Una estrella fugaz iluminó el cielo del Embovedado

Una estela luminosa cruzó la capital la noche del 16 de diciembre. Los curas del observatorio de Cartuja aseguraron a este periódico que el extraño objeto era de un tono brillante y amarillo. Para unos estudiantes testigos del caso a los que entrevistó IDEAL, era una especie de estrella fugaz la que desprendía chispas diminutas de color azul en el cielo del Embovedado. El extraño suceso adelantó el espíritu navideño y precipitó la semana de los aguinaldos. Y como las costumbres hacen leyes, empezaron algunos madrugadores con sus tarjetitas. Cuantos más duritos y pesetas se entregaban, más felicitaciones se recibían.

Por otro lado, y aunque no era una costumbre arraigada, en la ciudad comenzaban a verse los primeros arbolitos de Noel junto a los clásicos belenes. Un detalle que no gustaba a todo el mundo: «Si nos britanizamos con los Christmas; nos afrancesamos con lo de las doce uvas, nos germanizamos con el árbol de Noel, nos norteamericanizamos sustituyendo al villancico por el bugui-bugui, nos ultramodernizamos celebrando la cena de Nochebuena en un hotel, nos gamberrizamos», comentaba airado un articulista de este diario. Pero ninguna modernidad podía con el atronador bullicio de la Pescadería en las víspera de Navidad, o con el típico zoco navideño de Bib Rambla ni con aquel refrán que decía eso de «sábado de Pascua, pásalo junto al ascua».

Aquel año, con el cerro de San Miguel blanco, como un gigantesco Nacimiento, menos aún. Entonces la tradición navideña también incluía las suscripciones para la Campaña de Invierno que aquel año repartió 5.000 cenas en 18 comedores para que las familias pobres celebraran la Nochebuena. El menú: paella con carne y chorizo, carne en salsa, mantecado, plátanos, vino y licores.