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TRIBUNA

El retrato del director de la Normal

MIGUEL RUIZ DE ALMODÓVAR SEL

Viernes, 24 de octubre 2008, 04:17

CUENTAN los antiguos que era un hombre bueno, un amigo leal y un maestro cariñoso y prudente, aparte de excelente escritor, poeta y pedagogo eminente. Me refiero al periodista y director de la Escuela Normal de Maestros, Francisco Javier Cobos Rodríguez (1831-1909), cronista de la ciudad, y fundador de periódicos tan famosos como 'El Dauro', 'El Porvenir', y 'La Lealtad', aparte de colaborador de 'La Correspondencia de Granada', 'El Diario Mercantil' y 'La Libertad'. Nudo de la 'Cuerda' granadina, apodado 'El Padre Cobos', oficial mayor del Areópago, y académico de la Didascálica Italiana de Roma -entre otros muchos cargos-, viene hoy a mi memoria tras lectura de un artículo de Rafael García Manzano con motivo del próximo centenario de la Asociación de Periodistas de Granada, constituida el 27 de diciembre de 1908. Así y recordando aquella histórica fecha conviene añadir a lo dicho por su autor que, tras posesionarse de sus cargos los individuos de la directiva y de la comisión investigadora, fue nombrado a propuesta del presidente, como socio honorario «al ilustre decano de los periodistas granadinos, D. Francisco J. Cobos». Por tanto, hablamos de todo un personaje de la Granada de entonces, hoy olvidado y totalmente desconocido para la mayoría, pese a que nuestros antepasados hicieron todo lo posible para evitarlo. Efectivamente ocurrido su fallecimiento el 17 junio de 1909, la Escuela Normal de Maestros encargó inmediatamente la ejecución de su retrato al pintor cordobés y profesor de Dibujo del Instituto de Granada, Tomás Muñoz Lucena (1860-1943), quien, en poco más de tres meses, daba término a un soberbio retrato, de un parecido extraordinario, que era expuesto para admiración de todos los granadinos, en uno de los lujosos escaparates de la Villa de París. Tal fue la importancia de este acontecimiento, que días anteriores el crítico de arte del diario 'El Defensor de Granada', Aureliano del Castillo, daba todo lujo de detalles de la obra y el efecto que le había producido al contemplarla: «Ayer, en la última hora del día, en la penumbra del estudio miraba yo el lienzo severo y veía al anciano poeta granadino destacarse de él, con intensidad de vida. Está sentado, la artística cabeza en medio perfil, el sombrero a la manera suya, tan característica, como le veíamos hace poco por esas calles, en su cátedra de la Normal. No está en el lienzo solamente el espíritu, está allí todo cuanto era la persona, espíritu y materia, cuerpo y alma: el espíritu brilla detrás del relampagueo de los lentes, en la mirada profunda, que más se adivina que se ve. En cuanto a la factura, puede suponerse. Los blancos están perfectamente valorados y son de una justeza admirable». Con todos estos mimbres, aproveché el pasado puente del Pilar para bucear en mi biblioteca tras la pista de este famoso cuadro suponiendo estuviera inventariado en las dos recientes publicaciones de la Universidad ('Obras Maestras del Patrimonio de la Universidad de Granada', e 'Inventario del Patrimonio Artístico de la Universidad de Granada'), llevándome la inesperada sorpresa de encontrármelo en ambas con la identidad del retratado suplantada; apareciendo en vez del nombre de Francisco Javier Cobos Rodríguez, el de su sucesor como director de la Normal, Joaquín Cerrailo Fonte, con el dato igualmente equivocado de estar fechado hacia 1923, año precisamente del fallecimiento de este último. Total un equívoco inexplicable, que la providencia ha querido se pueda subsanar todavía a tiempo de llegar a los actos conmemorativos del centenario de su muerte, que de seguro le dedicarán tanto la institución que dirigió, hoy Facultad de Ciencias de la Educación, como la asociación profesional a la que con tanto orgullo y reconocimiento representó, incluso después de muerto, como lo demuestra las palabras dedicadas por otros de los grandes del periodismo granadino, su discípulo Francisco de Paula Valladar: «Híceme periodista a su lado; con él aprendí a estudiar y a considerar el periodismo, las letras y las artes como una religión que se respeta y se venera; en la vieja Lealtad recogí los primeros elogios a mi modestísima labor de escritor público, y en aquel mismo periódico cuyo recuerdo tiene para mi aromas de ardientes ilusiones, rosados celajes que desvanecieron a impulsos de rudos vendavales de la vida, vi un día, emocionado, casi temblando, por primera vez, mi nombre al pie de unas cuantas líneas que componían un articulejo que yo consideré como un intento plausible con tal de que quedara inédito el autor, y que él con paternal cariño, al corregir las pruebas, juzgó digno de que yo lo firmara. Los años de mi juventud los pasé a su lado, luchando con honradez y con fe sincera, por el pan de cada día y por el efímero del porvenir. En esos años, recogí flores y abrojos, hallé su consejo leal y prudente, y cuando los vaivenes del destino nos separaron a él y a mí del periodismo batallador, siempre conservé culto a su amistad y afecto entrañable a su recuerdo».

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