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Joaquina Dueñas
Lunes, 7 de abril 2025, 13:00
La semana pasada salió a la luz un informe que cifra en 500 el número de individuos identificados como acosadores de la familia real británica. De ellos, las autoridades monitorean activamente entre 50 y 100 personas que podrían suponer una amenaza significativa y 35 han sido calificadas por el Centro de Evaluación de Amenazas Fijadas como de «alto riesgo». Y es que, históricamente, la monarquía inglesa ha enfrentado diferentes incidentes de seguridad, entre los que encontramos desde el intento de secuestro de la princesa Ana en 1974 hasta el más reciente asalto al Castillo de Windsor de dos enmascarados en 2024.
Eventos que ponen de manifiesto los desafíos continuos en la protección de la familia real británica y la necesidad de definir, implementar y actualizar las medidas de seguridad más rigurosas día a día.
El 20 de marzo de 1974, la princesa Ana y su esposo, el capitán Mark Phillips, fueron interceptados en The Mall, Londres, por Ian Ball, un hombre armado que intentó secuestrarla. La hija de Isabel II y su marido regresaban de noche al palacio de Buckingham cuando un coche les bloqueó el paso. El conductor bajó del vehículo con una pistola en la mano con la firme intención de llevar a cabo la misión, pero se chocó con la impasibilidad de la hermana del rey Carlos. Ball pidió a punta de pistola que saliera del vehículo, a lo que ella respondió haciendo gala de su flema inglesa: «Not bloody likely» («No es muy probable»).
Aunque no hubo que lamentar víctimas mortales, los disparos del asaltante alcanzaron al guardaespaldas de la princesa, a quien se le encasquilló el arma, al chófer y a un policía que acudió al rescate. Finalmente, otro policía y un exboxeador lograron reducir y detener al secuestrador.
Muy llamativo fue también el modo en el que Michael Fagan logró acceder al dormitorio de la reina Isabel II en 1982 mientras ella dormía, escalando por la tubería de desagüe de la pared. Un mes antes de aquel encuentro, Fagan ya había entrado en el palacio de Buckingham por una ventana abierta en el techo. Según él mismo contó al Daily Mirror, paseó una media hora por las dependencias reales, comió queso y galletas y descansó en el trono unos minutos antes de entrar en la sala de correos, donde vio los regalos destinados al príncipe Guillermo, recién nacido.
En su segundo intento, el 9 de julio de 1982, entró en la habitación de la reina de madrugada y abrió las cortinas para confirmar que quien descansaba en su lecho era Isabel II. Las crónicas del momento relataron que la madre de Carlos III había permanecido tranquila, algo que él desmintió: «Salió corriendo de la habitación», aseguró.
Hasta 2007, este tipo de intrusiones eran solo un delito civil, por lo que el asaltante no fue acusado de allanamiento de morada. Tras la modificación de la ley, se convirtió en un delito penal.
Uno de los incidentes más graves sucedió en Australia, durante una visita del entonces príncipe Carlos a Sídney en 1994. El estudiante de 23 años David Kang disparó a bocajarro contra el heredero a la corona durante el acto de entrega de premios a varios niños, ante la estupefacción de las 20.000 personas que habían acudido a la cita. El joven, que fue detenido inmediatamente, escenificó así una protesta por el trato a los refugiados camboyanos en Australia. El príncipe de Gales se mantuvo impasible y pronunció su discurso como tenía previsto, aunque en aquel momento todavía no sabía que las balas habían sido de fogueo.
En los últimos años, el Castillo de Windsor ha sido objeto de varios asaltos. El 25 de diciembre de 2021, un hombre armado con una ballesta fue arrestado en los terrenos de la fortaleza. Su objetivo: atentar contra la reina Isabel II, pero fue detenido antes de que pudiera llevar a cabo su plan.
En octubre de 2024, dos individuos lograron acceder a los terrenos del Castillo de Windsor, donde robaron una camioneta y un quad de una finca próxima a la residencia oficial de los príncipes de Gales, Guillermo y Kate Middleton. Los asaltantes enmascarados empotraron un camión que habían robado previamente contra la puerta de seguridad. Después, escalaron una valla y se dirigieron a la granja Shaw Farm, de donde sustrajeron los mencionados vehículos con los que se dieron a la fuga.
Una serie de acontecimientos que ponen de manifiesto las vulnerabilidades de las residencias de la familia real británica y que obligan a los equipos de seguridad a la revisión constante de los protocolos de protección.
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