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rosario gonzález
Lunes, 7 de septiembre 2015, 10:22
Para llegar al refugio en Gerona de Gay Mercader no sirve el GPS. El vehículo brinca por caminos de tierra hasta la masía donde reposa el hombre que durante cuatro décadas ha sido una referencia mundial en el mundo de la música en directo. Su primer hito en España fue traer a los Rolling Stones. Fue en 1976, en la Monumental de Barcelona, y el batacazo económico fue mayúsculo. Perdió un montón de pasta y los grises casi provocan una tragedia lanzando botes de humo. Pero aquel concierto abrió las puertas a los grupos extranjeros en una España postfranquista que presentaba un panorama cultural desolador. Hoy Gay Mercader (Barcelona, 66 años) vive acompañado de caballos y perros en una preciosa masía, muy cerca de El Celler de Can Roca, el restaurante de los hermanos Roca. Allí le consideran «el cuarto hermano». Una vez a la semana acude a una sesión de acupuntura y aprovecha para pasarse por las cocinas del mejor restaurante del mundo «a saludar». El resto del tiempo lee, habla por teléfono y come pescado blanco a la plancha, verduras, nada de picante y ni gota de alcohol. Una «vida de monja» para quien apuró el trinomio sexo, drogas y rock & roll y vivió para contarlo.
De tanto en tanto abandona su retiro y recuerda al mundo por qué hizo historia. Hace siete años logró que los Stones arrancaran en España su gira europea y acaba de volver a reventar estadios con AC/DC. Todo un órdago. Frente a ejecutivos imberbes con business plan bajo el brazo, Mercader cogió un folio y, haciendo la cuenta de la vieja, decidió que los australianos tendrían dos fechas en Madrid, 100.000 entradas, y una tercera en Barcelona. La élite del sector lo miró de reojo, calculando el estado de sus facultades. Ganó el envite. Llenó las tres citas. Más de dos mil conciertos y cuarenta temporadas a sus espaldas, el mítico promotor musical sigue teniendo el olfato bien afilado.
¿Por qué se metió en ese lío?
Por el público. Quería comprobar si seguían igual de locos con los AC/DC, por eso decidí apostar por meter 100.000 tíos en Madrid cuando lo lógico son 50.000. Te juegas el físico, porque si vas a 100.000 y metes 80.000 te pegas una bofetada de dinero que te quedas tonto. Me pasé el concierto mirando al público y quedé fascinado. Ver esa comunión con el escenario es impagable.
Así que sigue existiendo esa comunión.
Se ha perdido intensidad y no siempre se logra el clímax, pero con AC/DC el público sigue igual de loco.
¿Le pasó factura dejar el sofá?
No me arrepiento, pero estoy más nervioso que antes. Volver a trabajar es como volver al ejército, te cae todo el traje encima y adoptas las mismas paranoias y neuras, y no me gusta. Solo soy feliz desde que no trabajo y tengo tiempo de vivir. Me veo más amable, más agradable.
¿Por quién lo haría de nuevo?
Por Phil Collins. Lo conocí cuando tenía pelo y tocaba la batería y el otro día llamé a su gente acojonado y le pregunté si haría gira. Si me lo pidiera también lo haría por Robert Smith (The Cure). Los Stones no hace falta ni que me lo pidan. Siempre me han sido leales. No quiero dejar el sofá pero, como me enseñó el amigo Sting, hechos son amores y no buenas razones.
España en los 70 era un páramo musical... ¿cómo se trabajaba?
Todo lo que era una desventaja fue una ventaja. No existía industria y la hicimos por el camino. Desde elegir la toma de corriente hasta construir un escenario con altura necesaria y desmontaje rápido o contratar seguridad. No había nada. Ahora hay gremios de todo tipo, hasta de tíos que tosen en los conciertos, es espantoso.
¿Intuía la rentabilidad?
