Miguel Margineda
Sábado, 16 de agosto 2014, 00:41
Sus amigos y familiares alucinaron. Dos estudiantes de Medicina, en lugar de preocuparse de dónde iban a hacer su residencia o en qué se iban a especializar, iban a pasar dos meses rodeados de pobreza y selva tropical. Dios proveerá, pensaron, y así fue, porque las gentes y las experiencias de allí hicieron que hoy ella sea ginecóloga y él esté a punto de convertirse en pediatra.
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Ana Lara, de 29 años, y Álvaro Vázquez, de 27, cursaban Medicina allá por 2007 cuando conocieron al padre José Antonio Villena, delegado episcopal de la Pastoral Universitaria de Granada. Les animó a probar un voluntariado de dos meses en la misión de Bellavista, en el departamento Beni, en Bolivia, un lugar recóndito, rodeado de selva amazónica. Allí conocieron al padre José Manuel, un franciscano que ya cuenta 87 años y una verdadera leyenda en Beni.
La figura de este fraile marcó las vidas de estos jóvenes médicos. Aunque no completó la carrera de Medicina, ejerce entre los indígenas de Buenavista y «nunca se la ha muerto alguien en la mesa», explica Álvaro. «Obra auténticos milagros. Yo no lo creía hasta que lo vi operando sin anestesia a un paciente al que hipnotizó», detalla. José Manuel ha recibido la Medalla de Oro de la Facultad de Medicina de Granada.
Pero no fueron comienzos fáciles, su familia y amigos no entendían por qué en lugar de preocuparse por su residencia, se iban al tercer mundo. «La primera vez que llegamos no sabíamos qué hacer, nos sentíamos inútiles», cuenta Ana. Pero un día atendieron a su primer parto, una joven de 16 años, y se hizo la luz. Ana atendió a la madre y Álvaro al bebé.
Montaron una consulta en la que trabajan 12 horas diarias con lo mínimo. «Hay una gran diferencia, aquí puedes encargar todo tipo de pruebas, pero allí la medicina es como hace 50 años, todo se basa en tu cabeza y tus manos», explica Álvaro.
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Cuando volvieron ya sabían cuál sería su especialidad. Además, Ana encontró sitio para hacer la residencia nada más volver. A Álvaro aún le quedaba un poco en la facultad.
Hoy son los líderes de Ahoringa Vuelcapeta y este año les acompañan otras 17 personas, estudiantes de Medicina, de Nutrición, de Farmacia, de Óptica y una maestra. Además, buscan padrinos para los jóvenes de allá. Ya han apadrinado a 30. Uno de ellos, Conrado, cortaba leña hasta que, con ayuda económica de un benefactor granadino, estudió Ingeniería Agrónoma y hoy es el profesor más joven de la Universidad de Trinidad, con 26 años.
No solo han dado, también han recibido, aunque suene a tópico. «Ellos te lo dan todo, por poco que tengan. Te sirven la comida que tienen y no comen hasta que tú has terminado. Es algo increíble», cuenta Ana. Después de estos años, la gente que no daba crédito a su viaje. Son «los primeros misioneros». Reciben apoyo de amigos y familia, que no de la administración, pues no tienen subvención alguna. «Hasta los compañeros del hospital se han sacrificado en el reparto de vacaciones para que podamos irnos todo el mes», cuentan.
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