El abuelo Max

Amante del póquer, lo mismo viste a famosas que diseña ropa para Carrefour

LUIS GÓMEZ

Lunes, 8 de junio 2015, 11:41

Max Azria es un personaje inclasificable y muy divertido. Nacido en la localidad tunecina de Sfax (1949) y criado en París, presume de ser el más americano de todos los diseñadores de Francia. Entre sus deportes preferidos figura abrazarse en todas las fotos a bellas mujeres, incluida la suya, aunque tenga que dar saltitos para ponerse su altura. También acostumbra a pellizcar en las mejillas a las modelos que trabajan para él al final de los desfiles. Son las cosas del abuelo más cariñoso de la moda. Azria es lo 'Max'. Amante de la sensualidad, ha convertido el clan familiar en una empresa de lo más rentable. Su mujer, la exgimnasta ucraniana Lubov, de 47 años, ejerce de directora creativa y varios de sus hijos -es padre de seis de sus dos matrimonios- colaboran ya en el engranaje de unas de las corporaciones textiles mejor saneadas.

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Detrás de la figura de este peculiar hombre emerge un imperio singular, porque, más que presidir la empresa que fundó, interpreta una manera de entender la vida con el lema 'buen estilo, buena actitud'. Más de 30 marcas se refugian bajo el paraguas de BCBG Max Azria, un gigante global que ha hecho multimillonario a este creador de origen judío. Max vaticinó hace décadas que el futuro del diseño se fraguaría en Estados Unidos y no tiene ninguna duda de que Nueva York ha desbancado ya a París y Milán como capital mundial de las pasarelas. «El mundo la mira cuando quiere saber qué pasa en la moda», remarca.

Así que, después de trabajar durante once años en París, donde dio sus primeras puntadas, en 1981 se mudó a Los Ángeles en un giro infrecuente en este negocio. Generalmente, son los creadores americanos los que compran el billete con destino a Europa para reflotar viejas casas en decadencia o fortalecerlas. La jugada americana le salió redonda. Vive en una espectacular mansión de 60 habitaciones inspirada en el cuento 'Alicia en el país de las maravillas', en Holmby Hills, el selecto barrio angelino donde residieron leyendas como Frank Sinatra, Michael Jackson o Barbra Streisand. Pero Azria no vive del pasado. Nunca ha necesitado 'resetearse' porque siempre anda al día.

Lo demostró con el lanzamiento de una colección en la que colaboraba la joven y provocadora cantante Miley Cyrus y los grandes almacenes Walmart. No es casual que todo Hollywood -desde Sienna Miller y Angelina Jolie a Jennifer Lopez o Eva Mendes pasando por Anne Hathaway y Reese Witherspoon- se haya puesto alguno de sus vestidos. También de Hervé Léger, firma que revalorizó tras comprarla en 1998 y someterla a un profundo 'lifting'. «Las colecciones son más modernas y sofisticadas que su identidad original, pero el concepto todavía es reconocido como el espíritu de la mujer sexy. Funciona porque es lo que la consumidora quiere y espera», razona. Para Max, la moda no tiene secretos: «Mi negocio ha sido siempre hacer que las mujeres se sientan bellas y seguras». También tuvo claro que no quería seguir las «reglas clásicas» del 'establishment fashion', por lo que creó su «forma de estar y de crecer» dentro de un negocio en el que nunca se le han caído los anillos. «Tan difícil es vestir a una estrella de Hollywood con un diseño de alta costura como acertar con la señora de la calle de medidas no idílicas con prendas baratas», mantiene. Por eso diseña desde hace años una línea 'low cost' para Carrefour. El negocio es el negocio. «Me gustaría que no hubiera diferencia a la hora de vestirse entre las mujeres que tienen dinero y las que no lo poseen, independientemente de dónde vengan», defiende.

«Bueno con los números»

Pero cuidado con pensar que Azria se la juega con el primero que se encuentra delante. Lo tiene todo calculado. Solo deja margen al azar en las mesas de los casinos, donde se destapa como un consumado jugador de póquer, su otra gran pasión. «Siempre he sido bueno con los números. Es el don que me ha dado Dios», reconoció a la revista 'Marie Claire'. «La creatividad de la moda no es suficiente. Me gusta la complejidad de los números y siempre he tenido una férrea visión empresarial», subraya.

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Para justificar su presencia entre los grandes de la industria, su marca rehúye las tendencias y «abraza» el estilo. Pero ¿qué estilo? Azria buscó desde el principio uno «claro y limpio», basado en líneas «puras» y simples, que ayudase a las mujeres a «vivir el día a día, que no es fácil para aquellas valientes que trabajan fuera y en casa, son madres y tienen una familia detrás. La moda no consiste en seguir las tendencias, que es lo que muchos jóvenes hacen», echa en cara a los nuevos creadores por ignorar el legado de las casas históricas: «Para tener cultura de moda, hay que tener conocimiento del pasado y para innovar hay que saber dónde se juega», sentencia.

La firma de este tunecino funciona con una estructura bicéfala. Si Max es un «visionario», Lubov encuentra «inspiración» en el arte y lo convierte en «algo tangible para que la mujer lo pueda vestir. La respeto porque ella me respeta a mí. Yo indico las grandes líneas y ella se ocupa minuciosamente de los detalles y del seguimiento de todos los equipos», argumenta. Poca queja puede tener de su pareja y socia, a la que conoció en 1991 tras contratarla como asistente de diseño. Dos años después, se casó con ella, aunque en la primera cita que le pidió matrimonio recibió un no rotundo. Ha sido su único traspiés, porque la pareja no aspira a ser la más grande de la moda, sino la mejor. «En todo: en diseño, en producción, en las cuentas, en la comercialización...», remata este diseñador rebelde que calza zapatos con tachuelas punk.

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