Del aguinaldo, a la fiesta de Nochevieja en el Victoria

La 'Misa del Aguinaldo' (o 'aguilando' como solía decirse y Juan Bustos recordaba en las añoradas crónicas navideñas que publicaba en este periódico) se había convertido en un ritual. Se celebraban unos días antes de Navidad, casi al amanecer y en ella participaban coros de chicos y chicas que cantaban alegres villancicos. Al terminar la eucaristía, los jóvenes se repartían por las calles y rodeaban a los transeúntes al son de cancioncillas como «al quiquiriquí, al quiquiricando, de aquí no me voy sin el aguinaldo». O piropeaban a las chicas con el clásico «Dame el aguinaldo, carita de rosa/ que no tienes cara de ser tan roñosa/la campana grande de la Catedral/ se te caiga encima si no me los das».

En aquellos años, era tradición obsequiar a los trabajadores de los servicios públicos con estos donativos. No les faltaban al gremio de serenos, carteros o barrenderos, que incluso llamaban a las puertas de las casas para pedirlo a cambio de una tarjetita de felicitación. Tampoco faltaba el regalo para los guardias urbanos que se les ofrecía en ambiente festivo cada 1 de enero. Mientras, unos aprovechaban las bolsas de la 'Obra de Navidad' y el racionamiento extraordinario (aquellas fiestas era de medio kilo de harina, un cuarto de kilo de arroz, un kilo de garbanzos, 300 gramos de chocolate y 100 gramos de tocino), y otros se vestían de largo para las distinguidas fiestas de Nochevieja.

El 25 de diciembre de aquel 1944, el Hotel Victoria inauguró un suntuoso salón de fiestas. La orquesta 'Astoria' amenizó la velada de los que pagaron las 8 pesetas, de la entrada de caballeros, y seis la de señoras. La fiesta de fin de año en el Alhambra Palace o la del Centro Artístico eran las más populares.