
Guillermo Ortega
Jueves, 15 de octubre 2015, 17:31
No se sabe muy bien cómo llegó allí. Es probable que alguien lo dejara junto a unos contenedores que hay cerca, pero el caso es que el martes por la mañana, el frigorífico, de respetables dimensiones, estaba contemplando la Alhambra, como hacen otras muchas personas que se acercan al mirador de la placeta de Los Carvajales, en el Albaicín bajo.
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En poco tiempo se convirtió en una atracción más del lugar. Era de color blanco, con un compartimento grande bajo para frigorífico y otro arriba, más pequeño, para congelador. Como muchísimos otros, vamos. Según aseguran vecinos de la zona, tenía un cartel con una palabra escrita: funciona.
De entrada a nadie le dio por comprobarlo, pero muchos sí que quisieron inmortalizarse junto al recién llegado. En tiempos de selfies y fotos compulsivas y no meditadas (cuando las cámaras tenían carrete era otro cantar), esas cosas no deben extrañar demasiado. Turistas y locales se las hicieron, pero los últimos, por aquello de que pasan allí más tiempo, porque se aburren o por lo que fuera, terminaron yendo más allá.
Ayer nos metimos varios dentro, cuenta, jocoso, uno de los habituales del mirador, mientras un amigo, que momentos antes trataba de establecer conversación con un par de chicas que se están iniciando en el funamblismo (la cuerda que ataron entre dos árboles delata su afición), detalla que otros del barrio, pensando quizás que el color blanco era muy soso, decidieron darle un toque de color y le pintaron adornos varios en rojo.
Son las cuatro de la tarde del jueves cuando el periodista llega a la placeta. Pregunta primero a un señor mayor si sabe algo de un frigorífico abandonado y el hombre dice que no, pero añade algo inquietante: Yo tengo uno en casa, ¿quiere verlo?.
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En principio su propuesta es rechazada, pero como hay varios asiduos del mirador que coinciden en que el frigorífico funcionaba y en que es probable que alguien se lo haya llevado, la tentación es demasiado fuerte como para resistirla. Así que el periodista vuelve donde está el hombre mayor, al que algunos allí apodan Franco, en parte porque no les cae bien y en parte porque, ciertamente, se parece al dictador (que tampoco caía bien a muchos) y le dice que ha cambiado de opinión, que sí, que quiere ver esa nevera. Pero resulta que no es. La que guarda en su casa es gris y mucho más grande. Una pena, porque se podría haber resuelto el enigma.
Otra opción es que se la hayan llevado los empleados del servicio de recogida de muebles de Inagra, al que por cierto no llaman todos los que lo precisan. Algunos siguen prefiriendo dejar las cosas en la calle, abandonadas a su suerte. La recogida, en todo caso, no es fácil porque el mirador en cuestión está situado en una zona de acceso muy complicado para que lleguen camiones. No obstante, fuentes del citado servicio de limpieza aseguran que disponen de vehículos especiales, ideados precisamente para operar en el barrio.
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El dato que no han podido confirmar es el de que en efecto fueron ellos los que arrastraron al electrodoméstico fuera de allí. Contra su voluntad, por supuesto, porque la nevera tenía que estar muy a gusto viendo continuamente la Alhambra en todo su esplendor.
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