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Momentos de Granada ·
En una Granada que se debatía entre el fútbol y los toros, el Diamante Rubio siempre capitaneó a las aficionesTITO ORTIZ
Domingo, 6 de agosto 2017, 01:12
Como en un pacto de no agresión, don Luis Miranda y Don José Jiménez Blanco, desde la plaza de toros el primero, y el estadio Los Cármenes el segundo, programaban los partidos de fútbol y los festejos taurinos en domingos alternos para no quitarse clientes en las gradas, sabedores de que muchos eran apasionados de las dos actividades. Tardes en las que toreaba mi compañero y venerado Santi Lozano, en las que don Juan Pulgar, desde el burladero de médicos, daba las caladas al puro más frecuentes de lo normal, sabedor de que el torero-periodista había sido caballero legionario y, por lo tanto, no tenía miedo a la muerte. Santi siempre le daba trabajo. Su padre, don Santiago, desde el despacho de dirección de este periódico, esperaba rezando toda la tarde la llegada de don Pepe Cortés, su crítico taurino, para que le contara cómo había ido la odisea. En despacho adjunto, don Antonio Márquez, rezaba ante el busto de Franco y la foto de la Virgen de Las Angustias para que el toro no cogiera al niño del director, legionario como él.
Eran tardes de éxito del novillero de la tierra, Paquito Cagancho, que al día siguiente estaría echando una mano a su padre en la tapicería de coches que tenían en la calle Ancha de la Virgen como si nada hubiera pasado. La afición de Granada a los toros era fuerte y se dividía entre 'mariscalistas' y 'montenegristas'. Fue Granada la que tuvo una peña taurina femenina y señera, 'La Madroñera', cuyas componentes protagonizaban un espectacular desfile hacia la plaza, presumiendo de mantilla, peineta, claveles y mantones de manila cuando en otros puntos de Andalucía no sabían qué era eso. Lo mismo que el cuidado de los patios. Nosotros no hacemos concursos pero siempre hemos tenido una vecina, o varias, que se han encargado de que el patio estuviera de auténtica exposición. Yo recuerdo en mi patio del Albaicín, cómo Carmela, una vecina ejemplar, se encargaba de que aquello pareciera un vergel. Tenía doña Carmela una tijera, la de limpiar el pescado, que manejaba con la técnica de un cirujano plástico. Había que verla por las mañanas, mientras cantaba con poderío 'Torre de Arena' de Marifé de Triana, cómo podaba los geranios, hasta dejarlos 'espercojaos', relucientes, y cómo mimaba con una bayeta impregnada en cerveza aquellas hojas inmensas de las pilistras, dejándoles un verde esmeralda brillante para toda la semana. Competía Carmela con el padre Mundina, y en muchas cosas o lo rectificaba o le llevaba la contraria, pero nuestro patio albaicinero era una puerta al paraíso. El tallo larguirucho de las clavellinas, en aquello tiestos de gancho a la pared, parecían fuegos artificiales repletos de fragancia albaicinera y Carmela cantaba mientras abonaba la enredadera, con mantillo y canela.
Tito Luis, como lo llamábamos los amigos, era conocido como el Diamante Rubio. Misógino desde la cuna al ser abandonado por su madre nada más nacer, se atrincheró tras unas gafas sin cristales y un bastón flexible a lo Charlot para hacer reír y animar en todo. Su oronda figura era habitual en las tardes de los domingos en el viejo Los Cármenes, donde revestido con los colores de nuestro Granada y portando un enorme sombrero andaluz con las listas blanquirojas, recorría todo el campo animando a la afición.
Tampoco faltaba a las corridas de la monumental Frascuelo, donde su grito de «¡Música maestro!», dirigido a la banda, animaba a la afición en el inicio de la faena de muleta. El Diamante Rubio formó parte también de la cuadrilla de toreo cómico, que en Granada, capitaneaba Antonio Rubito, tranviario de Churriana, conocido como el Gran Pirulo, que toreaba vestido de Charles Chaplin utilizando su bastón para montar la muleta.
De aquella cuadrilla de cómicos en el ruedo formaron parte muchos granadinos, como Vaquerito o Juanillo el barnizador, famoso por torear las becerras vestido de gitana o de Cantinflas. Este último me contaba que, durante muchos años, los toreros cómicos granadinos recorrieron la geografía española como lo hacían entonces El Bombero Torero, El Empastre, o El Chino Torero. Relataba con especial gracia cómo en la postguerra, y para poder sacar rendimiento de las carnes, los empresarios les echaban para torear no becerras de un año, sino vacas cinqueñas ventajosas en el matadero por su peso. De aquellas hazañas contaba lo ocurrido en Diezma, donde la vaca era tan grande que cuando se les quedaba a la altura de las zapatillas y echaba el aire por las cavidades nasales, era tanto y tan caliente que ellos le pusieron de nombre La Fogonera. Y eran las circunstancias tan paupérrimas que por temor a quedarse sin el festejo, en el pueblo decidieron no sacrificarla, de tal modo que durante más de diez años les echaron para torear a la misma vaca, con la que ya lograron tener una amistad grande y cada año se despedían de ella abrazándola hasta el siguiente. La Fogonera llegó a ser un compañero más de los toreros cómicos granadinos de la cuadrilla de el Gran Pirulo. Y como diría el Diamante Rubio: ¡Música maestro!
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