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Los terremotos tienen algo de terror perfecto. Son subterráneos y devastan la superficie. Parecen lejanos y nos alcanzan rápido, estemos donde estemos. Suceden ahí fuera, ... se filtran muy adentro y se te quedan adheridos en lo hondo del cuerpo. También en la memoria. Recuerdo el enjambre sísmico (¿quién inventó esta bella metáfora para tan espantoso fenómeno?) que estremeció la provincia de Granada hace cuatro años, en plena convulsión de la pandemia. Entonces se batieron récords de inquietud tectónica: más de tres mil terremotos en la zona de la Vega.
Las grietas en los hogares resumían nuestra inseguridad cotidiana. Con el paso de los días llegamos casi a acostumbrarnos, igual que nos estamos habituando quizá demasiado a los continuas sacudidas de la actualidad. De las familias damnificadas nadie se acuerda ya.
Durante una de aquellas interminables intermitencias, mi padre estaba a punto de entrar en un quirófano. Como no se nos permitía acompañarlo por razones sanitarias, hablamos por teléfono unos minutos antes de la operación. La voz de mi padre cambió ligeramente de frecuencia y las paredes de mi casa se echaron a temblar. Le pregunté cómo se sentía. Menos asustado que sorprendido, él me contestó: como en un chiste malo.
Si existe una certeza granadina, esa es por supuesto la Alhambra. La ciudad no se concibe, ni mucho menos se visita, sin ella. Por eso imaginarla sufriendo un terremoto grave, aunque nos conste que su genial estructura lleva ahí resistiendo desde hace siglos, pone en duda los cimientos de aquello que damos por sentado. Imágenes así concentran la precariedad de la belleza. La síntesis del daño.
El curso sobre Protección del Patrimonio Histórico en Emergencias Sísmicas, con su largo y apocalíptico título, parece una performance distópica.
Uniformes de emergencia, cascos y bomberos circulando por la Alcazaba. Evacuación de material artístico de los palacios nazaríes. Estructuras de apuntalamiento para sostener sus torres ancestrales.
Se trata en definitiva de escenificar, con el máximo detalle, lo que habría que hacer en caso de que ciertas pesadillas se hagan realidad. Cosa que hoy en día, para qué engañarnos, empieza a ser rutina.
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