I. ESTEBAN
Domingo, 16 de marzo 2008, 04:33
José Antonio Marina está celebrando los 100.000 ejemplares de uno de sus libros, 'La inteligencia fracasada', mientras continúa con sus actividades en pro de la educación a través de la página web movilizacioneducativa.net. Profesor con más de tres décadas de oficio y autor de un libro de texto de la controvertida asignatura de Educación para la Ciudadanía, Marina se confiesa cristiano y no entiende los ataques de la Iglesia contra esta materia, vigente en los planes escolares de muchos países de la Unión Europea. Además, acaba de publicar 'Las arquitecturas del deseo' (Anagrama), una obra sobre el riesgo de la violencia y la depresión en las sociedades opulentas, de las que suele hablar en el informativo 'De costa a costa' en Punto Radio.
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-¿Se acuerda de la primera vez que entró en un aula para dar clase?
-Me acuerdo de cuando llegué a un instituto de Aranjuez, con 26 años, en 1965. Acababa de ganar la oposición a catedrático de Filosofía y entré en clase con una mezcla de miedo y entusiasmo. Me preguntaba cómo debía dirigirme a ellos, lo que esperaban de mí...
-¿Cómo eran los chavales en los sesenta?
-He visto pasar a muchas generaciones de adolescentes y he llegado a la conclusión de que, en el fondo, se parecen mucho. Los problemas no han cambiado, aunque sí las formas de plantearlos y de manifestarse. La sexualidad sigue siendo la misma que hace cuarenta años, pero ahora todos somos más permisivos. Los chicos son más románticos de lo que parece, y les enfada mucho que uno de los padres sea infiel con el otro. No aguantan las traiciones porque la lealtad supone para ellos uno de sus valores básicos.
-Los mayores les critican por su pasotismo.
-Los chicos necesitan pasarlo bien, ser aceptados socialmente y sentirse interesados por algo, explorar, experimentar que progresan. Somos los mayores quienes les intoxicamos de comodidad y los que les decimos una y otra vez: 'Diviértete'. Y son ellos los que muchas veces nos responden: 'No somos tan miserables como pensáis. Necesitamos una vida cómoda, pero también noble'.
-Hay muchos padres que intentan ejercer la autoridad sobre sus hijos, pero no pueden.
-La influencia del ambiente es grande, y más a partir de los trece o catorce años, cuando el grupo pasa a ser la gran referencia. Yo siempre les digo a los padres: '¿Te preocupan las notas de tus hijos? ¿Sí? Pues empieza a preocuparte por las notas de sus amigos'.
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-Los padres echan la culpa a la escuela, la escuela a los padres y todos a la televisión, al ministerio o a la consejería.
-Nos hemos metido en un círculo de excusas muy peligroso, y urge que nos pongamos de acuerdo. Somos 650.000 profesores y hay muchísimos padres que están muy preocupados por la educación de sus hijos, aunque hay otros que pasan del tema. Dedicamos algo más del 5% del PIB a educación, lo que está bien. Entonces ¿por qué no estamos teniendo resultados?
Descrédito
-¿Causa mucho perjuicio a los profesores un cambio de plan educativo?
-Es nefasto. Un profesor necesita estabilidad, que los grupos implicados en la educación confíen en él y que al mismo tiempo le exijan. Cambiar una ley de arriba a abajo siempre lleva una legislatura en la que el sistema educativo vive en una situación de interinidad. A mí me gustaba la ley de Pilar del Castillo, excepto en un par de cosas. Es un problema tener en la escuela a un chico de 16 años que hace tiempo no quiere ir a clase. Hay que ofrecerle una alternativa a los 14, que le encamine hacia el trabajo, aunque siga dentro del sistema educativo. Esto se ha tenido que aceptar ahora. Cuando se planteó con el anterior Gobierno, se montó un lío tremendo.
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-Vuelve el aprobado y el sobresaliente.
-Las calificaciones deber ser claras. No son una sentencia, sino una información que se da a los alumnos y a los padres. Y ahí no puede haber dudas sobre si una persona pasa o no pasa un determinado corte. La escuela permisiva estaba alentada por muy buenas intenciones, pero ha fracasado rotundamente. La escuela indulgente produce su propio descrédito y la desmoralización del alumno. '¿Bah, que más da si estudio o no, si total pasas igual!' Eso es lo que piensan.Tienen que estar convencidos de que no es un parque de atracciones, que no van a divertirse, sino a enfrentarse a la seriedad de la vida.
-¿Le gusta la asignatura de Educación para la Ciudadanía tal y como la ha planteado el Gobierno?