Con los Stones, en el 76, me arruiné. Fíjate que en 1979 tenía 740 pesetas en el banco y la entrada de los Stones costaba 900. Monté el concierto y tres años después no podía ni pagarme la entrada. Y la gente pensaba que me forraba. Lo pasaba bien y las mujeres me hacían caso pero no entré por dinero, sino porque llegué a España y no había música. En París había visto a los Stones y decidí que en España lo haría yo, me veía en una misión divina. Ahora jamás sería promotor, es una pesadilla económica, con las autoridades y con los medios.
¿Cuál es el precio del éxito?
Los nervios. Tuve un tic facial tan bestia que me hice abrir el cerebro porque del estrés me ponía la boca en la oreja. Estaba desesperado, pero casi 40 años dirigiendo todo significa que la cabeza funciona sin parar. Llegué a cosas impensables, es lógico que las mujeres me dejasen. Paqui me decía me gustaría ir a la India y yo encargaba dos billetes, uno para ella y otro para su madre. Yo no tenía tiempo.
¿Cómo ve el sector hoy?
Hay pocos promotores que se jueguen su dinero. Ahora hay comisionistas y organizadores por cuenta ajena.
¿Francia es el modelo?
Sin duda. Se les critica el chovinismo, pero saben proteger su industria. Tienen un IVA cultural mucho más bajo, financian su cine y cada tres o cuatro años logran un taquillazo mundial. En España no hay apoyo ni interés en crear industria. A partir de ahí uno puede quejarse pero no decir que los artistas no quieren venir. Si les pagas y sabes negociar, vienen, pero es muy español el postrarse ante lo anglosajón como si fueran seres superiores. Los ingleses son los mejores negociadores, no perdonan y son muy hijos de puta, pero nosotros somos latinos y pillos.
Con el roce con tanta estrella del rock... ¿se cura la mitomanía?
Al principio no paré de darme bofetadas, aunque acerté en mitos que gustaban a la gente. También aprendes que hay cretinos con una obra fantástica y simpatiquísimos que no valen nada. Hay un cantante bestial al que jamás iría a saludar porque es un cretino redomado. Se llama Van Morrison. Lou Reed también era una puta pesadilla. Dylan es Dylan, va a su bola y es fantástico porque tú también vas a la tuya.
¿La gente se sorprende aún de su amistad con Keith Richards?
El caso de los Stones es fácil de entender. Cuando los conocí aún no eran leyenda y llevaban ellos mismos las maletas. Ahora viven recluidos en su mundo porque la gente los tiene mitificados y ellos no quieren que les mitifiques, quieren que les vaciles. En el fondo solo éramos unos chalados que hacían conciertos y cuando encuentran un amigo de toda la vida que sigue vivo, pues se alegran. Keith me decía el otro día que comprueba que estoy vivo cuando recibe mi botella (todos los años puntualmente le envía una de Vega Sicilia).
Lideró 40 años el negocio de los conciertos bajo un estrés que le dejó un tic «que me ponía la boca en la oreja». Se retiró «para tener tiempo de vivir». Ahora se ha levantado del sofá por AC/DC. Y lo haría por los Stones, sus amigos
¿Lo de sexo, drogas y rock & roll es historia antigua?
Siempre ha existido. En los años 20, se hablaba de la cocaína y las orgías de Hollywood. Ahora el trinomio podría ser sexo, drogas y fútbol o sexo, drogas y cine. Además iba bien para el negocio que los Stones fueran Sus Satánicas Majestades. Yo he visto a Keith de mala leche y no es recomendable, pero es muy simpático. Los mitos venden y el diablo vende muy bien.
¿Las drogas dejaron a muchos por el camino?
Lou Reed, por ejemplo. Otros están mejor que nunca. Keith Richards está fantástico, si lo ves alucinas, no puedes fumar delante de él.
¿Se acostumbra uno al retiro?
Un buen jugador sabe cuando se tiene que levantar de la mesa. Tienes que acabar dignamente y ya soy mayor. Siento que he vivido demasiado esta vida y quiero vivir otra vida ahora.
¿Sigue rechazando escribir sus memorias?
Puedes contar anécdotas, pero contar lo que he vivido con amigos como Keith Richards, Robert, o Sting, quien en 1988 me devolvió medio millón de dólares por un concierto que salió mal, no es ético ni elegante.
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