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JOSÉ VICENTE PASCUAL
Jueves, 6 de marzo 2008, 10:03
HAY autores para pasar el rato y los hay que recomponen el mundo. Me refiero a autores literarios, evidentemente. No están las artes como para pretender saber de todo y opinar a bandazos. Escribo de lo que intento conocer y huyo de los debates absurdos como de las fiebres sinocias. Por ejemplo, ¿qué sentido tiene discutir sobre el valor artístico de un perro atado y muriendo de hambre, en vivo y en directo, durante la Bienal Centroamericana de Arte? Quisiera estar exagerando, pero es que no. Ocurrió y va a volver a ocurrir si no llegan a tiempo los loqueros y meten en celda acolchada al fantástico creador Guillermo Vargas y a los galeristas que animan esta singular 'performance'. Pero ya les digo, es mejor no meterse en camisas de once varas y, llegado el caso, avisar al psiquiátrico o al cuartelillo más próximo de la Guardia Civil. El arte es todo menos inhumanidad, y no me vengan los ilustres del nihilismo a reconvenirme con aquello tan sabido de que lo cruel, lo sádico, lo perverso y lo feo en el sentido riguroso de la palabra forman parte también de la naturaleza humana. Los hornos de Auschwitz no eran una transgresión del arte gastronómico en su modalidad «panadería redefinida en los ámbitos de lo tanatológico sobre un fondo de grasa humana». Eran miseria moral y con eso les sobra porque algunas nauseabundas realidades no merecen siquiera la representación en la palabra, que es atributo del hombre, no de las bestias.
Lo dicho, hay autores que no tienen nada que decir y por eso mismo lo dicen con muchas palabras muy pimpolludas, muy entretenidas, a menudo provocadoras en la forma aunque de un reaccionarismo galopante en los contenidos. Porque lo nimio, lo feo, lo bullangoso y pastoso y complacido en la cortedad del mundo, es cabalmente reaccionario. Los hay, por contra, que con una frase sencilla, 'Lo que tú piensas', por ejemplo, introducen al lector en un territorio donde la evidencia acosa a nuestra despreocupación sobre el sentido de lo humano. Sí, es cierto que acabo de leer esta novela de José María Pérez Zúñiga, 'Lo que tú piensas', y acabo de convencerme, otra vez y muchas gracias, de que en la literatura, como en cualquier otra actividad donde se emplee el intelecto, hay niveles. Hay, por así decirlo, un nivel primario para los días de fiesta, la curiosidad satisfecha con amenas explicaciones sobre hechos bizarros, el gusto pequeño por las divertidas, triviales anécdotas del existir mansuno de las personas felices; y hay un nivel, acaso equiparable a una intención, una ambición por saber, que interroga a lo ancho y profundo de nuestra supina ignorancia. Esa literatura que se concibe y se trae al papel impreso con ánimo de descubrir hasta dónde no sabemos, es la única que puede calificarse, y perdón por el adjetivo pero no se me ocurre otro ahora mismo, como grande. En verdad muy grande.
Hay quien escribe sobre algo porque sabe 'mucho' de ese algo. Paradigma del alarde podría ser la novela histórica entendida como un paciente trabajo conducente a literaturizar enormes cantidades de documentación. Oigan, pues lean los lectores libros de Historia como Dios manda y eso que atajamos. Hay quien, como José María, escribe para saber, avanza mediante la prosa en el pensamiento que indaga y a cada revuelta del camino encuentra una nueva objeción. 'Novela psicológica', llaman a su estilo algunos críticos, me parece que con poco acierto comercial y discutible criterio. Toda novela, por definición, es psicológica. O habla sobre aquellos asuntos que conmueven al ser humano, los dos o tres temas que nos atosigan desde la cuna a la sepultura, o no es novela sino disgresión más o menos culta acerca de festejos locales. La tristeza superada en la desazón perpetua, y ese malestar sublimado hacia el trastorno, es una de esas peripecias psicológicas a las que está (estamos) mucha gente abocada. ¿Hay que escribir sobre ello o tomarse un Valium? ¿En verdad puede llamarse una novela 'Lo que tú piensas' sin que el lector descubra inmediatamente que el título es un imposible? Nadie sabe lo que tú piensas, ni puede saberlo, ni nunca lo sabrá. Ni tú mismo lo sabes a veces. 'Lo que tú piensas' es un reto a lo inaccesible. Una cuestión de principios: nos debemos el derecho a fracasar en el empeño. Intentarlo es propio de autores con talento, quienes -tal el caso-, convertirán la crónica de cómo no llegamos a la cumbre en una apasionante narración. Rehuir la pendencia es de listos, no lo niego; y de 'mataos' tuercebotas de lo literario. Aquí pasa como en las buenas familias: el que vale, a estudiar arquitectura, y el que no vale a la política, que siempre da de comer aunque pinten bastos contra el gobierno.
Yo no sé en qué pensaba José María Pérez Zúñiga cuando se propuso redactar el inventario de todo lo que no sabemos que piensan los protagonistas de 'Lo que tú piensas'. Un espejo colocado frente a otro reproduce la misma imagen hasta el infinito, y en consideración a la velocidad con que viaja la luz, si pudiéramos asomarnos hasta el fondo de esas figuras multiplicadas sin fin veríamos la creación del mundo. Acaso José María descubriese que lo pensado en una orilla, puesto frente a 'Lo que tú piensas', es decir, el otro incógnito, llevaría al desvelamiento de lo único en verdad eterno existente: la conciencia. ¿Les parece complicado, abstruso de comprender? Pues no lean 'Lo que tú piensas'. O léanla y descubran, con suerte, en qué pensamos cuando decimos el todo imposible de que estamos pensando. Más quisiéramos...
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