Guillermo Ortega
Martes, 10 de noviembre 2015, 01:06
En La Cueva de los Tres Juanes huele a jamón. Al entrar dan ganas de preguntar por el polémico informe de la OMS, pero es otro el objetivo. El bar es uno de los que ha abierto en Camino de Ronda tras la conclusión de las obras del metro, cuatro años que trajeron de cabeza a los comerciantes de la zona. Ahora las aceras son bastante más anchas y eso se aprovecha para instalar terrazas en la calle. Este y otros establecimientos próximos, como el Boqué, se benefician de ello.
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Cuando a un empresario se le pregunta cómo le van las cosas, esta suele ser su respuesta: «No nos podemos quejar». Que es precisamente lo que contesta María José Valenzuela, encargada de La Cueva de los Tres Juanes desde su apertura, en septiembre de 2013. Recuerda que las obras de soterramiento, entonces, estaban a punto de acabar y que había un follón de tráfico considerable. «Cuando empezamos había mucho jaleo, pero ahora se nota más amplitud, más tránsito de personas», resalta.
El bar no sufrió mucho los trabajos del tren ligero, aunque el centro de productos de peluquería y estética Emilio Almagro e hijos sí que lo padeció. De los 35 años que ha estado en Camino de Ronda, esos cuatro fueron sin duda los peores. Lo rememora Virginia Almagro, una de las propietarias, que destaca que el local sobrevivió «con mucho esfuerzo», pero que otros no lo lograron. En su momento se aseguró que habían quebrado unos 200 comercios y ella cree que tal cifra es posible. «Si juntas los de Camino de Ronda con los de otras calles cercanas, podría ser».
«Nos quejamos poco para lo que hemos vivido», cuenta la empresaria, que se acuerda de que por la acera «no podía pasar ni un carrito de bebé» y de que le abrieron un agujero en la misma puerta del establecimiento, «y teníamos que poner a una persona para avisar a los que pasaban, no se fueran a caer y que encima tuviéramos que indemnizarles por los daños».
Daños pendientes de cobro
También habla de los desperfectos que las obras causaron en el suelo y en la fachada, que valora en seis mil euros, «por lo menos», y que sospecha que nadie se los va a abonar. Y se queja también de que antes del inicio de los trabajos «vinieron a echar fotos, pero no hicieron lo mismo después, al terminar, con lo que no saben cómo quedó la cosa y en consecuencia no pagarán».
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En la misma acera, más cerca del cruce con Recogidas, hay un kiosco que lleva allí casi 40 años. La mitad de ese tiempo ha estado al cargo Ángel González, a quien la obra también le pasó factura. «Me tuvieron seis meses sin luz, me rompieron un cristal, me pusieron una zanja delante, durante una semana sólo pude abrir una puerta del negocio.», enumera.
Las obras terminaron, sus efectos permanecen. Sigue quitando el cemento que dejaron en la estructura del kiosco, que no sale. Lo hace él porque «ellos no se han hecho cargo de nada. Ni de lo mío ni, que yo sepa, de ningún otro arreglo».
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El kiosco no ha remontado el vuelo, pero Ángel González sabe que es por otras causas, fundamentalmente por dos: la crisis general y la del sector del papel. «Yo ahora vendo un 30% menos que antes», enfatiza.
La carnicería José Luis lleva nada menos que 47 años en zona. Lo que pasa es que parece nueva porque hace cuatro fue totalmente reformada. Su dueño, José Luis Fernández, se gastó en eso buena parte de lo que le tocó en un premio de lotería.
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Recuerda las obras del metro con auténtico desagrado. «Nos dio mucho por culo y me gustaría que lo pusieran con esas palabras, porque fue así», indica, para especificar a renglón seguido que por allí no se podía pasar y que las máquinas las tenía todo el día delante provocando un ruido horroroso. Las ventas cayeron un 70%, según sus cálculos.
También da por buena la cifra de 200 comercios cerrados en aquella etapa. «Es posible, sí. Desde luego, todos los que estaban de alquiler tuvieron que dejarlo, eso seguro», subraya, y sobre la recuperación de los últimos tres años admite que se ha producido, aunque tampoco cree que sea para tirar cohetes. «Se nota algo de diferencia, las aceras son más anchas, la gente puede pasar y eso siempre ayuda».
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Los alquileres no bajaron
Sobre los alquileres habla Andrés Fernández, que lleva dos años al frente de Mar de Frutas. Cuando se instaló ya no había obras, pero los precios no habían bajado en todo ese tiempo. «Con esos alquileres, los comerciantes que había lo tuvieron que pasar muy mal», comenta, y añade que ahora todos comparten otro problema, que es la falta de espacio para la carga y descarga. «Si vienen dos camiones grandes ya no hay sitio para más, tenemos que aparcar en doble fila y entonces viene la Policía Local y nos masacra a multas», resume.
A dos pasos está una de las sucursales de la Perfumería Ana Pilar, que lleva doce años en Camino de Ronda, aunque no siempre en el mismo local. María del Carmen Sánchez, una de sus empleadas, dice que ahora la cosa está «más decente» y que se nota la mejoría. En su momento, no obstante, se redujeron los ingresos «a más de la mitad». Y no era ese el único problema. En la calle se veían cucarachas a plena luz del día «que salían a la luz cuando movían la tierra». A ello se unían los problemas de ruido y de suciedad que le comentaban los vecinos. «Me decían que tenían las persianas y las cortinas negras».
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Ahora nota que hay «más ganas de pasearse» por un motivo muy sencillo: hay también más cosas que ver. «Antes uno no venía a Camino de Ronda para nada, porque para ver obras no se mueve de su casa. Ahora sí, porque hay más espacio, aceras más anchas. Si hay cosas que ver, si se puede pasear, entonces a la gente le entran más ganas de ir de tiendas», concluye.
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