-Es una asignatura necesaria sobre los derechos humanos, que se empieza en la infancia con una educación de los sentimientos y de la conducta social, sigue en la adolescencia con los fundamentos de esas enseñanzas y se prologa en el bachillerato con las cuestiones sobre el mundo político y su participación en él.
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-Entonces, trata de grandes principios.
-En absoluto. Los alumnos tienen que saber que el ruido es un problema ético, una quiebra de un valor básico de la convivencia. La vida de una persona con una fuente de ruido encima puede resultar insoportable, proceda del vecino que tiene la tele alta, del bar de abajo o del botellón de enfrente. El Tribunal de Derechos Humanos de La Haya condenó al Estado español a pagar una indemnización por ruido, porque una mujer denunció a una discoteca, y no le hicieron caso, denunció al ayuntamiento y perdió. En La Haya le reconocieron que ese ruido vulneraba el derecho a la intimidad, a su tranquilidad.
-¿Por qué se ha montado todo este lío con la asignatura?
-Lo han hecho mal el ministerio y los partidos políticos. Se ha politizado todo, cuando hay una recomendación del Consejo de Europa para que se imparta esta asignatura. Hay muchos países que lo están haciendo, y que lo están haciendo bien.
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-¿Cuál es el papel de la Iglesia?
-La Iglesia está a la defensiva, sin necesidad de estarlo, y por esa razón ve enemigos por todas partes. Han relacionado la asignatura con la familia y con algo que ha molestado mucho a la jerarquía, el matrimonio homosexual. Pensar que esta asignatura va en contra de la familia significa que no se han leído los programas. Hay un epígrafe en el que aparece: 'La familia según la Constitución española', y la homosexualidad sale en un capítulo contra los prejuicios, racistas, homófobos, misóginos, etc.
-¿Por qué la Iglesia está a la defensiva
-Creo que se encuentra insegura. Yo soy cristiano, pero la política debe ser laica. Las religiones pertenecen al ámbito privado y en él pueden tener toda la presencia que se quiera. La Iglesia está desaprovechando la enorme riqueza del mensaje cristiano y se está enredando en temas que le dan una impresión de anacronismo y una rigidez que no veo en la historia del cristianismo. No se puede decir nunca, como ha dicho el cardenal de Toledo, que la unidad de España sea un bien religioso. Será otras cosas, pero ésa no. No veo vitalidad intelectual en la Iglesia.
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Sociedad opulenta
-¿Ni en los que discrepan de la 'línea oficial'?
-Las voces más luminosas dentro del mundo de la religión están siendo marginadas. Eso es muy doloroso. Lo que se ha hecho con la teología de la liberación me parece una desgracia religiosa y social. Con muy poco lapso de tiempo he presentado dos libros, el del Papa sobre Jesús de Nazareth y el de José Antonio Pagola.
-¿Y?
-El del Papa es un libro correcto, que se lee bien, pero que da una imagen del cristianismo que no encaja con las preocupaciones de nuestro tiempo, con las de los creyentes. El de Pagola es muy distinto. Es una obra escrita con un fervor y una alegría envidiables. Es el testimonio de un hombre que está encantado de haber conocido a Jesús, mientras que el libro del Papa es un libro sobre la teología de Cristo en el que no se ve a Jesús por ningún lado. ¿Por qué el cristianismo va a perder esa experiencia para quedarse sólo con las abstracciones teológicas?
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-El Papa suele criticar el consumismo y ahora usted ha escrito un libro sobre él, 'La arqueología del deseo'. ¿Hemos pasado de una sociedad muy disciplinada a otra en la que casi todos los deseos son legítimos?
-En todas las culturas se ha tenido miedo de de los efectos destructivos del deseo y por eso la educación y una parte importante de la moral trataban de ver cómo se dominan esas pasiones. Ahora estamos en lo contrario, y relacionamos el deseo con la libertad, que consiste en poder satisfacer muchos deseos. Una sociedad opulenta es una sociedad del deseo, porque nuestro sistema económico se basar en suscitarlos continuamente, en prometer que va a satisfacerlos y en hacerlo de una manera efímera para que las ganas de consumir retornen.
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-La austeridad ya no es un virtud.
-Es un pecado. Ahora se supone que un austero es un tipo de persona reprimida, triste, con un cierto rencor, resentimiento o envidia soterrada hacia los demás. Y sin embargo, antes o después tendremos que imponernos la austeridad como forma de vida porque no podemos generalizar nuestros niveles de consumo a todo el mundo.
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