Miguel Margineda
Viernes, 15 de agosto 2014, 00:46
Pasar el rato en una terraza de la plaza de Bib Rambla es como una mirada al colorido de la humanidad. Un día de agosto se oye allí de todo menos acento granadino, salvo el que se nota en el macarrónico inglés de los camareros. Mucho anglosajón, japonés, por supuesto, alemán y francés que no falte, incomprensibles idiomas nórdicos, también catalán y gallego, madrileño y manchego, no falta ninguno. Y es que esta plaza es «para turistas», dice la gente de Granada. «Bueno, yo tengo amigos a quienes les gusta tomarse allí las cañas», comenta otro, «pero a mí no». No se puede negar que los alrededores de la plaza dan mucho juego para el pampaneo y el alterne nocturno. Se trata sin duda de un lugar emblemático de la capital.
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Bib Rambla fue originalmente un centro comercial y mercantil de gran importancia. Entre la Alcaicería y el Zacatín, debe su nombre, 'puerta del río', a la cercanía con el Darro. Alcanzó su máximo esplendor durante el periodo nazarí como centro de negocios por excelencia. Tras la conquista cristiana pasó a ser un lugar festivo en el que se celebraban justas de caballeros y corridas de toros. A finales del siglo XVI se remodeló y quedó delimitada casi como está hoy en día. Ya en el siglo XX, se abrió la calle Príncipe, que comunica la plaza con Reyes Católicos y la plaza del Carmen.
De su arquitectura destaca la fuente de los Gigantes y las farolas fernandinas de finales del XIX, alegrado todo ello por un tiovivo de corte medieval. Los árboles que dan la mejor sombra que hay en la plaza, aparte de los toldos de los bares, son tilos, algunos de los cuales miden más de 20 metros de alto.
Lo que no falta en la plaza son bares, cafeterías, heladerías y restaurantes, a precios de turistas, eso sí, la caña a 2,50 como mínimo. La churrería Alhambra pugna por ser una de las más míticas de la ciudad, con permiso de la Cafetería Fútbol. Completan el cuadro los clásicos puestos de flores y los kioscos de prensa. Lo mejor en esta época del año es el espectáculo humano, de raras vestiduras y todos los colores. Un muchacho descalzo con la piel muy tostada juega con unas cariocas y su amigo toca el diyiridú (instrumento de viento aborigen), mientras unas niñas rubias, muy pálidas y con cámaras Nikon, les sacan unas fotografías. Y luego se van sin dejarles una triste moneda en el sombrero.
Los relaciones públicas no dejan pasar a nadie sin cantar las alabanzas de su menú. Hay quien ni les mira. Una pareja de extranjeros de mediana edad se sientan en un banco espalda contra espalda pirateando el frescor de los nebulizadores de una terraza.
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Unos niños franceses prueban el gazpacho mientras sus padres piden un vino tinto de la carta y fuman.
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