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La tarde que llegó a Urgencias todo era ruido y silencio y angustia y miedo y qué le pasa al niño, y qué tiene Adri, y todo parecía un tango mal bailado que se apagaba lentamente como un pentagrama que se queda sin notas. «Tenía 20 meses. Si no venimos al hospital, no despierta», recuerda su padre, que vio cómo los sanitarios afinaron la maquinaria y la música regresó poco a poco al pecho de su hijo que subía y bajaba otra vez. Hemosiderosis pulmonar, les dijeron más tarde, una enfermedad rara, rarísima, autoinmune e impredecible que le obligaría a ingresar en el hospital a menudo a lo largo de su vida. Pero hoy, con ocho años, regresa fuerte y sonriente, acompañado de un enorme contrabajo cargado de sueños. Adri tiene un regalo que ofrecer a las médicas, a las enfermeras y a los demás niños ingresados que, como él, esperan la cura. Un concierto. «Deseo que disfruten mucho, lo pasen bien y salgan pronto de aquí».
Es viernes al mediodía y por la ventana de la sala de espera, en la séptima planta del Hospital Materno Infantil Virgen de las Nieves, entra un sol tan brillante, cálido y hermoso que duele. Las sillas apuntan hacia un improvisado escenario donde Adrián Onieva Gálvez espera al público mientras limpia el arco. Viste a rayas de colores y el velcro de las zapatillas, color recreo, está despegado de tanto jugar al fútbol. «Me gustaría hacer como Mbappé –sonríe divertido–. Él es delantero y toca la flauta travesera. Yo quiero ser portero y tocar el contrabajo».
El público llega. La primera en sentarse es una niña con alas de arcoíris y una felpa de unicornio. Luego lo hacen el resto de niños, acompañados por los goteros que rodean a Adri como a un arquero bajo palos. «Pero yo soy del Granada, ¿eh?».
Adri saluda con una reverencia y, nervioso, se muerde el carrillo al hablar. «Voy a empezar con un tema de Bach. Espero que os guste». Su barbilla se mueve a la par que la cuerda y los ojos se clavan con el ceño fruncido en la partitura. Un niño haciendo música es lo más bonito que has escuchado en tu vida, una proyección que va más allá del sonido y la luz. En el segundo tema, un rondo, le acompaña al piano su madre, Alba. Mientras la melodía inunda la sala de espera, las enfermeras vigilan a los pequeños pacientes como corcheas susurrantes en la partitura: «¿Estás bien? ¿Te falta algo? ¿Te cojo en brazos?». El piano, las cuerdas, los niños y el aplauso. No hay, de veras, nada más bonito.
Adrián estudia tercero de Primaria y primero de conservatorio. «Mis padres mi inspiraron para hacer música», afirma. José Ángel Onieva y Alba Gálvez son profesores en el Conservatorio Ángel Barrios de Granada. Ambos participan activamente en Sinfonendo, un proyecto solidario que organiza e impulsa conciertos en hospitales y centros sanitarios. «Cuando estaba ingresado –sigue Adri–, me gustaba que mi padre venía a tocar villancicos o lo que sea. Entonces pensé ¿y por qué no lo hago yo? ¿Y si vengo al hospital a tocar el contrabajo?». Sí, ese sería su regalo, su manera de agradecer al hospital todo el cuidado y el cariño recibido.
«Se me hace un nudo en la garganta», dice Maite Rivas, subdirectora de enfermería en el Hospital Materno Infantil. «Que Adri quiera hacernos este regalo, no hay mayor satisfacción. Para nosotros, los pacientes son la mayor recompensa». En el concierto hay muchos ojos vidriosos y la mayoría visten batas blancas. Cuando Adri interpreta el cancán, el equipo sanitario marca el ritmo aplaudiendo y bailando y, por un momento, parece que la luz salga de este lado de la ventana. «La música –resopla Rivas– es un regalo que aporta frescura, alegría... esperanza».
José Ángel y Alba, los padres de Adri, suelen participar en los conciertos solidarios de Sinfonendo. «Son muy agradecidos, nos encanta hacerlos –dice José Ángel–. Es una oportunidad de romper la monotonía del hospital, de cambiar el estado de ánimo. Y eso es algo que sabemos muy bien porque lo hemos vivido desde dentro». «Adri viene hoy como músico y no como enfermo –añade Alba–. Eso es un regalo para los niños y para él».
La enfermedad, esa rara, rarísima hemosiderosis pulmonar, está, por el momento, controlada. «La llevamos con naturalidad. De vez en cuando hay una recaída y tiene que estar ingresado hasta que se repone», explican los padres. «No creas, que a veces me viene bien el ingreso porque así desconecto de todo –bromea Adri–: del fútbol, del baloncesto, del tenis, del conservatorio... ¡tengo todas las tardes lío! Pero me gusta mi lío porque lo he elegido yo». El tango al contrabajo suena de maravilla.
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Cristina Cándido y Álex Sánchez
Juanjo Cerero | Granada y Carlos Valdemoros | Granada
Lucía Palacios | Madrid
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