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PABLO MARTÍNEZ ZARRACINA
Martes, 25 de marzo 2008, 03:11
HACE doscientos años, en las primeras horas de la mañana del 25 de marzo de 1808, nacía en el Palacio de Monsalud de Almendralejo José de Espronceda, el poeta romántico español por excelencia. Como no podía ser de otro modo, su nacimiento tuvo su porción de épica y dramatismo. Hijo de un sargento mayor del Ejército y de una joven de familia acomodada, Espronceda vio la luz en Almendralejo de casualidad: sus padres estaban de viaje y, ante la inminencia del parto, fueron acogidos por la Marquesa de Monsalud. Como en el libreto de una ópera poco sutil, los primeros llantos del niño coincidieron con el sonido de los cañones: las tropas francesas ocupaban España y estaba a punto de desencadenarse la Guerra de la Independencia.
Los primeros años de Espronceda estuvieron marcados por los continuos desplazamientos de su padre y constituyen un pequeño misterio. Se sabe que en 1820 estaba junto a su madre, a quien adoraba, en Madrid y estudiaba Ciencia y Humanidades en el Colegio Libre de San Mateo, donde le daba clases Alberto Lista, quien al parecer reparó pronto en el particular talento de su alumno. No parece extraño que el pensamiento profundamente liberal del afrancesado Lista influyese en el futuro poeta.
'Academia del Mirto'
Con quince años, Espronceda era miembro de la llamada 'Academia del Mirto', una institución literaria en la que se recitaban poemas líricos y se intercambiaban rimas festivas. Allí leyó sus primeros versos y comenzó a tomar conciencia de la situación del país. Como escribió Galdós en 'Los apostólicos', el volumen de los 'Episodios Nacionales' que se ocupa de estos años, «en España se pasa fácilmente de las musas a la política».
Suele decirse que Espronceda es algo así como el Byron ibérico. Sin duda, uno de los puntos de contacto entre ambos es la pasión política, en la que muy probablemente el español llegó a aventajar al inglés, que siempre fue más un diletante que un revolucionario. Si Byron participó en conspiraciones y murió en Missolonghi luchando por la independencia griega, Espronceda sufrirá exilios y empuñará las armas por las ideas liberales. Fue en el círculo de Alberto Lista donde descubrió la causa del progreso y fue con sus amigos Ventura de la Vega y Patricio de la Escosura con quienes decidió ir un paso más allá de la teoría. Juntos fundaron en 1823 una sociedad secreta llamada 'Los Numantinos'. Su objetivo: luchar contra el absolutismo y vengar la muerte de Riego.
El nivel de peligrosidad de 'Los Numantinos' permanece sin aclarar, aunque no parece excesivo. Pretendían asesinar a Fernando VII y fundar una república 'a la griega': unas aspiraciones algo novelescas. Lo que sí está claro es que los jóvenes cuidaban mucho la dramaturgia de sus encuentros: vestían capas oscuras y portaban puñales plateados. Al principio, se reunían en una gruta próxima al Retiro y después en el sótano de una farmacia que decoraban con luces rojas y emblemas siniestros. Su actividad duró dos años escasos. En 1825, Espronceda fue denunciado y condenado a cinco años de reclusión en el convento de San Francisco de Guadalajara. La influencia de su padre consiguió que le liberasen a las pocas semanas.
Exilio y barricadas
'Los Numantinos' marcaron a Espronceda. La policía le incluyó en su nómina de elementos peligrosos y comenzó a vigilarle de cerca. Cansado de soportar esa persecución y deseoso de ver mundo, en 1827 el poeta inició un exilio que duraría seis años. Primero viajó a Lisboa, donde los liberales no eran bien recibidos y fue detenido y expulsado. Posteriormente se instaló en Londres. Allí se integró en los círculos de liberales españoles y estrechó su relación con Teresa Mancha, la mujer casada que le inspiraría el conocido 'Canto a Teresa'. Después viajó a París, donde participó en la Revolución de 1830. Escuchemos de nuevo a Galdós: «Espronceda se batió en las barricadas bravamente, y sucio de pólvora y fango respiró con delicia y gritó con entusiasmo viendo por el suelo la más venerada monarquía del mundo».
En la borboteante mente de Espronceda, el siguiente lugar donde luchar por la libertad era Polonia. Se alistó como voluntario, pero la fuerza expedicionaria no llegó a salir de París. En esa época también participó en una acción armada organizada por un grupo de exiliados que pretendía restaurar un gobierno liberal en España y que fracasó. Después, regresó a Londres siguiendo los pasos de Teresa Mancha. En 1833 la pareja regresó a España aprovechando un decreto de amnistía. El poeta tenía veinticinco años, Teresa veinte. Tras pasar unos meses enrolado en la Guardia de Corps, donde terminarán por expulsarle, Espronceda comenzó a colaborar en prensa. Escribió en 'El Siglo', 'El Español' y en 'El Artista', una revista literaria fundada por Eugenio de Ochoa donde verían la luz algunos de sus poemas más conocidos, como la 'Canción del pirata', 'El mendigo' o 'El verdugo'.
