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Miguel Margineda
Domingo, 24 de agosto 2014, 01:40
En el Carmen de los Mártires se respira el ambiente tranquilo que uno imagina de la Alhambra en tiempos nazaríes. Desconocido para la mayoría de turistas, es posible perderse aquí unas horas en la contemplación, el correr del agua, el piar de los pájaros, la suave brisa. Además de sus espectaculares vistas a la ciudad y Sierra Nevada, destaca el fresquito, varios grados por debajo del sofoco capitalino. Por los diferentes niveles, terrazas y jardines es fácil perderse en una ensoñación, que no permite la visita relámpago. Más bien invita a pasar la tarde tranquila, con bocadillo y refresco.
Fue llamado así por los cristianos en honor a los mártires que sufrieron cautiverio antes de la conquista de la ciudad. De aquí partió Boabdil a su penosa rendición. Aquí mandó construir Isabel la primera iglesia cristiana de Granada. Los árabes lo llamaban Campo de Ahabul y aquí construyeron silos y mazmorras, celebraban justas y hacían maniobras militares.
Carmen de los Mártires o Corral de los Cautivos
Situado en el entorno de la Alhambra, entre el Paseo del Generalife y la Casa Museo Manuel de Falla, al final del Paseo de los Mártires.
El aparcamiento en el paseo está restringido a vehículos autorizados. Se puede aparcar en el parking de la Alhambra, que está muy cerca. Andando, en taxi, en el tren turístico o en autobús, líneas C3 y C4.
Horario de verano de lunes a viernes, de 10.00 a 14.00 y de 16.00 a 20.00; sábados, domingos y festivos, abierto sin interrupción.
Entrada libre.
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En 1573 se erigió el convento de las Carmelitas, del que el místico San Juan de la Cruz fue prior. Tras la destrucción del edificio durante la ocupación francesa, pasó por varios propietarios particulares hasta llegar a las del general Carlos Calderón, que construyó el palacete actual. Huberto Meersmans lo adquirió en 1891 y desarrolló los jardines, creando el lago rodeado de ruinas y columnas, avenidas al estilo Versalles, laberintos, fuentes, cascadas y grutas ocultas. Incluso había ciervos en libertad. Ya en 1930, el Duque del Infantado continuó añadiendo elementos de agua y dedicó una fuente a la memoria de Felipe II. La mayor parte de los jardines fueron destruidos en los años 70 durante un proyecto urbanístico, fallido gracias a la oposición de los vecinos.
Hoy el huerto está reconstruido y aún se aprecian las divisiones que hacían los monjes y se huelen sus hierbas aromáticas: romero y tomillo, orégano y lavanda.
En el lago hay patos y carpas de buen tamaño. Un pavo real muestra orgulloso su plumaje en el jardín francés, entre magnolios, palmeras, naranjos y arbustos de flor, que rodean una fuente vigilada por columnas. Felipe II contempla los siglos desde el jardín inglés, curiosa paradoja.
Dentro del palacete se encuentra el patio de inspiración nazarí, con arcos mocárabes, suelo empedrado y un estanque que recuerda al Patio de la Acequia de la Alhambra y esconde una gruta excavada en la pared.
A la sombra de los árboles de sus jardines, San Juan de la Cruz compuso: «En la noche dichosa, en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz ni guía, sino la que en el corazón ardía».
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