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¿El fin de la maldición de DiCaprio?

¿El fin de la maldición de DiCaprio?

Coleccionista de Picassos y de novias de pasarela, opta por sexta vez al Oscar. ‘El Fideo’ nunca ha estado tan cerca

ester requena

Lunes, 18 de enero 2016, 11:14

Leonardo DiCaprio (California, 1974) ha vuelto con fuerza al candelero. Su sexta nominación a los Oscar junto con el careto que le puso a Lady Gaga en la entrega de los Globos de Oro ha hecho correr ríos de tinta... además de bromas de lo más creativas. A sus 41 años, el niño mimado de Hollywood está más cerca que nunca de la estatuilla que tanto se le resiste. Seguro que el humorista Chris Rock ya ha incluido en su guión para la gala del próximo 28 de febrero la tradicional bromita por si otra vez, y ya irían seis, DiCaprio se queda sentado sin subir al escenario.

Sobre el protagonista de Titanic y actor fetiche de Martin Scorsese pesa una maldición, como aseguran su legión de fans desde que con solo 19 años optase por primera vez al Oscar como actor de reparto por ¿A quién ama Gilbert Grape?. No hay una razón concreta por la que nunca se lo haya llevado a su casa, pero muchos ven en su afición por las fiestas y en salir con modelos el odio que le profesan muchos académicos. Los más diplomáticos apuntan a su físico: su cara aniñada, pese a su edad, le resta credibilidad a sus papeles. Algo que parece no importarle a la crítica, que lo ha premiado por El aviador, El lobo de Wall Street y El renacido, esta última llamada a dar la campanada en el teatro Dolby de Los Ángeles tras sus 12 nominaciones. La taquilla y las marcas también lo adoran: DiCaprio ingresó solo en 2015 unos 25 millones de euros por cine y publicidad. Cobró tres millones por un día de trabajo para un anuncio de una empresa china. Su fortuna, según Forbes, se eleva a unos 200 millones. A sus tesoros parece que esta vez por fin sumará el dorado galardón y no tendrá que esperar a uno honorífico, como le pasó a Robert Redford. La alfombra roja ya le espera, pero por ella no desfilará de la mano de ninguna de sus espectaculares novias. Su curriculum de conquistador deja una idea clara de su tipo de chica: modelo, rubia, alta y con curvas. Gisele Bündchen y Bar Rafaeli (las dos ahora felizmente casadas) son las que más le duraron. Sus hazañas en el campo de la seducción dejan a George Clonney y Sean Penn en unos aprendices. La prensa estadounidense lo incluye en el grupo llamado «cazadores de gatitas» (el nombre lo dice todo), junto a sus íntimos Tobey Maguire y Harmony Korine. Y eso que en el colegio le apodaban El Fideo por su aspecto debilucho y aniñado. En clase destacaba por su «arranque lento con las chicas». ¡Su primera novia se la echó por teléfono! «Tuvimos una hermosa relación por teléfono todo el verano y cuando al fin nos encontramos no pude mirarla a los ojos», recuerda ya convertido en un sex symbol. Quizás para desquitarse sigue sumando conquistas mientras proclama que por ahora solo le regalaría diamantes a su madre, Irmelin Indenbirken, a la que venera y con la que suele viajar en las promociones de sus películas.

De origen alemán (él chapurrea algunas frases), mamá DiCaprio pasó una infancia traumática a causa del nazismo y la posguerra (nació en 1943) y lleva a su hijo firme a pesar del éxito: Es una mujer tremenda. Ella le dice a todo el mundo lo que piensa a la cara, y mirando directamente a los ojos. No se corta. Por ejemplo cuando una revista publicó un posible romance con la cantante Rihanna dijo: «Estoy cansada de ver cómo malgasta su vida con bomboncitos». De ella surgió ponerle a su pequeño Leonardo tras notar su primera patada observando un cuadro de Da Vinci en la galería de los Uffizi, en Florencia.

Filántropo comprometido

De esas visitas culturales ha heredado el gusto por el arte, además de que su padre, George Di Caprio, ejercía como dibujante de cómics antes de divorciarse cuando Leo apenas contaba dos años. DiCaprio es de los que se planta de incógnito en galerías de arte de todo el mundo para ampliar su colección personal en la que no faltan obras de Picasso y Salvador Dalí. Pagó 352.000 euros por una pieza del joven colombiano Óscar Murillo, lo que elevó espectacularmente la cotización del artista de 29 años. También destina un buen pico de sus ganancias al partido demócrata y Ongs sensibilizadas con la conservación del planeta. De hecho, protagonizó un impactante discurso en la sede de la ONU en Nueva York durante la Cumbre del Clima en 2014 y la revista Time lo ha incluido entre las 100 personalidades más influyentes del mundo.

Y predica con el ejemplo siempre que puede: no viaja en avión privado, en su garaje aparca un vehículo híbrido eléctrico y su piso de Manhattan es totalmente ecológico. Capaz de enumerar sin pensar una veintena de especies en peligro de extinción, siempre recalca que de no haber triunfado en el cine hubiese estudiado Biología. Eso sí, como buena celebrity cuenta con sus excentricidades. Durante el Mundial de fútbol de Brasil se alquiló el yate Topaz, el más lujoso del mundo valorado en 350 millones de euros, y ya tiene billete para el primer vuelo comercial al espacio en la Space Shiptwo del millonario Richard Branson.

Es más de limonada que de cerveza, le gusta releer El viejo y el mar de Hemingway y jura que nunca ha probado las drogas. Prefiere gastarse mil euros de una tacada en productos de belleza, y liberar adrenalina (además de mantener a raya su propensión a engordar) jugando al baloncesto, al hockey, al fútbol y practicando deportes extremos. Dejó el paracaidismo tras el susto que tuvo en 2004 (el equipo no se le abrió y a punto estuvo de estrellarse contra el suelo). Tres años después volvería a ver la muerte de cerca tras sufrir el ataque de un tiburón blanco durante una de sus campañas de concienciación medioambiental.

Las líneas morbosas de su biografía más íntima (sus conquistas son tantas que en otros Globos de Oro le presentaron como «Supermodels Vagina») se trufan con una carrera de casi cuarenta películas en las que ha trabajado con lo mejor de Hollywood. Recuerda como si fuera ayer cómo con solo diez años se llevó el disgusto de su vida cuando le rechazaron en un papel por llevar «un corte de pelo equivocado» o cómo estuvo durante un año sin representante por negarse a cambiar su nombre por el artístico «Lenny Williams». El tiempo le ha dado la razón... como anhela que ocurra, esta vez sí, en la próxima ceremonia de los Oscar.

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