida y deprimida: «Era un país triste, y pensé en algo que les levantara la moral, que dulcificara la vida cada día, un bombón con licor de cereza dentro, para calentarse, y un envoltorio elegante. Me decían que los bombones tenían que ser en caja, pero les respondía que por eso no se vendían, porque eran solo para ocasiones especiales y la gente no se los podía permitir». El Mon Chéri fu un éxito, era 1956, y así empezó todo.

Ferrero es ahora una multinacional con 53 sociedades, que vende en 160 países, factura 8.100 millones y da trabajo a 30.000 personas. Pero sigue teniendo en Alba, el pueblo de la familia, una de sus principales fábricas. Ese estilo de hacer empresa también forma parte de la leyenda, una bonita leyenda en los tiempos que corren, porque Ferrero quiso que la fábrica fuera un orgullo y un bien para la comunidad. Organizó los turnos de trabajo de manera que los campesinos pudieran seguir trabajando la tierra, no quiso separarles de sus casas y montó un sistema de autobuses que pasaba a recogerlos. Tenían colonias de verano para las vacaciones. Él estaba siempre a pie de obra y conocía a todos por su nombre. Nada de finanzas, solo trabajo duro y chocolate blando.

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