Hombre de la época
Algunos de estos poemas se hicieron pronto muy populares y Espronceda alcanzó un reconocimiento literario inmediato. En 1835 fue uno de los socios fundadores del Ateneo madrileño. Para entonces, ya era conocido fuera de los ambientes ilustrados. De algún modo, era el hombre de la época, el héroe romántico. Independiente, turbulento y rebelde, Espronceda había organizado sociedades secretas, conocía el exilio, había demostrado su valor en las barricadas revolucionarias y escandalizaba a todo Madrid con sus amores con una mujer casada. Todo sin haber cumplido los treinta.
En sus primeros poemas, Espronceda ya demostraba que era un poeta tan irregular como lleno de talento. Sus comienzos respondieron al patrón neoclásico de Alberto Lista, pero pronto adoptó, quizá como ningún otro autor español, las directrices del Romanticismo europeo. Hay en sus composiciones una potencia y una pasión desconocidas hasta entonces. Muy influenciado por Byron y Víctor Hugo, dramático, intuitivo y altamente melódico, Espronceda fue, en opinión de Jaime Gil de Biedma, «el primer poeta moderno de nuestra lengua». Desde luego, su carga de modernidad queda más patente si lo comparamos con autores de su época tan convencionales como el Duque de Rivas o Zorrilla.
Invencible en sus alegres poemas de combate y exaltación de la vida en los márgenes de la sociedad, Espronceda fue un gran poeta hímnico. La peculiar energía de sus mejores versos, junto a su gran musicalidad, ha conseguido que poemas como la 'Canción del pirata' o 'El canto del cosaco' hayan permanecido en nuestra memoria colectiva durante generaciones. El lector de hoy que vuelva sobre estos textos sin prejuicios y dispuesto a pasar por alto cierto candor adolescente encontrará en ellos un buen puñado de vivificantes sorpresas.
Don Juan
A lo largo de su vida, Espronceda nunca dejó de lado la militancia política. En 1836 se presentó a diputado a Cortes por Almería, Granada y Badajoz y no salió elegido. Fue vicepresidente del Liceo Artístico y Literario de Madrid, donde se hizo cargo de la cátedra de Literatura Moderna. Ese año publicó uno de sus poemas líricos más recordados: 'Himno al sol'.
También en 1836 comenzó a publicar por entregas en 'El español' una de sus obras más redondas, 'El estudiante de Salamanca', un poema narrativo que se acercaba de un modo enfático y siniestro al mito de Don Juan. Protagonizado por Félix de Montemar - «almendra españolísima de todos los donjuanes», según Antonio Machado-, el poema constituye una de las cimas de nuestro Romanticismo. Espronceda ya ha adquirido su plenitud técnica y logra versificar con maestría una historia de amor y ultratumba que probablemente supera en profundidad al 'Tenorio' de Zorrilla.
En 1838 estrenó 'Amor venga sus agravios', una obra dramática en prosa escrita junto a Eugenio Moreno López. Un año después, viajó por Andalucía defendiendo las tesis revolucionarias. En 1840 fue nombrado Secretario de la Legación de España en la Haya y viajó a los Países Bajos. Poco después, alcanzó su sueño de ser elegido diputado por Almería en las sesiones de Cortes. En esta época la actividad política se sumó a cierta efervescencia literaria: fundó la revista 'El Pensamiento', publicó un volumen recopilatorio de sus poemas y comenzó a escribir su obra más ambiciosa, 'El diablo mundo': un poema total compuesto a la manera del 'Fausto' de Goethe o el 'Don Juan' de Byron. En él, Espronceda mezcló lo lírico y lo épico, lo narrativo y lo metafísico, en un mosaico de gran ambición. Nunca llegaría a terminarlo. Murió el 23 de mayo de 1842, con treinta y cuatro años, a causa de una infección respiratoria que derivó en difteria.
Entierro multitudinario
Según las crónicas de la época, el entierro de Espronceda fue multitudinario. Sus restos descansan en el Panteón de Hombres Ilustres de la Sacramental de San Justo de Madrid. En sus 'Recuerdos del tiempo viejo', José Zorrilla dejó escrito un retrato del primer poeta romántico español: «La cabeza de Espronceda rebosaba carácter y originalidad.
Su cara pálida por la enfermedad, estaba coronada por una cabellera negra, rizada y sedosa, dividida por una raya casi en medio de la cabeza y ahuecada por ambos lados sobre las orejas, pequeñas y finas, cuyos lóbulos inferiores asomaban en rizos. Sus cejas, negras, finas y rectas, doselaban sus ojos límpidos e inquietos, resguardados por riquísimas pestañas; el perfil de su nariz no era muy correcto... Su mirada era franca, y su risa, pronta y frecuente, no rompía jamás en descompuesta carcajada».
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