Amanda Martínez
Sábado, 31 de enero 2015, 16:51
Cuenta la historia que a finales del siglo XVI, coincidiendo con una gran epidemia de peste los reinos de Sevilla, Galicia y Granada, aparecieron en el Sacromonte las reliquias de SanCecilio, el primer obispo de Granada, y sus compañeros mártires, que habían venido a predicar el Evangelio. Junto a los restos, se encontraron los libros plúmbeos que contaban las doctrinas del Santo, un sincretismo de las islámicas y cristianas con un fondo monoteísta. Para salvar a la población de la violenta epidemia, el Cabildo pidió protección a los Santos Mártires con un voto solemne por el que la ciudad subiría todos los años, cada 1 de febrero, a ofrecerle al Patrón una ofrenda de incienso y flores. Y así ha sido desde entonces. Aunque en los años 60 la celebración perdió el esplendor de antaño, a finales de los setenta el ayuntamiento se preocupó por poner en valor una tradición tan popular y granadina, recuperándose la ceremonia tal y como se planteó en sus orígenes: un acto cívico religioso con un estricto ritual (elección de comisarios por parte del Ayuntamiento y Abadía, visitas protocolarias, ceremonial durante la procesión y eucaristía), al que suceden festejos populares en la explanada frente a la Abadía, mientras se degustan las tradicionales habas con salaíllas regadas por vino mosto granadino. La tradición, incluía la invitación a las autoridades de tortilla del Sacromonte, jamón con habas y glorias de bizcochos del convento de Zafra.
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